Final del juego (cuento)

Final del juego (cuento) Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

La narradora, una niña cuyo nombre se desconoce, relata las tardes de juegos en su casa. Ella vive junto a su madre, la tía Ruth y dos niñas más, Leticia y Holanda, que parecen ser sus hermanas o primas.

Las tardes de juego entre las tres niñas tienen lugar contra las vías del Central Argentino. La madre de la narradora y la tía Ruth siempre se acuestan después del almuerzo, ya que suelen estar exhaustas por los quehaceres de la casa y por los escándalos que la narradora y Holanda ocasionan intencionadamente mientras secan los platos. Mientras tanto, Leticia espera en su habitación leyendo; ella nunca se ocupa de las tareas del hogar, sino que recibe un trato deferencial.

Las vías del ferrocarril se ubican entre el fondo de la casa y el río, y a ellas se accede por la puerta blanca del patio. Las niñas suelen jugar brevemente sobre las vías y luego se refugian a la sombra de los sauces, justo contra la pared del fondo de la casa.

Análisis

Final del juego” es el último relato del libro de cuentos homónimo, publicado por Cortázar en 1956, y aborda las relaciones lúdicas que se establecen entre tres niñas. El relato está narrado en primera persona por una de ellas y presenta una focalización interna: al lector se le muestra el mundo a través de los ojos de esta niña cuyo nombre el texto no repone.

Por lo que deja entrever el relato de la protagonista, las niñas tienen entre doce y trece años, una edad en la que están dejando atrás la infancia pero aún no se encuentran plenamente en la adolescencia. En este sentido, el título del cuento dialoga también con esta época bisagra en la vida humana en la que los niños dejan atrás los juegos de la infancia y se embarcan en una aventura totalmente diferente: la de descubrirse como jóvenes adultos.

“Final del juego” puede clasificarse dentro del realismo, aunque Cortázar siempre abjuró de dichas clasificaciones, especialmente por considerar que la literatura realista es reductora de la riqueza de la experiencia humana. Para él, el relato de ficción se concibe como una ventana desde la que observar un aspecto particular de la realidad, uno de sus tantos pliegues y posibilidades. Mirar desde diversos puntos de vista está en la base de su obra, y por eso es tan importante la construcción de la voz narradora, quien revela en “Final del juego” un mundo en plena transición entre la infancia y la adolescencia. Así, más que interesarse por la representación objetiva de la realidad -como se jacta de hacer el realismo- el autor está interesado en la subjetividad que una mirada puede echar sobre el mundo.

El entorno vital de las protagonistas es un mundo femenino: la familia está constituida por las tres niñas, la madre y la tía de la narradora. De esta configuración familiar se comprende que las niñas pueden ser tanto hermanas como primas, aunque la narradora no realiza ningún comentario al respecto; esto evidencia, en última instancia, que es tan fuerte el vínculo que las une que no es necesario explicitarlo. Esta configuración familiar guarda cierta reminiscencia con la propia vida de Cortázar, quien fue criado por su madre y su tía luego de que su padre los abandonara. A su vez, cabe destacar que, de todos los cuentos protagonizados por personajes en transición entre la niñez y la adolescencia, “Final del juego” es el único que presenta una narradora femenina.

A través del relato de una de ellas, el lector tiene acceso a la vida íntima de las niñas, a las formas en que habitan el espacio doméstico y a las configuraciones temporales que ritman las dinámicas del hogar. Un concepto interesante para analizar estas dimensiones del relato es el de cronotopo, acuñado por Mijail Bajtin en 1975. El teórico ruso llama “cronotopo (literalmente, tiempo espacio) a la conexión intrínseca de las relaciones temporales y espaciales que se expresa artísticamente en la novela. (...) Lo que nos importa es el hecho de que expresa la inseparabilidad del tiempo y del espacio (el tiempo como cuarta dimensión del espacio)” (Bajtin, 1989: 84-85). Este concepto puede ser utilizado como un centro organizador de los eventos narrativos fundamentales de una obra literaria, ya que observa al tiempo y al espacio como una unidad que aporta sentidos fundamentales al desarrollo y la comprensión de los argumentos.

La acción de “Final del juego” se organiza en torno a dos cronotopos principales: el de la vida doméstica y el del juego de las protagonistas. La vida doméstica está ritmada por la repetición y el aburrimiento. Las escenas se repiten y las niñas, para romper con la monotonía, suelen iniciar discusiones por nimiedades o realizar travesuras: "Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotras entendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo" (p. 533).

Así, el mundo doméstico se presenta como un espacio opaco y saturante, fértil para las rencillas, en el que Holanda y la narradora ensayan los límites de la paciencia de las mujeres que las cuidan. En el relato de dichas dinámicas comienza a vislumbrarse la configuración de las relaciones entre las tres niñas: mientras que Holanda y la narradora deben ayudar con las tareas del hogar y suelen protagonizar las travesuras, Leticia se mantiene al margen, encerrada en su pieza y absorta en la lectura. Como puede observarse, el trato deferencial que recibe Leticia está totalmente naturalizado por la narradora, aunque todavía no se explicita cuál es la causa que lo motiva.

Al tiempo y el espacio de la vida doméstica que se desarrolla bajo las miradas de la madre y la tía Ruth se contrapone el tiempo del juego, que se desarrolla por fuera de la vigilancia adulta, y en el que no hay obligaciones con las que cumplir. El espacio que le corresponde a este tiempo se llama “nuestro reino” (p. 354) y es un universo regido solo por las leyes del juego y el tiempo del ocio. La narradora es consciente de la división entre el mundo doméstico y el mundo lúdico, y su relato evidencia el rito de paso entre uno y otro: "Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, y encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino" (p. 534).

“Nuestro reino” está ubicado en una zona liminar, es decir, en una frontera entre el mundo privado de la casa y el mundo público en el que se desarrollan las actividades sociales. Se trata de un escenario natural comprendido entre el fin del patio trasero y el inicio de las vías del tren. Allí, las niñas se entregan a un juego que se desarrolla de la siguiente manera: una de ellas, definida por medio de un sorteo, representa una actitud (la envidia, la caridad, el miedo, los celos, etc.) o actúa una estatua a partir de los ornamentos que las otras eligen para ella.