Adiós a las armas

Adiós a las armas Citas y Análisis

Poco me importaba la aventura a la cual me lanzaba. Esto era mejor que ir a la casa para oficiales, en donde las mujeres se subían a las rodillas y nos ponían el quepis al revés como muestra de cariño, entre los viajes al primer piso con los compañeros de armas.

Henry, Primera parte, p. 34.

En este pasaje, el narrador acaba de iniciar su romance con Catherine a pesar de no sentir amor hacia ella. Sin embargo, manifiesta que prefiere este tipo de vinculación con las mujeres por sobre el burdel. Así, el narrador demuestra que posee una sensibilidad distinta a sus camaradas del ejército. Además, esta cita funciona como testimonio de uno de los entretenimientos de los militares durante la guerra; en este caso, el sexo casual y vaciado de emocionalidad.

Permanecía sentado al volante del Fiat sin pensar en nada. Un regimiento apareció en la carretera y contemplé su marcha. Los hombres tenían calor y sudaban. Algunos se cubrían con sus cascos de acero, pero la mayoría los llevaban colgando de sus mochilas. El tamaño de los cascos era demasiado grande y a muchos soldados les caía sobre las orejas. Los oficiales llevaban cascos, pero a su medida. Pertenecían a la Brigada Basilicata. Los reconocí por las rayas rojas y blancas de sus cuellos. Los rezagados seguían al regimiento, hombres que no podían alcanzar su pelotón. Estaban agotados, cubiertos de sudor y de polvo. Algunos parecían muy enfermos. Un soldado apareció al final de todos. Cojeaba. Se detuvo y se sentó al borde de la carretera. Bajé del coche y me dirigí hacia él.

Henry, Primera parte, p. 37.

Esta cita comienza explicitando la actitud irreflexiva del narrador, actitud que constituye un rasgo del personaje y que se evidencia en la narración como la única forma de soportar la guerra. Luego, repara en un pelotón de soldados que está marchando y pinta un cuadro en el que se ilustra la precariedad en el que viven. Así y todo, este fragmento demuestra el estilo periodístico del autor, que no realiza juicios de valor a pesar de que se trate de una imagen decadente. El narrador se centra en las acciones y evita las apreciaciones subjetivas.

—¿Es verdad que me quieres?

—Sí.

—Me has dicho que me quieres, ¿verdad?

—Sí. —Mentía—. Te quiero.

Aún no se lo había dicho nunca.

—¿Me llamarás Catherine?

—Catherine.

(…)

—Te quiero mucho. Estos tres días han sido horribles. ¿No volverás a irte?

—No. Siempre me quedaré.

Henry y Catherine, Primera parte, p. 45.

A lo largo de la novela, la única preocupación manifiesta de Catherine es aquella relacionada a su vínculo con Henry. Catherine es un personaje que solo se desarrolla en función de su relación amorosa. En este sentido, el fragmento es un ejemplo de la cosmovisión masculina que predomina en Adiós a las armas y de la subordinación de la mujer al hombre.

Comían, con la barbilla rozando el plato, la cabeza hacia atrás, sorbiendo los macarrones. Comí otro bocado, un poco de queso y otro trago de vino. Fuera cayó algo que hizo sacudir la tierra.

—Un 420 o minnenwerfe —dijo Gavuzzi.

—En las montañas no hay 420 —dije.

—Tienen grandes cañones Skoda. He visto los agujeros.

—Son del 305.

Seguimos comiendo. Entonces se oyó una especie de tos profunda, un ruido parecido al de una locomotora que arranca, y después una explosión que hizo temblar la tierra.

—Este refugio no es profundo —dijo Passini.

—Esto ha sido un gran mortero de trinchera.

—Sí.

Terminé el queso y bebí un sorbo de vino.

Henry, Gavuzzi y Passini, Primera parte, pp. 56-57.

Hemingway aborda la guerra poniendo el foco en la cotidianeidad de los combatientes en lugar de centrarse en los combates. Por tal motivo, en la novela abundan este tipo de situaciones, con charlas entre los soldados que se suceden mientras comen y beben con el sonido de las bombas de fondo. Este fragmento representa la vida del soldado signada por la espera de la ofensiva enemiga y el constante peligro de la muerte.

—¿Crees ahora que te amo?

—Eres maravillosa —dije—. Tienes que quedarte. No pueden obligarte a marchar. Te quiero hasta perder la razón.

