Cinco horas con Mario

Cinco horas con Mario Temas

La realidad y las apariencias

En la novela, la tensión entre apariencia y realidad es uno de los temas fundamentales. En Carmen, esta atención puesta en los detalles y en cuestiones superficiales revela la importancia que le otorga la protagonista a lo que pueden pensar los demás al verla.

Para Carmen, la ropa siempre determina la opinión que tendrán los demás de ella. Por esto, su primera preocupación surge por el suéter negro que usa en el velorio de su marido. “En el subconsciente de Carmen aleteaba la sos­pecha de que todo lo estridente, coloreado o agre­sivo resultaba inadecuado para la circunstancia” (prólogo), comenta el narrador. Carmen teme incumplir las normas que dictamina el luto y parecer desubicada frente a los ojos de los demás. Para la mujer, es fundamental sostener las apariencias recatadas que amerita esta situación. Esta idea se repite con el episodio en el que un guardia golpea a Mario; según Carmen, la golpiza fue merecida porque el hombre iba vestido “de cualquier manera” (C. XXIII). Así, las apariencias determinan el trato que cada uno merece: “si un guardia o media docena de guardias te ven con tu sombrero, con una ropa decente, bien presentado, ni se les ocurre, fíjate, ni te dan el alto, estoy segurísima, que a la legua verían que eras una persona influyente y un hombre de bien” (C. XXIII). Para la mujer, no importa que su marido fuera realmente un “hombre de bien”, ya que el traje que utilizaba daba a entender todo lo contrario. Así, lo central es la apariencia que Mario ofrece en vez de quién es realmente.

Otro de los temas que obsesiona a Carmen es la necesidad de un coche. Según su perspectiva, Mario le negó este derecho básico con el que cuentan hasta las mujeres de los estratos sociales más bajos: “hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está” (C. II). En este sentido, carecer de este objeto es doblemente grave: por un lado, porque como madre de una familia numerosa era algo fundamental para ella; por otro lado, es aún peor porque “hasta las porteras” pueden contar con uno. Una vez más, lo material y superficial determina la realidad: el valor de Carmen como persona y su estatus social dependen de tener o no un auto.

Las diferencias sociales

La novela pone de manifiesto las diferencias sociales existentes en la España de la década del sesenta. En su monólogo, Carmen muestra su adhesión a determinadas ideologías y discute permanentemente con las ideas de Mario, que suele pensar de manera diferente a su mujer.

En primer lugar, Carmen se revela como un personaje clasista. Así, la protagonista cree que las clases sociales más vulnerables son ignorantes y valen menos que ella, que es una mujer de bien. Esto se ve en los prejuicios que tiene sobre los pobres, a los que critica por tener aspiraciones: “Siempre hubo pobres y ricos, Mario” (C. VI) le comenta a su marido. En esta afirmación se ve que Carmen concibe a los pobres como una parte natural de la sociedad, que no debe cambiar. En parte, esta mirada peyorativa esconde su temor a que los pobres lleguen a estudiar y así accedan a la misma clase social de ella: “todo se vendrá abajo” (C. VI).

Además de ser clasista, Carmen es también racista. Es ejemplar al respecto el episodio entre el estudiante negro y el padre de la mujer. El hombre decide cobrarle una tarifa más costosa al muchacho, y Carmen defiende esta opinión, ya que “no hay ley divina que te obligue a aceptar un huésped de otro color” (C. XXV). Para la protagonista, esta diferencia se debe únicamente al color de piel del muchacho; blancos y negros no son iguales ni merecen los mismos derechos.

Aunque la voz de Mario nunca aparece de manera directa en la novela, a partir de los comentarios de Carmen los lectores sabemos que el hombre se oponía al clasismo y racismo de su mujer. En primer lugar, Mario adhiere a una mirada más moderna sobre los sectores sociales más vulnerados. A través de su escritura en el periódico El Correo, se dedica a denunciar las condiciones insalubres de los habitantes del manicomio. Además, a diferencia de Carmen, defiende el trabajo de las instituciones de beneficencia, ya que considera que se encargan de distribuir las donaciones de manera equitativa. En relación con el racismo de Carmen y su familia, el mismo Mario le escribe una carta a su suegro, en donde manifiesta su indignación por la decisión de cobrarle más al estudiante negro.

