Final del juego (cuento)

Final del juego (cuento) Temas

El juego

Tal como el título lo indica, este es un cuento sobre los juegos que comparten tres niñas de entre doce y trece años. Para Cortázar, el juego es una dimensión fundamental del ser humano y algo que siempre le interesó mucho. En sus relatos, la dimensión lúdica no es un simple complemento, sino que es un tema que merece ser abordado en toda su complejidad y profundidad.

Cortázar sostiene que el juego, para los niños, es una cosa muy seria; mientras los adultos pueden restarle importancia, los niños se abocan al juego como si se tratara de la más importante de las actividades humanas. Así, el mundo infantil del relato se divide en dos tiempos y espacios: el que le corresponde a la vida doméstica y, luego, el tiempo y el espacio del juego, que se manifiesta como el más valioso, y al que las tres niñas se abocan con mayor fervor.

El juego de las niñas consiste en la representación por turnos de actitudes y estatuas frente a las vías, para ser observadas por unos segundos por los pasajeros del tren. En este juego de representaciones destaca, en primer lugar, la naturaleza mimética del juego como un procedimiento mediante el cual se exploran las conductas, los sentimientos y las formas de ser de los adultos. Desde esta perspectiva, el juego de la infancia puede ser contemplado como un entrenamiento para la vida adulta y un medio para desarrollar las capacidades expresivas.

Por otra parte, el juego revela toda una red de relaciones vinculares entre las tres niñas (que son hermanas o primas): Holanda y la narradora suelen estar subordindas a Leticia, quien se establece como líder en la toma de decisiones debido a su condición física particular. Así, es a través del juego que se establecen también las lealtades, las alianzas y las rivalidades.

En el relato, el juego de las estatuas finaliza tras la aparición de Ariel, un sujeto externo cuya presencia instaura una nueva dimensión en la vida de las niñas que se aproximan a la adolescencia: la irrupción de la sexualidad como una nueva dimensión vital que determina las formas de relacionarse. Los sentimientos que desencadena la presencia de Ariel ponen de manifiesto la posibilidad de enamorarse, y la aparición del muchacho se convierte así en el hito que marca el fin de la infancia de las tres protagonistas.

La vida doméstica

"Final del juego" es un relato familiar, protagonizado por tres niñas que comparten lazos sanguíneos. Si bien no queda claro si Leticia, Holanda y la narradora son hermanas o primas, las tres viven junto a la madre y la tía de la narradora.

La vida doméstica de la familia, compuesta solo por mujeres, se presenta a través de la mirada subjetiva de la narradora, quien describe con detalle las dinámicas del hogar: tanto ella como Holanda deben ayudar a la madre y a la tía Ruth con las tareas de la casa, mientras que Leticia, dada su enfermedad, puede recluirse en su habitación y descansar.

Tal como la presenta la narradora, la vida doméstica está marcada por la repetición y el aburrimiento. Las escenas alrededor de la cocina, del lavado y secado de los platos, se repiten con monotonía y empujan a las niñas a cometer travesuras para escapar del tedio. De esta forma, el mundo doméstico se presenta como un espacio seguro pero asfixiante, que limita a las niñas y las empuja a ensayar los límites de la paciencia de sus cuidadoras.

Otra dimensión de la vida doméstica que se explora es el tiempo del juego. Dentro de la dinámica hogareña, las niñas saben que, a la hora de la siesta, sus cuidadoras no les prestarán atención, y aprovechan entonces para salir de la casa y jugar en las vías del tren. Así, a las tareas domésticas se les contraponen los juegos en los que las niñas gozan de cierta libertad y escapan al escrutinio de las mujeres adultas.

Los celos vs. la compasión

La mirada de la narradora construye un complejo relato atravesado por emociones ambiguas y muchas veces contradictorias.

En un principio, cuando la narradora habla de las tareas domésticas, demuestra celos por el trato privilegiado que recibe Leticia, quien no tiene que hacerse cargo de ninguna tarea doméstica y para quien se reserva incluso la mejor comida. Sin embargo, pronto se revela que este trato privilegiado responde a la enfermedad que padece la niña y que la limita completamente. Ante su hermana (o prima) enferma, la narradora siente compasión e intenta tratarla con deferencia.

De esta forma, todo el relato se construye a través de ese contrapunto entre los celos y la compasión, que la narradora manifiesta una y otra vez en sus comentarios. Los celos se evidencian, por ejemplo, cuando Ariel menciona que Leticia es la más linda de las tres. Ante esta situación, la narradora indica: "Nos parecía que Leticia se estaba aprovechando demasiado de su ventaja sobre nosotras (...). [La] forma en que Leticia se había portado en la mesa, o su manera de guardarse el papelito, era demasiado" (p. 539). A pesar de los celos, la compasión que siente la narradora por Leticia es más fuerte, y por eso trata todo el tiempo de hacerle más fácil la vida.

