Sonetos

Sonetos Resumen y Análisis Divagación tras la ruptura

Resumen

El yo lírico sufre tras la ruptura con el justo joven. Ya alejado de él, divaga y reflexiona acerca de lo que fue y lo que le dejó esta relación amorosa, hasta que finalmente se muestra recuperado del dolor y el sufrimiento padecidos. Esta parte comienza en el “Soneto LXXXVIII” y finaliza en el “Soneto CXXVI”. Luego de este, el yo lírico abandona la reflexión y la devoción hacia el justo joven, y comienza a dedicarle sus sonetos a la oscura dama.

En esta sección analizaremos cinco sonetos representativos de esta parte de la obra: “Soneto IC”, “Soneto CXIII”, “Soneto CXV”, “Soneto CXIX” y “Soneto CXXVI”.

Soneto IC

El yo lírico divaga acerca del supuesto robo del color y la esencia del justo joven perpetrado por las flores.

Soneto CXIII

El yo lírico afirma que, estando lejos del justo joven, está lejos también de la realidad que lo rodea. Todo lo que ve lo relaciona con su amor perdido.

Soneto CXV

El yo lírico afirma que los versos que antes le dedicaba al justo joven hablando de amor eran falsos, ya que daban por hecho que su amor por el justo joven había llegado a su punto máximo y, en realidad, este nunca paró de crecer.

Soneto CXIX

El yo lírico cede a la tentación carnal y tiene relaciones con otra u otras mujeres. Luego, en lugar de satisfacción, siente como nunca la angustia de no estar con el justo joven. Sin embargo, tras recuperarse de esta angustia extrema, afirma que su alegría, finalmente, ha regresado.

Soneto CXXVI

El yo lírico apostrofa al justo joven. Le dice que el Tiempo ya vendrá por él y destruirá su juventud.

Análisis

Esta parte de los sonetos puede considerarse como una transición del yo lírico desde el justo joven hacia la oscura dama. Es la única parte de la obra en la que el yo lírico se encuentra alejado de la persona que ama. El justo joven, durante las tres primeras partes, está siempre presente de un modo o de otro. Se deduce que existe algún tipo de relación física entre ellos, aunque no sea necesariamente carnal. En esta parte, el yo lírico divaga y reflexiona acerca del justo joven desde la separación, la ausencia y el recuerdo.

Hasta aquí, el yo lírico, en sus sonetos, siempre perseguía alguna finalidad: que el justo joven tuviera un hijo, eternizar su belleza en sus versos, que su amor fuera correspondido. Aquí, por el contrario, divaga y poetiza sin un objetivo claro. Simplemente expresa sus sentimientos y reflexiones tras la ruptura.

Por ejemplo, en el “Soneto IC”, el yo lírico observa diferentes flores y concluye que todas estas le robaron algo al justo joven: “A la precoz violeta he reprochado:/ ¿De dónde, robadora, fue tu aroma/ si no fue de su aliento? Tu encarnado/ que en tu mejilla delicada asoma/ de sus venas, grosera, lo has quitado” (p. 125). El yo lírico está alejado definitivamente del justo joven, pero proyecta su presencia en todo lo que lo rodea. Su realidad está atravesada por la ausencia de su amor no correspondido. La personificación de las diferentes flores refuerza la presencia del joven. Es como si diferentes elementos se hubieran convertido en él. Estos, no casualmente, son del mundo natural (en este caso, las flores). Recordemos que la referencia a los elementos de la naturaleza era una constante en la estética renacentista.

En relación con este poema, se pueden agregar algunas particularidades. Por un lado, es el único de todos los sonetos de Shakespeare que tiene quince versos en lugar de los catorce habituales. La crítica ha sostenido diferentes posiciones acerca del significado que tiene esta diferencia formal. Algunos afirman que el “Soneto IC” podría ser un borrador incompleto o un soneto experimental. Otros sugieren que este es un soneto de "datación", que alude a un año específico: 1599 (tiene quince líneas y es el soneto 99). Si bien esta idea puede sonar descabellada, se apoya en un hecho que podría respaldarla. Todo el soneto, como hemos dicho, habla acerca del robo (las flores le robaron al justo joven diferentes virtudes). En 1599, William Jaggard publicó copias robadas de dos de los sonetos de Shakespeare (el “Soneto CXXXVIII” y el “Soneto CXLIV”) en The Passionate Pilgrim, una antología poética.

