El narrador –un abogado entrado en años que tiene un negocio de escribano de transferencias, buscador de títulos y redactor de documentos legales– cuenta la historia del hombre más extraño que haya conocido. Bartleby es una nueva adición a su personal de escribientes. Previo a la llegada de Bartleby, el abogado contaba con dos escribientes, Nippers y Turkey. A pesar de que Nippers sufre de indigestión y que Turkey es un borracho, la oficina sobrevive porque por las mañanas Turkey está sobrio, mientras Nippers está irritado, y por las tardes, cuando Turkey se emborracha, Nippers se encuentra calmo. Ginger Nut, el muchacho de los mandados, le debe su apodo a su tarea de llevar bizcochos de jengibre a los copistas. Bartleby llega en respuesta a un aviso del narrador, quien lo contrata con la esperanza de que aquel joven de aspecto triste y sereno calme el temperamento de sus otros escribientes.
Un día, cuando el abogado le pide a Bartleby que examine los documentos que él había copiado, este le responde: “Preferiría no hacerlo”. Es la primera de varias veces que utilizará esta expresión para negarse a cumplir con los pedidos de su empleador. Para consternación del narrador y la irritación de los demás empleados, Bartleby solo realiza una tarea, la de copiar documentos, y se rehúsa a asistir en cualquier otra. El abogado intenta varias veces razonar con Bartleby y saber algo de él, pero el escribiente, ya sea que se le ordene algo o que se le solicite información sobre sí mismo, responde siempre de la misma manera: “Preferiría no hacerlo”.
Un domingo, el narrador pasa por su oficina y descubre que Bartleby está viviendo allí. La soledad de la vida de Bartleby impresiona al narrador: por las noches y los domingos, Wall Street parece un pueblo fantasma. Ante el extraño comportamiento de Bartleby, el abogado no cesa de alternar entre la piedad y la repulsión.
Un día, Bartleby decide dejar de copiar. Ya no realiza ninguna tarea y permanece parado enfrentando la pared. El abogado le pide que se vaya de su oficina, pero aquel no se mueve de su lugar. El escribiente tiene un extraño poder sobre su empleador, quien siente como un deber moral no hacer nada que dañe a este hombre desamparado. Sin embargo, sus colegas profesionales miran con recelo la presencia de Bartleby en la oficina, y ante la amenaza de que se arruine su reputación, el abogado se siente obligado a hacer algo. Sus intentos de conseguir que Bartleby se vaya son infructuosos, entonces el narrador decide mover su oficina hacia otra locación, dejando a Bartleby en el mismo lugar.
Poco tiempo después, el nuevo inquilino y el propietario del edificio de la anterior oficina se acercan al narrador solicitando su ayuda, porque Bartleby no se quiere ir. Finalmente, logran expulsarlo de la oficina, pero el escribiente se queda rondando por los pasillos del edificio. El abogado va a ver a Bartleby en un último intento de razonar con él, pero este lo rechaza. Por miedo a ser molestado una vez más por quienes lo hacen responsable de Bartleby, el abogado se ausenta de su trabajo por unos días. Cuando regresa, se entera de que Bartleby ha sido encarcelado.
En la prisión, Bartleby parece aún más apagado de lo habitual. El abogado va a visitarlo y, nuevamente, su amabilidad es rechazada. Decide entonces, soborna al guisador para asegurarse de que Bartleby reciba buena alimentación. No obstante, cuando vuelve, unos días después, encuentra a Bartleby muerto. El escribiente había preferido no comer.