La ambivalencia de los sentimientos pone de manifiesto el dilema constante en el que se halla la narradora, y la complejidad de su relación con Leticia. Cuando Ariel indica que al día siguiente se propone visitarlas, la narradora comprende que Leticia se halla en una encrucijada, y la situación la llena de confusión: "Yo no sabía qué pensar, de un lado me parecía horrible que Ariel se enterara, pero también era justo que las cosas se aclararan porque nadie tiene por qué perjudicarse a causa de otro. Lo que yo hubiera querido es que Leticia no sufriera, bastante cruz tenía encima y ahora con el nuevo tratamiento y tantas cosas" (p. 541). Como puede observarse, la compasión y la empatía prevalecen en la narradora. Así, los celos no empañan la relación entre las protagonistas, quienes logran apoyarse y acompañarse mutuamente.

La enfermedad

La enfermedad es uno de los temas más presentes y menos expresados en el relato. Leticia, una de las tres protagonistas, padece una enfermedad que ha paralizado una parte de su cuerpo. Sin embargo, dentro de la dinámica familiar, la enfermedad es una presencia constante sobre la que no se habla directamente, pero que se insinúa en los comentarios de la narradora.

Las dinámicas familiares se establecen todas en función de la enfermedad. Leticia recibe un trato privilegiado por parte de todos los miembros de la familia: la niña no tiene que hacerse cargo de las tareas domésticas y puede recluirse en su habitación mientras sus hermanas (o primas) ayudan en la casa. Además, se convierte en la jefa de los juegos, ya que tanto la narradora como Holanda se compadecen de ella y tratan de compensar sus limitaciones mediante un trato deferencial.

Ante el cortejo de Ariel, la enfermedad demuestra hasta qué punto Leticia es diferente y no puede participar del mundo como sus hermanas o primas. Ariel, que solo la ve por unos segundos al pasar con el tren, no llega a notar la parálisis de su cuerpo y se enamora de ella. Leticia puede vivir el idilio del enamoramiento hasta que el muchacho avisa que bajará del tren y visitará a las niñas. En ese momento, la niña comprende que ya no podrá ocultar su enfermedad, y que, al enterarse, Ariel la rechazará. Por eso es que decide no mostrarse ante él y, en cambio, le hace llegar una carta. De esta forma, la enfermedad pone de manifiesto la alteridad de Leticia, quien no puede participar del mundo de la misma forma que las otras protagonistas, y para quien el amor termina siendo una imposibilidad.

Las representaciones sociales

"Final del juego" es el relato de una niña de unos doce o trece años y, por ende, la narración está atravesada por su subjetividad y su forma particular de ver el mundo. Así, a través de los ojos de la niña se despliegan ante el lector una serie de representaciones sobre las clases sociales a lo largo de todo el cuento. La primera forma en la que emergen este tipo de representaciones es cuando la narradora se refiere a sus vecinas, las Loza, quienes parecen pertenecer a una clase social media-alta. En el siguiente fragmento, mientras se dedican a las tareas domésticas, las niñas hacen enojar a la madre y a la tía al comparar su posición social con las de las Loza: "recordábamos como al pasar que en la casa de las Loza había dos sirvientas para todo servicio" (p. 533). De esta forma, queda claro el valor que las niñas le atribuyen a la clase social, y la conciencia que tienen de no pertenecer a una clase privilegiada.

Las representaciones sociales se hacen más evidentes cuando las niñas hacen conjeturas sobre Ariel: "Le calculamos dieciocho años (seguras de que no tenía más de dieciséis) y convinimos en que volvía diariamente de algún colegio inglés. Lo más seguro de todo era el colegio inglés, no podíamos aceptar un incorporado cualquiera. Se vería que Ariel era muy bien" (p. 538).

Como puede observarse, la educación también es un rasgo de clase y de privilegio. Las niñas imaginan que su enamorado asiste a un colegio inglés, uno de los mayores signos de estatus social en la Argentina de mediados de siglo XX. En contraposición al prestigioso colegio inglés, las niñas han hecho solo el primario, y esto es algo que parece pesarles, puesto que desean ocultarlo para que Ariel no las desprecie por su poca formación.

Mediante estas pequeñas observaciones hechas al pasar, el lector puede comprender cómo se construyen las representaciones sociales de la niña y cómo se articulan con sus juegos y sus formas de ver el mundo y entender la realidad.

El paso de la infancia a la adultez

"Final del juego" está dedicado a un momento de transición en la vida de tres niñas de doce o trece años que dejan atrás la infancia y se encaminan hacia la adultez. Ya el propio título del cuento permite realizar esta lectura: las niñas se encuentran en un momento bisagra de sus vidas y dejar atrás el juego al que le dedicaban todas sus tardes implica poner fin a la niñez para dar un paso hacia una nueva etapa en sus vidas.

El fin del rito lúdico al que se entregan las tres niñas todas las tardes es desencadenado por la presencia de un adolescente, Ariel, quien comienza a cortejarlas arrojándoles mensajes desde el tren. Las palabras de Ariel irrumpen en la rutina de las niñas y dan inicio a un nuevo juego, el del coqueteo adolescente. Es esta posibilidad de enamorarse que las tres niñas descubren ante la presencia de Ariel la que instaura una nueva dimensión en sus vidas y las aleja de la infancia. Por eso, tras las ilusiones y la decepción, las niñas se hallan en un nuevo tiempo de sus vidas, y el juego inocente queda atrás definitivamente.