Otelo

Otelo Resumen y Análisis Acto IV

Acto IV, Escena 1: Frente a la ciudadela

Resumen

A pesar de haber acusado a Desdémona de infiel, Otelo intenta no condenarla severamente. Sigue hablando con Yago sobre la importancia de encontrar el pañuelo, pero pronto Yago desata una furia aún mayor en Otelo, haciendo que muerda el anzuelo con meras insinuaciones. Por su ira, Otelo entra en un transe, y entonces Yago aprovecha para inventar una evidencia de sus engaños. Llama a Casio a escena mientras Otelo está escondido, y habla con él sobre Blanca, pero Otelo, perturbado como está, cree que Casio habla de Desdémona. Llega Blanca y le da el pañuelo a Casio, diciendo que no quiere tener nada que ver con eso. Al ver de lejos el pañuelo, Otelo encuentra la última “prueba” que necesita para declarar culpable a su esposa.

Otelo resuelve que matará él mismo a Desdémona, y le ordena a Yago que asesine a Casio. Ludovico, un noble veneciano pariente de Desdémona, ha llegado hace poco a Chipre; Otelo y Desdémona lo reciben. Cuando Desdémona menciona a Casio, Otelo se enfada y la abofetea en frente de todos; ella se retira muy conmocionada. A Ludovico le sorprende mucho que Otelo se comporte de esa manera, y no comprende cómo un hombre tan noble pudo haber actuado con tanta crueldad.

Análisis

Yago continúa con sus insinuaciones cuando habla con Otelo, proporcionando “pruebas” que no son tales. En el acto anterior, Otelo todavía intentaba defender a Desdémona, mientras Yago, con sus sugerencias, tomaba el rol de acusador. Irónicamente, los roles aquí se intercambian, ya que Yago parece defender a Desdémona, al mismo tiempo que produce más “evidencia” para condenarla. El pañuelo sigue siendo un símbolo importante. Otelo dice que este objeto “[le] vuelve a la memoria / Como el cuervo a la casa en desgracia” (IV.1. 20-21), haciendo referencia a que, en la época, los cuervos eran considerados signos de mal augurio. En este sentido, el pañuelo es un presagio de la destrucción de su matrimonio.

Otelo está predispuesto a ser fácilmente sugestionado. Interpreta que la palabra lie en inglés –que significa tanto “mentir” como “acostarse”– (35), en boca de Yago, incrimina aún más a Casio y a Desdémona. Resulta paradójico que Yago logre persuadir a Otelo de cosas que ni siquiera dijo. En casos como este, Otelo se convence a sí mismo. Nótese el contraste entre el lenguaje de Otelo mientras cae en un transe y su dicción en los actos anteriores. Empieza a hablar con palabras sueltas y desarticuladas –“¡Pañuelo…confesiones…pañuelo!” o “¿La nariz, las orejas y los labios?” (37-42)” – que manifiestan el deterioro de su habilidad para hablar de manera coherente y elegante, como lo hizo en el Acto I frente a Brabancio. La falta de conexión en su lenguaje se corresponde a su descenso al caos lógico y emocional. A medida que se enfurece cada vez más, sin verdadera causa, se aleja más y más de sí mismo y del orden que generalmente lo gobierna. Nuevamente, el tema del orden vs. el caos entra en juego.

El transe de Otelo también marca su descenso en el salvajismo. Irónicamente, se convierte en la bestia malvada y apasionada que otros, por su etnia, lo habían acusado erróneamente de ser. Yago nota que Otelo podría llegar así a un “ataque de locura furiosa” (55) y, en efecto, lo primitivo parece estar cercenando sus aspectos más civilizados. Otelo se refiere a sí mismo como un “hombre cornudo” (63), avergonzado por el supuesto engaño de su esposa, y es esta humillación lo que lo hace luchar en vano por su dignidad.

Yago continúa controlando la percepción de Otelo, sugiriéndole que observe a Casio atentamente y que detecte las “muecas de escarnio, sarcasmo y obvio desdén / Que se pintan en cada parte de su rostro” (83-84). Con esto en cuenta, Otelo interpreta todo lo que dice Casio como una afrenta hacia él y hacia Desdémona, si bien Casio, además de hablar de otra mujer, no tiene un tono burlón en su discurso. Ahora, los poderes imaginativos de Otelo, que otrora le sirvieran para relatar historias vívidas y potentes, se vuelven contra él, porque los usa para imaginar la infidelidad de Desdémona y la traición de Casio. Desafortunadamente para Otelo, cuando Blanca llega y le devuelve el pañuelo de Desdémona a Casio, todas sus sospechas parecen confirmarse.

