San Manuel Bueno, mártir

San Manuel Bueno, mártir Resumen y Análisis Parte 5

Resumen

Tras tener esa última conversación privada con Ángela y Lázaro, Don Manuel fue llevado a la iglesia en su silla, con un crucifijo en la mano. Allí lo esperaba todo el pueblo. Blasillo quería desesperadamente agarrar la mano de Don Manuel para besársela. Los demás intentaron detenerlo, pero Don Manuel les ordenó que dejaran que Blasillo se acercara a él, y lo tomó de la mano.

Luego, con sus últimas palabras, les dijo a los aldeanos que debían vivir felices, que esperaran el día en que todos se volverían a ver en el Valverde de Lucerna que había entre las estrellas, y que rezaran a la Virgen María. Mientras la congregación rezaba el Padrenuestro, el Ave María, el Salve Regina y el Credo, Don Manuel, finalmente, falleció. Hubo una gran sorpresa cuando descubrieron que Blasillo había fallecido junto a él.

Después de enterrar los cuerpos, el pueblo fue a la casa de Don Manuel para repartirse sus posesiones, para quedarse con algo que cada persona pudiera llevar como reliquia y recuerdo. Pese a que todos habían presenciado la muerte de Don Manuel, nadie en el pueblo podía creer realmente que hubiera fallecido.

Lázaro le confesó a su hermana que Don Manuel había hecho de él un hombre nuevo, que lo había resucitado de entre los muertos. Le había dado fe en la alegría de vivir, lo había curado del progresismo. Lázaro se había dado cuenta de que había dos tipos de hombres peligrosos: los que creen en el más allá y desprecian la vida terrenal, y los que le niegan a los demás el consuelo de tener una vida después de la vida terrenal.

Tiempo después, llegó un nuevo sacerdote a Valverde de Lucerna, y acudió a Ángela y Lázaro en busca de consejo. Lázaro le recomendó que predicara muy poca teología y mucha religión. Ángela pensó si, en realidad, lo de ellos también no era una especie de teología.

Entonces, Ángela comenzó a estar cada vez más preocupada por Lázaro, que desde que había muerto Don Manuel no hacía nada, sino pasar el tiempo mirando la tumba del párroco o contemplando el lago. Temía que se quisiera suicidar. En esos días, Lázaro le contó a Ángela que, según Don Manuel, algunos de los santos más importantes habían muerto, probablemente, sin creer en la vida después de la muerte. También le pidió que se asegurara de que nadie en el pueblo sospechara jamás de la verdad que Don Manuel, Lázaro y Ángela compartían. Ángela le respondió que, aunque lo intentara, los aldeanos nunca podrían entenderlo.

Al poco tiempo, falleció Lázaro. Según Ángela, fue como si la misma enfermedad que se había apoderado de Don Manuel se hubiese apoderado de él. Antes de morir, Lázaro le dijo a su hermana que con su muerte moriría también otra parte del alma de Don Manuel. Sin embargo, las otras partes del alma del párroco vivirían en el pueblo hasta que, finalmente, todos los que alguna vez lo habían conocido muriesen.

Después de la muerte de Don Manuel y su hermano, Ángela se dio cuenta de que también su propia muerte se estaba acercando. Sin embargo, desde el presente de la narración, Ángela afirma que Don Manuel le enseñó a vivir, a ver el sentido de la vida, a sumergirse en el alma del lago, en el alma del pueblo. Ángela afirma que ya no vive en sí misma sino en su gente, ya que se dedica a que ellos vivan felices.

Finalmente, Ángela concluye sus memorias diciendo que piensa que Don Manuel y Lázaro murieron creyendo que no eran creyentes, aunque en realidad, desde su desolación y resignación, sí creían. En el pasado se preguntaba por qué Don Manuel no había intentado convertir a Lázaro a través de la mentira, pero ahora sabe que Don Manuel se dio cuenta de que no podía engañarlo. Debía convertirlo a través de la verdad, aunque esta estuviera basada en una mentira.

Ángela revela que ahora tiene más de 50 años y que tanto sus cabellos como sus recuerdos se están blanqueando. Confiesa que ya no sabe qué es verdad y qué es falso, ni puede distinguir lo que vio de lo que soñó. Se pregunta si alguien más tendrá en el pueblo esos pensamientos o si estará sola. Por otro lado, cuenta que el obispo de la diócesis de Renada la interrogó varias veces sobre la vida de Don Manuel, pero este nunca llegó a sospechar la verdad. Ángela espera que sus memorias no lleguen nunca a las autoridades, ni laicas ni religiosas, y pone fin a su confesión dejando sus escritos a su propia suerte.

Repentinamente, toma la palabra otro narrador y comienza lo que se podría denominar el epílogo de la novela (aunque no lleva ningún título). Este nuevo narrador afirma que no le puede confesar al lector cómo llegaron las memorias de Ángela a sus manos. Dice que las ha puesto a disposición de los lectores tal como le llegaron, sin hacerle cambios importantes, sino algunas pequeñas cuestiones de redacción. Afirma que, aunque sea similar a otras cosas que él ha escrito (pone por ejemplo la novela Niebla, de Miguel Unamuno, revelando así su identidad), esto no es prueba de que las memorias de Ángela no sean verdaderas. Él cree en Ángela Carballino más de lo que ella creía en Don Manuel, e incluso más de lo que cree en su propia realidad.

