Ceremonia secreta

Ceremonia secreta Citas y Análisis

La llamó con nombres erizados de erres y de pes como de vidrios rotos, le adjudicó imprevistos parentescos, le atribuyó profesiones a las que se suele calificar ya de tristes, ya de alegres; la apostrofó como los peores pecadores seremos apostrados el Día del juicio, y, en fin, la exhortó a perpetrar con la pobre ortiga los más heroicos y los menos vulgares usos y abusos.

Narrador, p. 24

Esta cita corresponde al momento en que Leonides es sorprendida por una vecina, Natividad González, cuando le está dejando una rama de ortiga en la puerta. El pasaje es representativo del tono sarcástico y humorístico del libro, lleno de momentos de extremo patetismo que se narran de una manera indirecta, connotativa. El contraste entre lo que dice el narrador, que cuenta el episodio desde la perspectiva de Leonides, a través de metáforas y digresiones, y lo que los lectores pueden inferir que le está diciendo, en efecto, Natividad, genera un efecto sumamente hilarante.

Caminaban juntas y abrazadas, como dos íntimas amigas, o como madre e hija. No cruzaron una palabra. La señorita Leonides daba sus enérgicas zancadas de soldado y miraba el suelo. Se sentía perpleja, excitada, turbiamente feliz. El sesgo que tomaba su aventura con la joven de luto le producía una especie de embriaguez. ¿Qué iría a ocurrirle? Pero no quería hacer conjeturas. Sucediera lo que sucediere, ella estaba pronta. Pues a menudo, enferma de soledad, había soñado que en este poblado mundo había alguien que conocía su existencia, que necesitaba de ella, que la esperaba y la buscaba, y que alguna vez la encontraría y se la llevaría consigo.

Narrador, p. 33

En este pasaje se subraya el paralelismo entre los dos personajes principales: Cecilia y Leonides. Ambas están en la más absoluta soledad, al borde de la locura. Cecilia ha perdido a toda su familia y actúa como una niña en busca de su madre; Leonides, por su parte, es una "solterona" que no tiene a nadie en el mundo, y sueña con encontrar a alguien que la necesite. Estas circunstancias, junto a la casualidad, las une y propicia el desenvolvimiento de una serie de hechos que no tienen aparente sentido, pero son consecuencia de esta "enfermedad" de la soledad.

(¿Comprenden? Una mujer que parecía escapada de un álbum de fotografías del año 1920 contemplaba la fotografía de una mujer que parecía escapada del año 1920 y la hallaba anticuada. Y está bien. Porque, de lo contrario, no habría en este mundo ni jueces ni críticos).

Narrador, p. 36

Esta cita ejemplica un procedimieinto que el narrador de Ceremonia secreta utiliza a menudo. Consiste en pequeñas acotaciones, que señala entre paréntesis, y que interpelan directamente al lector. Ese "¿Comprenden?" no apunta a otro que a quienes están leyendo, rompiendo la "cuarta pared" del verosímil. Esto genera un efecto de complicidad entre narrador y lector, y se suma a los toques humorísticos del relato.

Muchas veces, en su casa, había proyectado quedarse varios días en cama. Porque sí, porque al levantarse se había dicho: ¿para qué levantarme?, ¿para qué repetir esta rutina inútil?, ¿para qué? Pero en su casa ese programa no tenía nada de seductor. Mirar las manchas de humedad de las paredes, imaginar que son monstruosos órganos enfermos, solfear con los rosetones del cielo raso, pensar: “Dentro de diez minutos me moriré, dentro de cinco minutos, dentro de un minuto, ahora”, gritar y volver a empezar. En cambio, aquí era distinto.

Narrador, p. 42

En esta cita los lectores pueden conocer, gracias al narrador omnisciente, las penurias de la vida de Leonides y la profundidad de la depresión que padece. Esto permite entender el por qué de sus extrañas actitudes, sus resentimientos y algunas decisiones que no parecen tener razón de ser. También explica el hecho de que decida, sin más, seguirle la corriente a una persona claramente enferma, al punto de disociarse de ella misma.

Viejos mecanismos paralizados se desoxidaban, volvían a ponerse en movimiento, giraban. Se sentía navegar en el vórtice de mil corrientes encontradas pero todas igualmente deleitosas. Dios mío, por fin estaba a cubierto de la soledad, de la pobreza, de las mujeres que se abrazan en los paseos públicos, de las hordas de muchachones y de Natividad González. Que nadie viniera a arrancarla de aquel paraíso.

Narrador, p. 43

Esta cita, en contraste con la anterior, conforma el génesis de la locura de Leonides y el comienzo de la escisión de su personalidad. Además, demuestra el grado de infelicidad y angustia de su vida, en contraste con la ficción que le es dada, a partir de una casualidad. Por otro lado, se refuerza la idea de que Leonides no solo está sola y deprimida, sino que es una inadpatada, en cuanto que el mundo le resulta sumamente hostil y peligroso, hasta los detalles más inofensivos, como una pareja abrazada en una plaza.