—Es necesario que seamos prudentes. Es una locura lo que hemos hecho. Es conveniente que te repongas.

—Sí, por la noche.

—Es necesario que seamos prudentes. Debes serlo delante de los otros.

—Te lo prometo.

—Es preciso. Eres amable. Dime, ¿me amas?

—No repitas siempre la misma cosa. No sabes hasta qué punto me duele.

Henry y Catherine, Segunda parte, p. 95.

En este fragmento se hace patente el recurso de la repetición en los diálogos utilizado por Hemingway. Recurso que emplea para dar cuenta del estado de los personajes estancados y sin esperanzas. En este caso en particular, Catherine le pregunta a Henry si lo ama y él expresa el cansancio que le produce la reiteración de esta pregunta.

Cuando desperté después de la operación, comprendí que no había dejado de existir. Nunca se cesa de existir. No hacen más que ahogarle a uno. Eso en nada se parece a la muerte. Es, sencillamente, un modo químico de ahogarle a uno para que no note nada. Y después es igual como si te hubieras emborrachado, con la sola diferencia que cuando se vomita sólo se arroja bilis y esto no te alivia.

Henry, Segunda parte, p. 108.

Henry narra su experiencia con la anestesia y, en su breve explicación, aparecen dos elementos que son constitutivos de su identidad. En primer lugar, compara la anestesia con la muerte, aquello a lo que le teme y le huye durante el relato. En segundo lugar, la compara también con el estado de ebriedad, estado al que se induce para apaciguar sus preocupaciones y miedos.

—Entonces, ¿usted cree que estamos cercados, teniente? ¿No nota sensaciones raras en la cabeza?

—No hagas bromas, Bonello.

—¿Y si bebiéramos un trago? —propuso Piani—. Si estamos cercados es mejor beber un trago.

Descolgó la cantimplora y la destapó.

Henry, Bonello y Piani, Tercera parte, p. 203.

En este fragmento, Piani representa el estado del soldado carente de expectativas, absolutamente desalentado por la guerra y sin perspectiva de futuro. Tras la derrota en Caporetto, el ejército italiano se retira de forma caótica y desorganizada. El protagonista, junto a Bonello y a Piani, trata de ponerse a resguardo y de escapar al avance de los alemanes. Sin embargo, todos se encuentran exhaustos y al límite de sus fuerzas; además, la perspectiva de reagruparse para seguir luchando es totalmente desalentadora. Ante la posibilidad de que el enemigo los cerque y de la inminente muerte, para Piani no queda más que la resignación. En este contexto, el alcohol vuelve a convertirse en un medio de evasión de la realidad: mejor anestesiar los sentidos para sufrir lo menos posible de los horrores de la guerra.

Bajamos los cuatro por la pendiente del terraplén. Un tiro salió de la carretera. La bala penetró en el terraplén.

—Media vuelta —grité.

Empecé a trepar por el barro resbaladizo. Los tres conductores me precedían. Trepaba tan aprisa como podía. Dos nuevos tiros salieron de la espesa maleza y Aymo, que cruzaba los raíles, se tambaleó, tropezó y cayó de cara al suelo. Lo deslizamos al otro lado y lo acostamos sobre la espalda.

—Tendrían que ponerle boca arriba —dije.

Piani le dio la vuelta. Estaba acostado en el barro de la pendiente, con los pies hacia abajo. Tenía la respiración irregular y cada vez que respiraba le salía sangre de la nariz. Estábamos inclinados sobre él. Llovía. Lo habían alcanzado bajo la nuca, y la bala había subido y salido bajo el ojo derecho. Murió mientras le taponaba los dos agujeros. Piani le dejó caer la cabeza, le secó la cara con un trozo de venda de socorro, y eso fue todo.

—Los cochinos —dijo.

—No eran alemanes —dije—. No puede haber alemanes allí abajo.

—Italianos —dijo Piani, empleando la palabra a moda de epíteto—. Italiani!

Henry y Piani, Tercera parte, p. 206.

Este fragmento ilustra el caos que predomina en la guerra y la desorganización del ejército italiano. Tras la derrota de Caporetto, los italianos organizan rápidamente la retirada mientras los alemanes avanzan y les pisan los talones. En el caos general que caracteriza a dicha retirada, los francotiradores italianos, asustados y confundidos, disparan a sus propios aliados y son responsables de la muerte de Aymo.