Por otro lado, se considera que este soneto está fuertemente influenciado por un soneto de Henry Constable, publicado en 1592 en su libro de sonetos Diana, llamado “My lady’s presence makes the roses red”. En este soneto, Constable compara, tal como lo hace Shakespeare, la belleza de diferentes flores con la belleza de su amada. La diferencia radica en que este poeta no acusa a las flores de haber robado esa belleza.

El “Soneto CXIII” refuerza esta idea de que los elementos que rodean al yo lírico reemplazan al justo joven, tomando su forma ante los ojos del poeta: “Ya vea un rostro dulce o un fantoche/ la más dulce u hórrida creatura/ la montaña o el mar, el día o la noche/ cuervo o torcaz, lo amolda a tu figura” (p. 139). Es interesante destacar que el yo lírico no dice “lo amoldo”, en primera persona, sino “lo amolda”, en tercera persona del singular. ¿Quién es aquel ente ajeno que transfigura todo aquello que lo rodea dándole la forma del justo joven? Su "ojo": "Lejos de ti mi ojo está en mi mente/ y lo que regir debe mi camino/ su función cumple solo parcialmente/ parece ver, pero le falta tino" (p. 139).

Nuevamente, como ya había sucedido en sonetos como el XLVI, los ojos del yo lírico aparecen como un ente independiente que domina los sentidos y le hacen perder la razón. Incluso, el “Soneto CXIII” comienza con este verso: “Lejos de ti mi ojo está en mi mente” (p. 139). Es decir, los sentidos han tomado posesión de la mente del yo lírico. Lo irracional ha dominado lo racional.

La aparición de la palabra "forma" en la línea 5 del “Soneto CXIII” ("Pues ni una forma al corazón le imparte", p. 139) se puede leer como una referencia a la “Teoría de las ideas” de Platón (ya hemos destacado la importancia que tiene dentro de la obra del autor, y del Renacimiento, la antigüedad clásica). En la teoría de Platón, las formas de las ideas son el tipo de realidad más fundamental y elevado; el mundo material en el que existimos solo lo conocemos a través de la sensación, y no puede proporcionarnos un conocimiento genuino como sí pueden hacerlo las formas de las ideas. Como se declara en muchos sonetos, el justo joven es concebido por el yo lírico como un ideal. En este soneto, el yo lírico parece haber perdido la capacidad de ver las formas del mundo material y, por el contrario, la forma ideal del justo joven aparece en todos lados, como si fuera una especie de Dios. El yo lírico no puede ver un cuervo, una torcaza, el mar o la montaña sin ver allí al amado.

Al realizar el análisis del “Soneto XLVI”, hemos destacado que el corazón en los Sonetos no es un símbolo de la pasión del ser, como lo será en el Romanticismo, sino más bien de la perdurabilidad del amor. El corazón, en los sonetos de Shakespeare, no se desboca, sino que se caracteriza por su fidelidad y la permanencia, e incluso por su racionalidad. En el “Soneto CXIII”, el corazón funciona directamente como un sinónimo de la “mente”. Corazón y mente, entes racionales del yo lírico, por supuesto, se contraponen a los “ojos” y la irracionalidad.

El “Soneto CXV”, por su parte, retoma la reflexión metaliteraria. El yo lírico rememora los versos que le escribía al justo joven para, desde la distancia, refutarlos. Afirma: “Mis versos anteriores te engañaban/ hasta el que dice: ‘Te amo excelsamente’” (p. 141). Podría inducirse que, luego de estos versos, vendría una suerte de declaración de desamor. Sin embargo, sucede todo lo contrario. El yo lírico reconoce nuevamente su insuficiencia como poeta y afirma que, en realidad, en el pasado no tenía la capacidad necesaria para comprender cuánto podía amar al justo joven. El verso ‘Te amo excelsamente’ peca de ser insuficiente porque el amor por él ha seguido creciendo a la distancia, y este crecimiento le ha demostrado al yo lírico que sus versos eran falsos. Ya habían fallado a la hora de lograr interpelar al justo joven para que este tuviera un hijo; luego, fallaron al intentar capturar su belleza e inmortalizarla. Ahora, el yo lírico se da cuenta de que ni siquiera logró transmitir con verdad su amor.

En el pareado final, el yo lírico afirma: “Siendo el amor un niño, mal parece/ que yo dé por crecido lo que aún crece” (p. 141). Su error fue considerar que su amor por el justo joven había alcanzado el punto más alto. En estos versos también se puede encontrar una referencia a la antigüedad romana: el dios del amor era representado por un niño que lanzaba flechas llamado Cupido.