(Pero qué suplicio, qué suplicio el de esos ojos que se rehúyen, se buscan, se separan, se acosan, se vigilan, merodean, espían, languidecen, se duermen, despiertan, resucitan, se estudian, se exasperan, se desafían, chocan, luchan, se agreden, sucumben, piden perdón, huyen y vuelven a buscarse para empezar otra vez).

Narrador, p. 61

En este pasaje hay otro ejemplo de digresión del narrador, que interrumpe su relato para opinar o acotar, usando los paréntesis. Pero, en este caso, hecha mano a un recurso poético: utiliza verbos concatenados que dan una rítmica particular a la secuencia a la que remite (un cruce de miradas entre las dos protagonistas). Por otra parte, parece aludir, en tono de parodia, al famoso"Poema 12" de Oliverio Girondo, compuesto por una seguidilla de verbos. El factor paródico reside en el hecho de que ese poema aborda una escena de dos amantes, mientras que la relación entre Leonides y Cecilia es absolutamente casta.

A medida que se alejaba, y libre del asedio de Cecilia, la antigua Leonides Arrufat revivía en la falsa Guirlanda Santos, su espíritu cobraba fuerza. Se sentía crecientemente intrépida, lúcida y segura de sí misma. Se había vestido como la muerta, se había peinado como la muerta; estaba, pues, disfrazada. Y como a todos los disfrazados, el disfraz le aseguraba la audacia y al mismo tiempo la impunidad.

Narrador, p. 62

En este pasaje, el narrador cuenta la segunda escisión de Leonides, cuando se inventa el personaje de Anabelí Santos. Se subraya el costado psicológico de este desdoblamiento, y esto permite a los lectores entender sus motivaciones. Si bien no queda claro por qué hace lo que hace, se evidencia que la posibilidad de ser otra, de encarnar a otra persona, constituye un alivio y una vía de fuga para la atormentada psiquis de Leonides.

Al entrar en el dormitorio de Cecilia y ver aquel cuadro, Belena sufrió una transformación. Puso una cara que yo jamás olvidaré mientras viva. Hasta se volvió fea, no sé si me explico. Una cara tan espantosa que Cecilia se encogió y gritó, como si temiese que Belena fuera a castigarla, o a matarla. Algo muy extraño.

Encarnación, p. 72

En el diálogo de Leonides, disfrazada de Anabelí, con las hermanas Mercedes y Encarnación se revelan varias cosas de la historia familiar de Cecilia, pero sobre todo se explica el episodio traumático que la trastornó definitivamente. Allí se introduce, además, al personaje de Belena, y se anticipa el costado macabro que revelará más adelante. La reacción de Cecilia -ya enloquecida- al ver a Belena es un dato que Encarnación menciona al pasar, pero que Leonides interpreta, y así se convierte en un elemento clave para descubrir la verdad.

Y ella pierde la razón (las mujeres que son tus enemigas no pierden la razón). Y loca y solitaria, levanta un recinto amurallado donde el sexo no tiene cabida, donde la bestia de la carne no puede introducirse. Es una ciudad consagrada al ángel. Un santuario en el que no se oficia otro rito que el del más puro amor. Y es a ti, a ti sola, a quien le ha franqueado la entrada. ¿Qué más querías?

Anabelí Santos, p. 78

Estas líneas se atribuyen a Anabelí Santos, que no es otra cosa que el alter ego de Leonides Arrufat. Leonides se escinde de sí misma y Anabelí le dirige un largo discurso. Allí, realiza una defensa de Cecilia y le reprocha (se reprocha a sí misma) querer abandonarla. Lo interesante del pasaje citado es que retoma el tema de las mujeres y el sexo, concebidos por Leonides como peligro máximo. Además, iguala a las dos protagonistas, al colocarlas en el lugar de sobrevivientes que se recluyen en una "ciudad" imaginaria, al resguardo de tales amenazas.

Los oía hablar. No, ella no. Los oía su cabeza. Pero su cabeza se le había desprendido del cuerpo, había rodado lejos, por el suelo, decapitada, suelta. Esa cabeza que ya no era suya había oído. Ahora que la tenía nuevamente sobre sus hombros, ahora sabía lo que entonces esa carroña guillotinada había escuchado.

Narrador, p. 86

Este fragmento corresponde a la escena previa al desenlace de la novela: Cecilia recupera la cordura y vuelve en sí. Aunque no reconoce a la persona que está con ella, disfrazada de su madre (Leonides), le cuenta su historia, dado que sabe que está por morir. Allí se narra, a través de la metáfora de la decapitación, el momento exacto en que Cecilia se aísla de la realidad (demasiado terrible para poder aceptarla) y se confina a un mundo de fantasías, donde la madre sigue viva y ella es una niña.