Mario y Carmen representan dos formas opuestas de vincularse con los diferentes personajes que constituyen la sociedad española de la época. Mientras que la mujer reproduce los prejuicios despectivos, el difunto tiene una mirada más empática y comprensiva sobre aquellos que son distintos a él.

Los estereotipos de género

En la novela, Carmen repite a menudo que los roles asignados a hombres y mujeres son diferentes, ya que cada uno tiene distintos mandatos y expectativas en relación con su posición social.

Las mujeres se encuentran reducidas al ámbito doméstico, en donde llevan adelante tareas de cuidado, de limpieza y de organización del hogar. En este sentido, Carmen cría a sus hijas para que sean excelentes en su labor y no pretendan estudiar ni formarse profesionalmente. Para la protagonista, “una chica universitaria es una chica sin femineidad, no le des más vueltas, que para mí una chica que estudia es una chica sin sexy, no es lo suyo” (C. V). Así, para Carmen los estudios representan el abandono de la esencia femenina y dejan en evidencia que no es propio de las mujeres formarse intelectualmente. Esto explica la mirada despectiva que tiene Carmen de su amiga Esther; al ser una gran lectora, la ve como una mujer presumida, que pretende ser culta y leída.

Así como las mujeres deben cumplir determinadas funciones, los hombres tienen asignadas otras tareas; en la sociedad española, ellos deben asegurar los ingresos económicos necesarios para sostener una familia. Esto es un reproche permanente de Carmen, que acusa a Mario de ser haragán por no poder garantizarle una comodidad tal como ella se lo merece. “Me doy cuenta de lo poco que siempre he significado para ti, porque si sólo disponías de un duro, ¿a qué comprometerte con una chica? ¿Es que hay derecho a eso?” (C. XXI) le recrimina la mujer a su marido. En este sentido, Mario se desvía de las expectativas asociadas a su género porque se revela como un hombre incapaz de proveer materialmente a su familia.

Carmen ve el trabajo de su marido como una labor improductiva, porque no puede generar los ingresos necesarios para alguien de su estatus social. Así, la aparición de Paco representa para Carmen justamente lo contrario: el ascenso social, el progreso económico y material. Esto lo consolida como un hombre completo, tal como debe ser según los parámetros de la sociedad de la época. En la novela, Carmen lo compara permanentemente con su marido: “Es inclusive pecaminoso desaprovechar los talentos que Dios nos ha dado, así, que con escribir esas cosas que escribes en "El Correo" no adelantas nada ni haces bien a nadie, perder el tiempo, como yo digo, mira Paco…” (C. X). Esta comparación da a entender que Mario no es un hombre productivo mientras que Paco encarna el ideal de hombre en la España de los años sesenta.

La falta de comunicación

Uno de los temas más presentes a lo largo de la novela es la falta de comunicación, expresada fundamentalmente en la relación entre Carmen y Mario. Por un lado, esta falta de comunicación se ve claramente en el hecho de que Carmen le habla a su marido (en realidad, al cadáver de su marido) en clave de diálogo, pero durante toda la novela solo accederemos a la voz de ella. Por momentos se hace complejo distinguir si su narración es un flujo interno de conciencia o si, efectivamente, está expresando en voz alta sus pensamientos. Esta ambigüedad deja en claro que Carmen es la única interlocutora en esta conversación que entabla con su marido difunto. Así, los lectores conocemos a Mario únicamente a partir de los relatos mediados por Carmen: no hay forma de acceder directamente a los pensamientos u opiniones de él. En este punto, la novela deja ver que no hay lugar para la voz de Mario y que tampoco existe respuesta posible a los argumentos de Carmen.