A menudo un hombre tiene necesidad de estar solo, y una mujer también tiene esta necesidad; y, si se quieren, están celosos de constatar este sentimiento mutuo; pero puedo decir con toda sinceridad que esto no nos había pasado nunca. Cuando estábamos juntos nos sentíamos solos, pero solos en relación a los demás. Sólo sentí esta impresión una vez. A menudo me había sentido solo estando con otras mujeres, y así es como se siente más solo; pero, nosotros dos, nunca nos sentíamos solos, y nunca teníamos miedo estando juntos. Ya sé que la noche no es parecida al día, que las cosas ocurren de otra manera, que las cosas de la noche no pueden explicarse a la luz del día porque entonces ya no existen; y la noche puede ser espantosa para una persona sola tan pronto como se dé cuenta de su soledad; pero, con Catherine, no había, por decirlo así, ninguna diferencia entre el día y la noche, sólo que las noches eran aún mejores que los días. Cuando los individuos se enfrentan con el mundo con tanto valor, el mundo sólo los puede doblegar matándolos. Y, naturalmente, los mata. El mundo quiebra a los individuos, y, en la mayoría, se les forma cal en el lugar de la fractura; pero a los que no quieren dejarse doblegar entonces, a éstos, el mundo los mata. Mata indistintamente a los muy buenos, y los muy dulces, y a los muy valientes. Si usted no se encuentra entre éstos, también lo matará, pero en este caso tardará más tiempo.

Henry, Cuarta parte, pp. 240-241.

Henry encuentra en Catherine un refugio ante la crueldad del mundo en guerra. En esta reflexión se hace patente el apoyo emocional que Catherine representa para el protagonista y, a su vez, se manifiesta el sentimiento de aislamiento en el que está sumido Henry, que ya no puede sentirse parte de la sociedad. En este sentido, la guerra genera en Henry una profunda exacerbación de la individualidad y una pérdida del sentimiento de lo colectivo.

Y éste era el precio que había de pagar por dormir juntos: esto era el final de la trampa. Esto era todo el beneficio que se sacaba del amor. Gracias a Dios había el cloroformo. ¡Qué debía ser antes del descubrimiento de los anestésicos! Una vez se había empezado te encontrabas en el engranaje. Catherine había tenido un buen embarazo. No había sido pesado. Casi no había estado indispuesta. No se había encontrado molesta hasta los últimos días. Pero al fin la acechaban. No había manera de escapar. ¡Escapar! ¡Qué va! Habría pasado lo mismo si nos hubiéramos casado cincuenta veces. ¿Y si se moría? No, no se moriría. Hoy en día no se muere de parto. Es la opinión de todos los maridos. Sí, pero de todas maneras, ¿y si se muriera?… No, no se moriría. Es un mal rato que hay que pasar, esto es todo. Después, hablaremos de este mal rato y Catherine dirá que después de todo no era tan terrible como eso. Pero ¿y si se moría?… No puede morirse… Sí, pero no obstante, ¿y si se muriera? No puede morirse, digo que no hay que ser estúpido. Es un mal rato que se tiene que pasar, esto es todo. Es sencillamente la naturaleza que la molesta. El primer parto siempre es laborioso. Sí, pero ¿y si se moría?… No puede morirse… ¿Por qué tendría que morirse?… ¿Qué motivos hay para que se muera? Es sencillamente una criatura que quiere nacer, el fruto de las hermosas noches de Milán. Causa molestias, nace, uno se ocupa de él y tal vez termina queriéndola. Pero ¿y si se muriera? No se morirá. Está muy bien. Pero, de todas formas, ¿y si se muriera?… No puede morirse… Pero ¿y si se muriera? ¿Qué es lo que dirías, eh, si se muriera?

Henry, Quinta parte, pp. 304-305.

Henry teme que Catherine pierda la vida en el parto y, frente a la inminencia de la muerte que nuevamente lo acecha, se da cuenta de que escapar de la guerra no implica escapar de la reducción a la nada que significa la muerte. Para Henry, que Catherine no sobreviva implica el desmoronamiento de la nueva vida que construyó y el encuentro con la muerte. Todo esto lo sumerge en un estado crítico, y este es uno de los pocos momentos de la narración en los que los pensamientos de Henry se ven absolutamente desestabilizados y en completa crisis.