El yo lírico afirma que, si en su momento no dudó en escribir que su amor por el justo joven era excelso, se debió a que pensaba que la tiranía del tiempo arrasaría con su sentimiento amoroso y que, por ende, cuando le dedicó tales versos, estaba viviendo el momento más elevado del amor. Afirma: “Y pues me amedrentó su tiranía/ ¿no diría: ‘Mi amor es excelente’/ si de lo cierto certidumbre había?” (“Soneto CXV”, p. 141). Por supuesto, el yo lírico se equivocó: el paso del tiempo, en este caso, no destruyó su amor, sino que lo consolidó y convirtió sus versos anteriores en expresiones falaces. El yo lírico, en definitiva, está afirmando en este soneto que, cuando dijo haber amado excelsamente, aún no sabía cuánto más podía llegar a amar al justo joven, cuán lejos estaba aún de dicha excelencia.

El “Soneto CXIX” comienza a prefigurar lo que será la última parte de la obra, en la que el yo lírico dedicará sus versos a la dama oscura. Si bien aquí ella no aparece, sí aparece, por primera vez, la sugerencia de que el yo lírico ha tenido relaciones sexuales con mujeres, ha comenzado a deleitarse carnalmente con otras personas: “Lágrimas de sirena, jugo acedo/ apuré de alambiques infernales/ miedo a la espera y esperanza al miedo/ ¡cuando creí ganar, derrotas tales!” (p. 145).

Sin embargo, este acercamiento carnal a las mujeres es un fracaso. El yo lírico, en los versos citados, da a entender que solamente lo hizo porque tenía miedo de seguir esperando al justo joven y cedió a buscar satisfacción con otras personas. Creyó que esto lo iba a hacer sentir bien, pero sucedió todo lo contrario: creyó ganar, pero fue derrotado.

En estos versos aparece otra referencia a la cultura de la antigüedad clásica. Las sirenas provienen de la mitología griega. Son seres (mitad mujeres, mitad peces) que viven en una isla en el Mediterráneo y atraen a los marineros hacia la perdición con su hermoso canto. En la Odisea de Homero, Odiseo se ata al mástil de su barco para no tirarse al agua al escuchar su canto y morir ahogado. El yo lírico, en este caso, fue atraído irresistiblemente por las mujeres como si fueran sirenas, y terminó llorando lágrimas ácidas, infernales, tras yacer con ellas.

Ahora bien, lo interesante es que, tras el fracaso de estos encuentros carnales, que hunden al yo lírico en la angustia, e incluso puede llegar a pensarse que lo hacen padecer alguna enfermedad venérea (“Mis ojos de sus cuencas han saltado/ en los accesos de una loca fiebre”, p. 145), el yo lírico renace y recupera la alegría. Es como si tras este encuentro fallido con mujeres hubiera tocado fondo y, tras esto: “Regreso a mi alegría compensado/ tres veces más gané que lo gastado” (p. 145). El yo lírico está casi curado de su amor por el justo joven.

Precisamente, pocos sonetos después, en el “Soneto CXXVI”, el yo lírico finalmente cambia de actitud y le augura a su amado la destrucción de su belleza en manos de la naturaleza: “Más témela, de su placer mimado/ retener para siempre no le es dado./ Su cuenta, aunque atrasada, nunca falla/ su quietus es ganarte la batalla” (p. 151). El yo lírico ya no le ruega al justo joven que tenga un hijo para salvar su belleza, ni le pide al Tiempo que lo salve, ni intenta escribir versos que lo eternicen, sino que acepta que su belleza se destruirá, e incluso se lo advierte con cierto despecho.

El “Soneto CXXVI” es un soneto de quiebre. La “etapa” del justo joven ha llegado a su fin. Este quiebre, incluso, puede verse reflejado en lo formal. Este soneto, en realidad, ni siquiera es un soneto, sino más bien un poema de seis coplas que riman y suman doce líneas. Si bien no hay una certeza histórica acerca de que Shakespeare haya sido quien ordenó los sonetos (ni siquiera se sabe si autorizó su publicación), la crítica especializada considera que esta ruptura formal funciona como una especie de interludio dentro de la obra, una marca para el lector, quien, a partir de aquí, leerá sonetos ya no dedicados al justo joven, sino a la dama oscura.