En segundo lugar, el mismo relato de Carmen da cuenta de la incomprensión y la falta de entendimiento mutuo en su vínculo con Mario. Por una parte, la mujer se siente poco valorada por su marido, que no hacía esfuerzo alguno en satisfacerla ni materialmente ni sexualmente. Por otra parte, Carmen también se encarga de reproducir este malestar y desvaloriza permanentemente la tarea de su marido como escritor, al que acusa de vago, idealista y falto de talento. Además, la incomprensión de la mujer se hace extensiva a las ideas de Mario: le recrimina su compromiso social con los pobres, su austeridad, su mirada progresista del mundo. Así, el vínculo entre ambos parece estar regido por la falta total de perspectivas en común, hasta el punto de pensar que realmente no existe nada que los una como matrimonio.

Cuando ambos estaban vivos, Carmen se sentía incomprendida y poco valorada; cuando Mario la descalifica por no haber estudiado, ella dice que nunca le perdonará "quitarme la autoridad delante de mis hijos" (C. XIII). Sin embargo, con la muerte de su marido, ahora es ella la única que habla y expresa su opinión a lo largo de toda la novela. En este sentido, el texto exhibe que hay una continuidad en la relación matrimonial: sea con Mario vivo o muerto, en el vínculo siempre rige una de las voces, marginando al otro interlocutor.

Conservadurismo y progresismo

La novela refleja el encuentro y la convivencia de dos posturas ideológicas que coexisten en España en el contexto de escritura de la obra.

Por una parte, Carmen simboliza la España gobernada por la dictadura de Francisco Franco. Las ideas conservadoras y retrógradas de la mujer encarnan la adhesión a las viejas prácticas heredadas, sin cuestionamiento alguno. En Carmen, predomina la mirada de que “todo pasado fue mejor”, y que todo cambio altera el orden social del mundo y antecede al caos y la anarquía. En la novela, esto se ve en numerosas discusiones que mantiene con las ideas de Mario y también en los enfrentamientos con sus propios hijos.

Además, Carmen defiende el sistema monárquico, porque “la República, qué sé yo, es como más ordinaria…” (C. VII). La mujer prioriza un gobierno de reyes y reinas porque lo más importante es el protocolo y las buenas costumbres antes que el sistema político real que defiende la monarquía. Esta reticencia al cambio se ve también en las críticas que hace a la Iglesia como institución. Para la mujer, pensar en una iglesia “de los pobres” vino a poner todo “patas para arriba” (C.V), ya que deja de lado a aquellos feligreses que no pertenecen a este sector social. Según Carmen, los pobres siempre han existido y no es tarea de la Iglesia cambiar esta situación. Así, se ve la fijación que tiene la mujer con las viejas estructuras y el temor que le da toda posible revuelta o transformación de la sociedad española.

Sin embargo, ni Mario ni sus hijos sostienen estas ideas. Así, ellos representan otra faceta de la España de la época; son parte de una sociedad abierta al cambio, reflexiva y cuestionadora. Por una parte, Mario no defiende ni la República ni la Monarquía en sí mismas, sino que para él lo importante es “lo que hubiera debajo” (C.VII). Así, el hombre le da importancia al proyecto político antes que al sistema de gobierno. Así y todo, es necesario recordar que uno de los hermanos de Mario fue fusilado por su adhesión a la República, por lo que es entendible que el protagonista no comparta ciegamente los principios monárquicos.

En relación con la tarea de la Iglesia, Mario defiende las reformas y sostiene que la institución debe tener un marcado carácter social y de beneficencia. Así, piensa que Cáritas hace un excelente trabajo, mientras que Carmen sospecha de las verdaderas intenciones de este organismo de caridad.

