Poemas de Emily Dickinson

Su vida

La casa en Amherst donde nació Emily Dickinson

Infancia, adolescencia y estudios

Sus hermanos y cuñada

Emily Dickinson nació en el hogar de sus padres el 10 de diciembre de 1830,[8]​ dos años después de que sus padres contrajeran matrimonio. Muy apegada a los ideales y conceptos puritanos en boga, tardó muchos años en comenzar a rebelarse, aunque nunca de forma completa.

Emily prácticamente no recordaba a sus abuelos ni a sus tíos, a pesar de ello, de niña tuvo mucha relación con dos pequeñas primas huérfanas, a las cuales ayudó a educar e incluso, a una de ellas, Clara Newman, le llegó a leer en secreto algunos de sus poemas.

Es imposible reconstruir de forma completa la infancia de la poeta, son escasos y fragmentarios los datos que poseen los investigadores. No obstante, se conoce que el hermano mayor de Emily, William Austin Dickinson, un año y medio mayor que ella, nació el 16 de abril de 1829. Él se educó en el Amherst College y se convirtió, al igual que su padre, en abogado al graduarse de la Universidad Harvard.

Austin Dickinson se casó en 1856 con Susan Huntington Gilbert, excompañera de estudios de Emily Dickinson en la Academia de Amherst, quien parece haber cumplido un importante papel en la vida emocional de la escritora. Susan Gilbert, al mudarse con Austin a la casa contigua a donde vivía Emily,[1]​ se convirtió en amiga, amante y confidente de la poeta, y consta por la correspondencia mantenida «alambrada por medio» que su cuñada fue la segunda persona a quien le mostró sus poemas. Incluso se atrevió a sugerirle a Emily algunos cambios y retoques que no fueron realizados jamás. Asimismo, se ha propuesto que Susan fue la destinataria de cerca de trescientos de los poemas de amor de Dickinson y, que este amor era correspondido.[9]​

Lavinia Dickinson, su hermana menor, nacida el 28 de febrero de 1833, fue su compañera y amiga hasta el fin de su vida. Las pocas confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. «Vinnie» sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético; sin embargo, respetó hasta la muerte de Emily la decisión de mantener ocultas sus obras, y también protegió su vida privada hasta donde le fue dado hacerlo, creando y manteniendo el ambiente de calma, aislamiento y soledad que Emily necesitaba para dar forma a su gran producción poética. La fe de Lavinia en las obras de su hermana permitió su protección para la posteridad, hasta su primera publicación póstuma. La devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al biógrafo de Emily, George Frisbie Whicher, y al mundo que «la poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato».

Años de formación

La Academia de Amherst era sólo para varones. A pesar de ello en 1838 se abrió por primera vez la inscripción de niñas, y en 1840 Edward Dickinson y su esposa inscribieron a Emily.

A pesar de su humildad —escribió «Fui a la escuela pero no tuve instrucción»— la educación de Emily en la academia fue sólida y completa. Allí aprendió literatura, religión, historia, matemáticas, geología y biología. Recibió una sólida instrucción en griego y latín que le permitió, por ejemplo, leer la Eneida de Virgilio en su idioma original.

El punto más flojo de la educación de Dickinson fueron sin duda las matemáticas, para las cuales no tenía facilidad y no le gustaban. Su talento narrativo hizo que escribiera las composiciones de sus compañeras que, en retribución, le hacían las tareas de álgebra y geometría.

De este período se conserva una carta a su amiga Jane Humphrey, escrita a los once años de edad, que muestra un estilo académico y risueño: «Hoy es miércoles, y ha habido clase de oratoria. Un joven leyó una composición cuyo tema era "Pensar dos veces antes de hablar". Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir».

El rector de la academia en ese entonces era un experimentado educador recién llegado de Berlín. Edward Dickinson sugirió a su hija que se inscribiera en los cursos de alemán que el rector impartía, puesto que con seguridad no tendría otra ocasión de aprender ese idioma en el futuro. Además, Emily estudiaba piano con su tía, tenía canto los domingos y también jardinería, floricultura y horticultura; estas últimas pasiones no la abandonarían hasta el fin de su vida.

La educación de Emily Dickinson fue, por tanto, mucho más profunda y sólida que las de las demás mujeres de su tiempo y lugar. Sin embargo, en ocasiones la muchacha, cuya salud no era muy buena, se sentía saturada y sobreexigida. A los catorce años escribe a una compañera una carta donde decía: «Terminaremos nuestra educación alguna vez, ¿no es verdad? Entonces tú podrás ser Platón y yo Sócrates, siempre y cuando no seas más sabia que yo».

Interés por las ciencias

Retrato de los hermanos Dickinson en 1840, Emily se encuentra a la izquierda. Dickinson Room en el Houghton Library de la Universidad Harvard.

La Academia y el Colegio de Amherst disponían de un claustro de profesores compuesto por científicos de fama nacional, entre los que se encontraban los biólogos Edward Hitchcock y Charles Baker Adams, y el geólogo Charles Upham Shepard, los cuales llevaron al colegio sus enormes colecciones de especímenes. En 1848, cuando la poeta tenía dieciocho años, ambas instituciones construyeron un importante observatorio astronómico con un buen telescopio, y gabinetes para guardar las colecciones.

