San Manuel Bueno, mártir

Estructura formal y técnica narrativa

Unamuno no dividió su novela en capítulos, sino en veinticinco fragmentos que algunos críticos denominan secuencias. Los veinticuatro primeros constituyen el relato de Ángela, y el último es una especie de epílogo del autor.

El autor utiliza en su relato un procedimiento narrativo relativamente frecuente: nos dice que la obra editada es, en realidad, un manuscrito que apareció entre los papeles del protagonista de la novela. Maestro en esta técnica fue Miguel de Cervantes en el Quijote.

La narradora sigue otros procedimientos ya empleados por la literatura clásica: Ángela Carballino escribe porque el obispo le «ha pedido con insistencia toda clase de noticias» sobre Don Manuel y ella le ha proporcionado «toda clase de datos», pero se ha callado siempre «el secreto trágico. [...] Y confío en que no llegue a conocimiento todo lo que en esta memoria dejo consignado». Se trata, pues, de la estructura de un libro de memorias que arranca con un «ahora» («Ahora que el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenece esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice, promoviendo el proceso para la beatificación de Don Manuel») y termina de forma circular con la referencia explícita al proceso de beatificación promovido por el obispo, y al «ahora» o presente actual de la narradora: «Y al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, a mis más que cincuenta años, cuando empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos...». Y si al principio y al final de la novela, la narradora acude a la forma del presente, en el cuerpo del relato domina el pretérito imperfecto, el tiempo propio de la narración. El empleo del imperfecto resulta indispensable para la creación del mundo de la memoria de Ángela Carballino: gracias a este tiempo la narradora logra adentrarnos en la continuidad invariable de un modo de vida intrahistórico, a la vez que se difuminan los contornos y detalles del mundo narrado y permanece solo la interioridad de la acción.

Junto a la narración, desempeña un papel capital el diálogo, que en esta novela, no se limita a transcribir una conversación, sino que es también un vehículo de ideas y un medio de exteriorizar los conflictos y dramas íntimos. A veces se recurre al diálogo dentro del diálogo, como cuando Lázaro, hablando con su hermana, le reproduce una conversación con don Manuel: «-¿Pero es posible?- exclamé consternada. -¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: "Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?", él, balbuciente: "¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es fingir!"».

Para relatar la historia y enmarcarla en unas coordenadas espacio-temporales deliberadamente imprecisas, la narradora utiliza diversas perspectivas. Desde el primer momento adopta un tono confesional, con clara función testimonial. Ángela refiere no solo lo visto y lo oído, sino también lo sentido. Siendo ella la única fuente de información, se interpone entre los hechos y el lector. No se trata de un narrador omnisciente, sino de un testigo parcial, y al lector le incumbe la tarea de separar el puro relato «objetivo» de su dramatización. Además de testigo, la narradora es partícipe en la acción, de ahí que dudemos de la veracidad de los hechos narrados. El tiempo y el espacio aparecen indiferenciados y los límites entre la realidad y la ficción quedan confundidos. Esta diversidad de perspectivas, esta buscada confusión de realidad y ficción, de sueño y vigilia, engarza por un lado con la mejor tradición de la literatura del Siglo de Oro, y por otra parte anuncia algunos de los rasgos configuradores de la novela moderna.


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