Antes de concluir el epílogo, Unamuno recuerda el noveno verso de la Epístola de Judas, donde el Arcángel Miguel discute con el Diablo sobre el cuerpo de Moisés y le dice que Dios lo castigará. Afirma que, así como Ángela mezcló sus pensamientos en sus memorias, él pretende hacer lo mismo en este epílogo, y entonces está de acuerdo con Ángela en el pensamiento acerca de que el pueblo nunca habría entendido la verdad de Don Manuel. Finalmente, Unamuno afirma que tiene la esperanza de que esta novela perdure en la divina novela que es la existencia.

Análisis

La última escena de Don Manuel lleva al punto más alto los valores religiosos que el párroco (junto a Lázaro y Ángela) sostiene durante toda la novela. En sus últimas palabras, Don Manuel le pide a su pueblo que viva feliz, y que crean en la vida que los espera más allá de la muerte. Su propia muerte le llega en actividad, lejos de la soledad y el ocio, en el centro de su pueblo, que, con esos últimos rezos, le demuestra que ha cumplido con su obra, que todos creen en el más allá y también son felices en la vida terrenal. Don Manuel puede morir tranquilo: logró que su pueblo conservara tanto la fe como la alegría de vivir.

Además, el hecho de que Blasillo muriera en el mismo momento que el párroco, tomado de su mano, demuestra que el poder de la unión religiosa no solo se manifiesta en la esperanza o la felicidad íntima, sino que también lo hace físicamente. Blasillo vivía gracias a la fe que le impartía Don Manuel. Muere feliz junto a él. La muerte de Blasillo, de carácter casi mágico, brinda incluso la posibilidad de dudar acerca de la inexistencia de Dios, en tanto se presenta como un hecho milagroso. Es decir, esta muerte parece poner en tela de juicio no solo el ateismo del protagonista, sino la tesis misma de la novela, que le otorga a la religión un gran valor como práctica, pero no como discurso de verdad.

Por otro lado, a esta altura de la novela no sorprende que el más afectado por la muerte de Don Manuel termine siendo Lázaro. Este es el personaje que más cambia en la obra: de ser el único que no creía en el párroco se transformó en quien más lo entendía, y el que más lo extraña tras su muerte; aquel que, tal como el Lázaro de la Biblia, ha sido resucitado de entre los muertos por el Jesucristo de Valverde de Lucerna, Don Manuel. Aquí, la muerte de la que Lázaro resucita es el progresismo, esa ideología que no comprende la importancia de la fe y la esperanza.

En la afirmación de Lázaro acerca de que son peligrosos los hombres que desprecian la vida terrenal en pos de la vida más allá de la muerte, como también lo son los que desprecian la vida más allá de la muerte y solo creen en lo terrenal, aparece expresada la ideología de Unamuno, su teoría de “la agonía del cristianismo”. Para Unamuno, se debe conciliar la felicidad de la vida terrenal con la fe en la vida más allá de la muerte, y para lograr eso la religión es el único camino.

Ahora bien, tal como Lázaro se lo dice después al nuevo sacerdote: no es la teología lo que el pueblo necesita, es religión. La diferencia radica en que la teología se concentra en la verdad sobre los hechos bíblicos, mientras que la religión, de acuerdo a cómo la concibe Lázaro (y Don Manuel, por supuesto) consiste en unir al pueblo y mantenerlo feliz en base a la fe y la esperanza, más allá de cualquier verdad teológica. Esta idea está reforzada con lo que le contó Lázaro a Ángela acerca de que, según Don Manuel, algunos de los santos más importantes, seguramente, habían vivido y fallecido sin ser creyentes.

Antes del fallecimiento de su hermano, Ángela ya demuestra estar totalmente comprometida con la idea de que el pueblo no debe saber la verdad. Incluso es ella la que afirma que el pueblo no la entendería. Lógicamente, tras la muerte de Lázaro, ella ocupa su lugar y comienza a vivir para el pueblo, o, como diría Don Manuel, a vivir suicidándose por el bienestar del pueblo.

Su testimonio, en presente, demuestra que estar en ese lugar es sumamente complejo. Afirma que no sabe qué cree y qué no cree, qué vivió y qué cree haber vivido. Los hechos y los sueños se mezclan, porque para sostener la creencia del pueblo, en definitiva, importan más los sueños que los hechos.

Lo último que dice Ángela antes de que aparezca Unamuno como narrador es que desconfía tanto de las autoridades laicas como de las católicas. Esta desconfianza es propia de Unamuno, el autor, quien debido a su teoría de “la agonía del cristianismo” tenía problemas tanto con los representantes del progresismo laico como con las autoridades de la iglesia.

Con el epílogo de la novela nos enteramos de que estas memorias, en realidad, llegan a nosotros a través de otro narrador que se identifica como el autor de Niebla, es decir, Miguel Unamuno. Es importante comprender que el autor y el narrador, aunque puedan identificarse como la misma persona, no coinciden: el narrador Unamuno que aparece en el epílogo es una creación ficticia del autor real, de carne y hueso, Miguel Unamuno. Este recurso literario que consiste en, repentinamente, formar parte de la historia “encontrando” el manuscrito que el lector acaba de leer, es utilizado por Cervantes en El Quijote de la Mancha. Aquí, Unamuno (el autor) construye un narrador con su mismo nombra para dar cuenta de que está de acuerdo con Don Manuel, Lázaro y Ángela; que él hubiera hecho lo mismo que ellos, que la religión, aunque sea mentira, es fundamental para el pueblo. Es decir, construir un narrador con su mismo nombre le sirve para dar a entender que San Manuel Bueno, mártir contiene un pensamiento ideológico acerca de los valores religiosos que él mismo, Miguel Unamuno (autor), comparte y espera que sea compartido por los lectores. En San Manuel Bueno, mártir, su teoría de la "agonía del cristianismo" se convierte en novela.