Todo esto estimuló el interés de Dickinson por las ciencias naturales, conocía desde temprana edad los nombres de todas las constelaciones y estrellas, y se dedicó con entusiasmo a la botánica. Sabía perfectamente dónde encontrar cada especie de flor silvestre que crecía en la región y las clasificaba correctamente según la nomenclatura binomial en latín. Toda esta erudición científica quedó firmemente guardada en su memoria y fue utilizada para la trama naturalista de sus poemas muchos años después.

Entre 1839 y 1846 confeccionó un herbario que contenía hasta 424 especímenes distintos de flores prensadas que recolectó, clasificó y etiquetó utilizando el sistema de taxonomía linneana.[10]​

Seminario en Mount Holyoke

El Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke también recibió a Emily Dickinson para ayudar a su formación religiosa y completar su educación superior. En 1847, la jovencita abandonó el hogar familiar por primera vez para estudiar en dicho seminario.

Dickinson, con apenas dieciséis años, era una de las más jóvenes de entre las 235 estudiantes de Mount Holyoke, las cuales eran custodiadas por un selecto grupo de jóvenes maestras de entre veinte y treinta años de edad. La adolescente superó sin problemas los estrictos exámenes de admisión y se mostró muy satisfecha por la educación que se impartía en el seminario.

Allí intentaron que Emily se volcara de lleno en la religión para dedicarse a misionar en el extranjero, pero tras un profundo examen de conciencia Dickinson encontró que aquello no le interesaba y se negó, quedando inscrita en el grupo de setenta alumnas a las que se consideró «no convertidas».

A pesar de ello, Emily Dickinson y su portentosa imaginación eran muy populares en el seminario. Una condiscípula escribió que «Emily siempre estaba rodeada en los recreos por un grupo de niñas ansiosas de escuchar sus relatos extraños y enormemente divertidos, siempre inventados en el momento».

En menos de un año, Dickinson superó el curso completo, principalmente, por sus profundos conocimientos de latín. Aprobó rápidamente Historia Inglesa y Gramática obteniendo excelentes calificaciones en los exámenes finales, que eran orales y públicos. El curso siguiente se refería a Química y Fisiología y el tercero, a Astronomía y Retórica, todas ellas materias sobre las que, como queda dicho, Emily tenía profundos conocimientos. Los profesores, a la vista de su evidente dominio de la Botánica, le dieron esta materia por aprobada sin necesidad de cursarla ni de rendir exámenes.

En la primavera Emily enfermó y ya no pudo permanecer en el seminario. Edward Dickinson envió a Austin a buscarla y traerla de regreso. Después de esta segunda experiencia académica de su vida, Emily Dickinson ya no volvió a estudiar nunca más.

Amores ocultos

Teorías y habladurías

La vida privada de Emily Dickinson ha permanecido siempre velada al público, pero solo hace falta echar una mirada a sus poemas para descubrir en ellos una coherencia, pasión e intensidad extraordinarias. La mayor parte de sus obras se ocupan de su amor hacia alguien, un hombre o una mujer, cuyo nombre jamás es mencionado, y con quien no podía casarse.

Lamentablemente, como la poesía de Emily Dickinson fue publicada en un orden completamente arbitrario, no se puede distinguir hoy en día ninguna secuencia cronológica concreta, lo que destruye la posible progresión dramática que narraría la sucesión de emociones que sintió hacia esta persona desconocida, sin duda, algo de capital importancia en la vida de la artista y que pudo tener influencia, incluso, en su decisión de autorrecluirse.

Objeto de numerosas habladurías durante su vida y de muchas más después de su muerte, la vida emocional e íntima de Emily espera aún a ser revelada por los investigadores y estudiosos. La posible exageración de su vida la contradice la propia poeta al escribir: «Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera como para molestar a nadie», aunque tal vez esta frase sólo se refiera a los hechos de su vida y no a sus sentimientos profundos.

Ya entre 1850 y 1880, circulaban por Massachusetts numerosos rumores acerca de los amores de la hija del juez Dickinson y, después de la publicación de su primer libro de poemas, cundieron las habladurías acerca de su desdichada «historia de amor».

Las teorías populares o académicas pueden dividirse en dos grupos: el amor con un joven a quien Edward Dickinson le prohibió seguir viendo, o la relación con un pastor protestante casado que huyó a una ciudad distante a fin de no sucumbir a la tentación. Ambas, aún sin poder ser comprobadas, tienen un pequeño trasfondo de verdad histórica. Tampoco se debe descartar la hipótesis que sostienen algunos biógrafos más actuales, según la cual Emily estuvo profundamente enamorada de su consejera, amiga y cuñada, la esposa de su hermano mayor, quien vivía junto a su casa.