Por último, los hijos de Mario cuestionan la mirada limitada de la realidad que tiene Carmen. La mujer sostiene que en la sociedad hay buenos y malos, y que con estos cambios, finalmente, la maldad se impondrá. Sin embargo, uno de sus hijos le corrige: “Todos somos buenos y malos, mamá. Las dos cosas a un tiempo. Lo que hay que desterrar es la hipocresía ¿comprendes? Es preferible reconocerlo así que pasarnos la vida inventándonos argumentos.” (C. XXVII). En esta afirmación se ve cómo las nuevas generaciones critican los valores de sus padres por “hipócritas” y plantean la necesidad de desterrarlos para construir así una sociedad mejor.

La guerra

Las menciones a la guerra civil española, que es nombrada simplemente como “la guerra”, son numerosas en el discurso de Carmen. Para la mujer, esta época fue la mejor de su vida: “todo el mundo como de vaca­ciones, la calle llena de chicos, y aquel barullo” (C. V). En esta apreciación, se ve que Carmen no le da importancia al enfrentamiento, a las muertes y fusilamientos, sino que destaca el espíritu entusiasta que inundaba las calles de su ciudad, repletas de legionarios y soldados extranjeros.

Sin embargo, en la novela hay otras perspectivas sobre la guerra civil. Por una parte, la mujer se queja de que las nuevas generaciones se opongan al conflicto: “hoy no les hables a estos chicos de la gue­rra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, pero, al fin y al cabo, es oficio de valientes…” (C. VII). En esta afirmación, se ve que la juventud no coincide con esa mirada entusiasta de Carmen, sino que destaca los aspectos destructivos y horribles que trajo esta guerra civil en la sociedad española. Por otra parte, también el mismo Mario se opone a las opiniones de Carmen; el hombre se niega a hablar del conflicto, ya que le parece una tragedia total. En esta actitud comprensiva, Mario es un hombre empático y sensible, capaz de entender el sufrimiento que todo enfrentamiento conlleva.

La religión

En la novela, la religión es uno de los temas que estructuran la narración de Carmen. Cada uno de los veintisiete capítulos que conforman el relato de la mujer comienzan con citas de la Biblia. Estos fragmentos forman parte de la selección subrayada por Mario y su mujer lee estas citas a la hora de comenzar su narración. Estos textos funcionan como disparadores para que Carmen inicie su discurso como una contestación directa a las palabras de la Biblia destacadas por Mario. Si bien ella siempre tiene la última palabra, Mario y sus opiniones hablan a través de las citas seleccionadas.

En este sentido, la novela deja en claro que la Biblia es, ante todo, un texto y que como tal puede dar lugar a numerosas interpretaciones, algunas hasta contradictorias con el sentido original. Es ejemplar al respecto el comienzo del capítulo VII, en donde la cita hace alusión al nacimiento de Jesús, al que nombra “Príncipe de la Paz”, pero Carmen inmediatamente acota que durante la guerra vivió los mejores momentos de su vida. Así, Cinco horas con Mario muestra que los pensamientos de Carmen que se desprenden de las citas bíblicas que ha marcado su difunto esposo poco tienen que ver con las ideas que propone el texto original, incluso a pesar de que ella se defina como una piadosa creyente.

Además de formar parte de la estructura de la narración de Carmen, la religión es un tema fundamental para la sociedad española de la época. Entre 1962 y 1965 se realizó el Concilio Vaticano II, un encuentro de obispos representantes de todos los países para tratar temas de actualidad, problemáticas mundiales y revisar la función de la Iglesia católica en el mundo. El resultado fue una marcada apertura a otras religiones y la reivindicación de los derechos de los más pobres, que llevó al catolicismo español a dividirse entre ortodoxos y afines a las ideas del Concilio. Carmen es una representante de este primer grupo que cuestiona la función social de la Iglesia y piensa que el Concilio viene a trastocar el orden y las estructuras sociales. Sin embargo, Mario sostiene lo contrario: se preocupa por los sectores menos favorecidos y piensa que el verdadero Cristo poco tiene que ver con la mirada conservadora que sostiene la sociedad española. Esto es fuertemente castigado por Carmen, que ve en estos comentarios de su marido una “vanidad diabólica” (C. XIX).