Ceremonia secreta

Ceremonia secreta Imágenes

Leonides

En los primeros capítulos, el narrador presenta a Leonides Arrufat y se detiene puntualmente en su vestimenta, sus accesorios y su modo de andar, que se complementan con la rutina solitaria y triste que lleva: "Vestida toda de negro, de pies a cabeza, en la cabeza un litúrgico sombrero en forma de turbante, al brazo una cartera que semejaba un enorme higo podrido, la figura alta y enteca de la señorita Leonides cobraba, entre las sombras, un vago aire religioso" (p. 23). El color negro es preponderante y tiene una importancia especial porque representa el luto (cuestión que comparte con Cecilia) y el tono gótico.

Esta imagen es parte de la identidad del personaje y se torna fundamental hacia el desenlace: la pérdida de la identidad coincide con el "disfraz", y la recuperación, con el retorno de su propia ropa, en la escena final. La repetición de los mismos adjetivos utilizados en la descripción inicial refuerza este sentido: "(...) se quitó la ropa manchada de sangre, se puso su vestido negro, su tapado negro, el litúrgico sombrero negro en forma de turbante, al brazo se colgó la cartera que semejaba un enorme higo podrido, descendió a la planta baja, y sin apagar ninguna luz, sin cerrar ninguna puerta, salió a la calle y se alejó" (p. 90).

Cecilia

Cecilia se describe, desde el comienzo, como una niña rubia, regordeta y sumisa, con un aspecto similar al de una "muñequita" o una campesina. Sin embargo, según avanza la trama, se descubre que tiene en realidad veintitrés años. La importancia de las imágenes en las que se enfatiza reiteradamente el carácter inocente de Cecilia reside en reforzar el aspecto siniestro de la situación: una mujer con un trastorno que la lleva a actuar como una niña. El detalle de la "cabezota" (como repetirá muchas veces Leonides), resalta, por su lado, la identificación con la muñeca a cuerda:

Era de baja estatura, un poco gorda, de gordas piernas cortas. La cabeza, demasiado grande para aquel cuerpo, lo parecía aún más a causa de la profusa cabellera rubia que la enmarcaba. El rostro, ancho y de facciones algo toscas, irradiaba inocencia y bondad, como el de una campesina, y esta semejanza se veía acentuada gracias a una suerte de arrebol, a un curioso abotagamiento que congestionaba aquellos rasgos ya de por sí esponjados, como si la joven sostuviera un enorme peso sobre la cabeza (p. 31).

La casona de Suipacha

La casa de Cecilia es el lugar más importante de la novela, y donde transcurre la mayor parte de la trama. La descripción pormenorizada de sus cuartos y pasillos oscuros remite directamente a uno de los motivos más conocidos del género gótico: la mansión en ruinas. La utilización de adjetivos como "fúnebre" y "fatídica" para describir su arquitectura da más fuerza a la imagen tenebrosa: "Tiene dos ventanas enrejadas en la planta baja, tiene una puerta de doble hoja: con dos fúnebres llamadores de bronce; tiene en el piso alto un largo balcón saledizo y no tiene más, como no sea una enorme grieta que la cruza como una fatídica cicatriz" (p. 34).

Sumado a las imágenes visuales, las imágenes olfativas refuerzan el aspecto decadente del ambiente: "Un olor a humedad, a encierro, a medicamentos, a podredumbre, y a muerte, un olor que era la suma y el producto de todos los malos olores de este mundo, fue lo primero que le salió al encuentro, arruinándole la emoción que experimentaba" (p. 35).

Los objetos de una vida lujosa pasada

En consonancia con el motivo de la mansión en ruinas, la narración abunda en la descripción de los objetos que hay dentro de la casa. Estos dan cuenta de una época de esplendor que ya no existe, dando un tinte melancólico y triste a toda la ambientación: "(...) abrió el ropero (mil vestidos de mujer), abrió una puertecita oculta tras un biombo (la puertecita daba a un cuarto de baño inmenso como una piscina romana) y la cerró inmediatamente, como si hubiera sorprendido allí a un hombre haciendo sus necesidades; admiró una chimenea de piedra (con sus morillos cargados de leña, lista para ser encendida), un reloj de péndulo (las diez y quince, ya), innumerables estatuillas de marfil, de jade, de raras sustancias tornasoladas (...)" (p. 38).