“¡Ay, no había en el mundo una criatura más dulce!” (179), declara Otelo de Desdémona. Sin embargo, contra su razón y su mejor naturaleza, decide que su amada no puede vivir después de lo que supuestamente hizo. Se plantea en esta escena una gran ironía, puesto que Otelo exclama que Desdémona es de una naturaleza dulce y amable, pero la codena por ser lujuriosa e inmoral. Hay un tono reticente en Otelo, incluso cuando está sentenciando a muerte a Desdémona. Aunque el caos y los celos han triunfado sobre la razón, todavía una parte de él sabe que Desdémona es buena, y no quiere condenarla.

Cuando Otelo abofetea a Desdémona, se torna evidente la severidad de su cambio. La sola mención de Casio despierta en él una ira insensata y observa todo con desconfianza, incluso cuando no tiene ningún motivo para hacerlo. Uno de sus mayores miedos sobre la presunta infidelidad de Desdémona es que el adulterio manche su reputación. Por eso resulta irónico que el primero en dañar su buen nombre sea él mismo, al golpear a Desdémona con una crueldad insensata. Su civilidad decae a medida que se convierte en el salvaje cruel, celoso y pasional que Brabancio, al comienzo de la obra, lo acusaba de ser. En un movimiento paradójico, Otelo empieza a convertirse en un estereotipo de su etnia a medida que se aleja, con su accionar, de su verdadera esencia.

Acto IV, Escena 2: La ciudadela

Resumen

Otelo interroga a Emilia sobre la posibilidad de que Desdémona haya tenido un amorío con Casio. Emilia le dice que no vio nada, pero Otelo no le cree. Entonces, ella jura que ha visto y escuchado todo lo que sucedió entre Casio y Desdémona, y que su esposa es pura y fiel. Otelo cree que Emilia está metida en el engaño, y su insistencia en que es inocente solo consigue inflamar su ira.

Otelo se va, y Desdémona y Emilia intentan descubrir qué es lo que le sucede, y cómo pueden solucionar el problema. Desdémona se siente especialmente desconsolada y Emilia está muy enojada, ya que cree que alguien le envenenó la mente a Otelo para convencerlo de acusar a Desdémona. Yago está presente e intenta disipar esta opinión, para que Emilia no intensifique su sospecha. Al abandonar a las mujeres, Yago se cruza con Rodrigo, que no está nada contento con cómo Yago ha manejado las cosas. Aunque Yago le prometió que obtendría el amor de Desdémona, nada indica que haya hecho algo para conseguirlo. Yago lo tranquiliza haciéndole creer que, si mata a Casio, Desdémona será suya. Rodrigo acepta el plan, aunque, con esto, Yago arriesga que su secreto se revele.

Análisis

Otelo todavía está seguro, después de haber hablado con Emilia, de que Desdémona es “una ramera astuta” (IV.2. 21). Es irónico que Otelo tome la piedad y la bondad de Desdémona como pruebas de la corrupción que yace bajo la superficie. Con sus palabras también condena a Emilia, a quien trata como a la patrona de un burdel en el que su esposa es una “puta” (20). Otelo cree que la negativa de Desdémona es una señal de lo comprometida que está con su traición, cuando en realidad es una prueba de su honestidad, y de que está libre de culpas.

Otelo luego lanza una condena mordaz contra Desdémona. Su tono está lleno de resentimiento y enojo, aunque su esposa no sabe de qué habla. “Os tomé por esa artera ramera de Venecia / Que se casó con Otelo” (88-89), le dice a Desdémona. Esta declaración nos muestra a Otelo en su momento más injusto y vengativo, pero también nos dice que desconfía de Venecia y de su gente educada. Venecia es, para él, un lugar de engaños ocultos y de apariencias cuidadosamente elaboradas, un lugar en el que nunca se ha sentido realmente cómodo. Con sus acusaciones, Otelo pone de manifiesto su condición de extranjero, aquella que antes era su fuente de orgullo porque reforzaba su mérito en su ascenso al poder.

