La plaza del Diamante

La plaza del Diamante Imágenes

La fiesta mayor

Se trata de la fiesta que se realiza en la plaza del Diamante y que da inicio a la novela. Se evidencia que es un evento importante, que involucra a todo el barrio y al que acuden la mayor parte de las personas del lugar. Natalia, empujada por su amiga Julieta, se arregla y se viste de blanco para la ocasión. Una vez allí, describe pormenorizadamente lo que hay y lo que sucede en el lugar:

Cuando llegamos a la plaza ya tocaban los músicos. El techo estaba adornado con flores y cadenetas de papel de todos los colores: una tira de cadeneta, una tira de flores. Había flores con una bombilla dentro y todo el techo parecía un paraguas boca abajo, porque las puntas de las tiras, por los lados, estaban atadas más arriba que en el centro, donde todas se juntaban (p. 7).

Natalia narra la fiesta de una forma en la que se transmiten no solo las imágenes visuales, sino que también puede percibirse el ambiente por medio de imágenes auditivas, táctiles y olfativas:

Y hacía calor. Los chiquillos tiraban cohetes y petardos por las esquinas. En el suelo había pipas de sandía y por los rincones cáscaras de sandía y botellas vacías de cerveza y por los terrados también encendían cohetes. Y por los balcones. Veía caras relucientes de sudor y muchachos que se pasaban el pañuelo por la cara. Los músicos tocaban, contentos. Todo como en una decoración. Y el pasodoble. Me encontré yendo abajo y arriba, como si viniese de lejos estando tan cerca, sentí la voz de aquel muchacho que me decía, ¿ve usted como sí sabe bailar? Y sentía un olor de sudor fuerte y un olor de agua de colonia evaporada (p. 9).

El barrio

Son numerosas las descripciones que hace Natalia del barrio donde vive. Para ella, que suele padecer la sensación del encierro, son muy importantes los espacios abiertos. Por eso, desde el comienzo señala algunos lugares por los que transita, como sucede con la plaza del Diamante, el parque Güell, la calle Mayor, el Paseo de Gracia, el (bar) Monumental y la Rambla de las Flores, entre otros. Uno de los espacios que Natalia atraviesa y describe más en detalle es el mercado del barrio:

El olor a carne, a pescado, a flores y a verduras se mezclaba, y aunque no hubiese tenido ojos me habría dado cuenta en seguida de que me acercaba al mercado. (...) Y me iba metiendo en el olor del mercado y en los gritos del mercado para acabar dentro de los empujones, en un río espeso de mujeres y de cestos (p. 77).

El fragmento corresponde a una cita más extensa en la que Natalia señala cada uno de los puestos que va observando al pasar, la mercadería que ofrecen y lo que están haciendo sus dueños. En este pasaje en particular se combinan imágenes visuales, olfativas, auditivas y cinéticas.

El cuadro de las langostas

Una imagen particularmente visual es la de un cuadro que tiene la señora Enriqueta en su casa, el cual Natalia describe de la siguiente manera:

Tenía un cuadro colgado con un cordel amarillo y rojo, que figuraba unas langostas con corona de oro, cara de hombre y pelo de mujer y toda la hierba de alrededor de las langostas, que salían de un pozo, estaba quemada, y el mar del fondo y el cielo de arriba eran de color de sangre de buey y las langostas llevaban corazas de hierro y mataban a coletazos... (p. 25).

Es evidente que el eclecticismo de esta pintura llama la atención de Natalia, que poco después la recuerda en medio del sermón pronunciado en su casamiento. Luego, esa extrañeza que ella siente se traslada a sus hijos cuando son niños: son varias las ocasiones en las que, mientras están en casa de Enriqueta, tanto Antoni como Rita se quedan casi hipnotizados observando la imagen. El cuadro vuelve a aparecer sobre el final del libro, cuando Enriqueta se lo obsequia a Rita en su casamiento.

Por otro lado, ese asombro o fijación que muestran Natalia y sus hijos puede comprenderse también si se considera que no están familiarizados con el campo de la pintura y el arte.

La familia de Natalia

Cerca del final de la novela, Natalia describe una escena familiar:

Y volvía a casa un poco mareada como siempre, y en cuanto entraba en la sala ya encontraba las luces encendidas y la Rita refunfuñando y la modista con la cara mustia y el Vicenç, de pie o sentado o que ya no estaba. Y el Antoni siempre me preguntaba si había paseado mucho y a veces el Toni también miraba cómo cosían la Rita y la modista o bien lo encontraba chillando con la Rita porque tenía hambre cuando llegaba del cuartel y la Rita no le quería preparar de merendar (...). A veces les encontraba a todos merendando y discutiendo ni ellos sabían de qué (p. 239).

En este caso, la imagen presentada es más dinámica que estática, en tanto describe a una serie de personajes en acción, interactuando entre sí, frente a la mirada de Natalia, que es espectadora y partícipe.

Sin embargo, la presencia de sus familiares más cercanos todos juntos, así como el hecho de que Natalia la cuente como algo cotidiano y habitual, cargan de un sentido mucho más profundo esa imagen, que ya no muestra solo a personajes en movimiento, diciendo y haciendo cosas, sino a la familia reunida.