Parece extraño que Desdémona le pida a Emilia que ponga en su cama las sábanas nupciales, pero con este gesto quiere recordarle a Otelo la pureza de su unión. Algunos críticos sostienen que no hay tiempo en la obra para que Otelo y Desdémona consuman su matrimonio. De ser así, las sábanas nupciales serían tan blancas como Desdémona, ambas puras e inmaculadas. En esta línea, el pañuelo también es un símbolo de la virginidad de Desdémona, y es un objeto que Otelo no soporta ver en la posesión de otro hombre.

Siempre perceptiva, Emilia deduce que alguien se esconde detrás del imprevisto cambio de Otelo. Ella cree que “Un esclavo mentiroso e intrigante […] Ha inventado esta calumnia” (131-132). Es irónico que Emilia piense esto y que, de esta manera, condene a su esposo, el hombre que ha diseñado todo el asunto. Yago está allí para despejar esta sospecha y, sin embargo, Emilia y Desdémona saben que algo no encaja, pero no dan con cómo resolverlo.

Finalmente, Rodrigo acusa a Yago de haberlo engañado. Él ha descubierto la verdad: las “palabras [de Yago] no se condicen con [sus] actos” (180-181). Yago hace todo lo posible para negar esto, y convence a Rodrigo de matar a Casio para ganarse a Desdémona. Aún así, la acusación de Rodrigo significa que Yago será revelado por aquel si no termina satisfecho, o que Rodrigo tendrá que morir para que el engaño de Yago continúe. No obstante, como Otelo es una tragedia, esta confrontación anticipa el desenlace fatal que le espera a Rodrigo en el plan de Yago.

Acto IV, Escena 3: La ciudadela

Resumen

Otelo le dice a Desdémona que se vaya a acostar y que despida a Emilia. La criada se lamenta, deseando que Otelo y Desdémona no se hubiesen conocido. A pesar de todo, Desdémona sigue amando a Otelo. Ella comprende que morirá pronto y empieza a cantar una canción de tristeza y resignación, aceptando su destino. Le pregunta a Emilia si cometería adulterio a cambio de que su marido conquiste el mundo. Emilia piensa que no es tan alto el costo si se considera el premio, y le contesta que sí. Desdémona, en cambio, es demasiado buena y devota como para realizar ese acto, considerado un crimen.

Análisis

Esta escena entre Desdémona y Emilia sucede en el ámbito de lo doméstico y de la intimidad. Por eso, ambas mujeres se sienten seguras para decir lo que piensan sin ser descubiertas por un ojo ajeno. Desdémona sabe que su muerte es inminente, pero su bondad y devoción no le permiten hacer nada para evitarlo. La canción “Sauce”, que cantaba la doncella de su madre, es un presagio de su muerte. Su resignación es un tanto extraña; parece una mujer completamente diferente de aquella que enfrentó a su padre y a los nobles venecianos defendiendo a Otelo. Su actitud resignada no se condice con su carácter perseverante.

La bondad de Desdémona es casi demasiado perfecta para ser real y, si hubiera admitido alguna falta o pecado ante Otelo, podría haber destruido su opinión de que ella simplemente fingía ser buena para ocultar su traición. El personaje de Desdémona es paralelo al de Ofelia en Hamlet: ambas son buenas, virtuosas y obedientes, pero también acarrean destinos trágicos a pesar de –o debido a– su inocencia. El destino de Desdémona es injusto e inmerecido, y esto la convierte en la mártir de la obra, en la heroína trágica que es entregada en sacrificio para satisfacer los hados.

Emilia pronuncia lo que parece ser una enseñanza de la obra hasta este punto: “Que sepan los maridos / Que sus mujeres gozan de sentido, igual que ellos. Ven, y huelen, / Y tienen paladar tanto para lo dulce como para lo ácido, / Lo mismo que sus maridos” (IV.3. 94-07). De esta manera, sugiere que tanto hombres como mujeres poseen sentidos que los conducen a la búsqueda del placer. Esto es lo que enoja tanto a Otelo. La sola idea de que Desdémona pueda desear, al igual que él, lo desconcierta y lo enfurece. Que ella pueda tener opiniones e ideas independientes de las suyas, especialmente en lo que respecta a Casio y a su lugar legítimo, también lo perturba. Otelo es bueno en su corazón, pero no puede reconciliarse con la idea de que Desdémona sea tan humana e independiente como él.