Una de las primeras teorías se refiere a un estudiante de ciencias jurídicas que trabajó en el estudio legal de Edward durante el año en que Emily estuvo en Mount Holyoke, y el año después a ese. La segunda se basa en la, como ella misma escribió, «intimidad de muchos años» con un importante religioso que le fue presentado en Filadelfia en 1854. A pesar de que ambas relaciones en verdad tuvieron lugar, no existe ni la más mínima prueba de que Emily Dickinson haya sido novia, ni amante de ninguno de ellos; ni siquiera de que se viera con ellos a solas en ninguna ocasión.

Más fructífera fue la relación de amistad «profunda y confidente» con su cuñada Susan Huntington. Ella fue una de las pocas personas a quienes Emily le compartió sus poemas y en la actualidad se cree que fue la verdadera inspiración amorosa de al menos varias centenas de ellos.

Los guías y mentores

Segunda carta y manuscritos de Emily Dickinson a Thomas Higginson. En ella le cuenta sobre sus dos adorados maestros.

Durante toda su vida, Emily Dickinson se puso en manos de hombres a los que consideraba más sabios que ella y que podían indicarle qué libros debía leer, cómo debía organizar sus conocimientos y allanarle el camino del arte que ella pretendía recorrer. El último y mejor documentado, Thomas Wentworth Higginson, descubrió el 5 de abril de 1862, cuando la poeta tenía 31 años, que él no era su primer maestro. Higginson es aquel a quien Emily siempre llama Master en sus cartas y a quien la voz popular ha adjudicado el mote de «Maestro de las cartas».

En ese año de 1862, en la segunda carta que le escribe, la poeta dice textualmente: «Cuando era pequeña, tuve un amigo que me enseñó lo que era la inmortalidad, pero se aproximó demasiado a ella y nunca regresó. Poco después murió mi maestro, y durante largos años mi única compañía fue el diccionario. Luego encontré a otro, pero no quería que yo fuese su alumna y se fue de la región».

Los dos hombres que Dickinson menciona en su carta a Higginson son, en verdad, los protagonistas de sus poemas de amor. Ella misma lo expresa en otras cartas, y no existen motivos para negarlo. Sin embargo, sus respectivas identidades deberían esperar siete décadas para ser desveladas.

La carta perdida

En 1933, un coleccionista de autógrafos publicó su catálogo, y en su colección apareció una carta inédita de Emily Dickinson que vendría a echar luz sobre el nombre del «amigo que le enseñó la inmortalidad».

La misiva, fechada el 13 de enero de 1854, está dirigida al reverendo Edward Everett Hale, que en esos tiempos era el pastor de la Iglesia de la Unidad en Worcester: «Pienso, señor, que como usted era el pastor del señor B. F. Newton, que murió hace algún tiempo en Worcester, puede satisfacer mi necesidad de enterarme de si sus últimas horas fueron alegres. Yo lo apreciaba mucho, y me gustaría saber si descansa en paz».

La carta continúa explicando que Newton trabajaba con su padre, y que ella, no siendo más que una niña, se sintió fascinada por su colosal intelecto y sus notables enseñanzas. Dice que el señor Newton fue para ella un preceptor amable pero serio, que le enseñó qué autores debía leer, a qué poetas admirar y muchas enseñanzas artísticas y religiosas.

Pregunta a Hale si él cree que Newton está en el paraíso, y recuerda que «me enseñaba con fervor y con cariño, y cuando se fue de nuestro lado se había convertido en mi hermano mayor, querido, añorado y recordado».

Benjamin Franklin Newton

Segundo daguerrotipo conocido de Emily Dickinson en la edad adulta, tomado aproximadamente en Amherst College, 1850.

Nacido en Worcester el 19 de marzo de 1821 y, por lo tanto, diez años mayor que Dickinson. Benjamin F. Newton causó tan profunda impresión en la poeta que, no bien lo hubo conocido, escribió a su amiga, vecina y futura cuñada Susan Gilbert una carta fechada en 1848 donde le dice: «He encontrado un nuevo y hermoso amigo».

Newton permaneció dos años con los Dickinson y, por los motivos que fuesen, incluida una supuesta prohibición de Edward para que siguiera frecuentando a su hija, abandonó Amherst a finales de 1849 para nunca más regresar.

De vuelta en su ciudad natal se dedicó al derecho y al comercio, en 1851 se casó con Sarah Warner Rugg, 12 años mayor que él. Para estos tiempos Newton estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis, dolencia que lo llevó a la muerte el 24 de marzo de 1853, a los 33 años de edad, diez meses antes de que Emily escribiese al pastor Hale preguntando por sus últimos momentos.

El encanto que Newton provocó en Emily Dickinson vino de la mano de la literatura. Aunque Edward Dickinson le compraba muchos libros, le pedía a la muchacha que no los leyera, porque su vieja y conservadora mentalidad puritana temía que pudiesen afectar su espíritu. Edward Dickinson despreciaba especialmente a Dickens y a Harriet Beecher Stowe, lo que su hija deploró muchos años más tarde.

Newton, en cambio, obsequió a Dickinson un ejemplar de los Poemas de Emerson y le escribió apasionadas cartas donde, en forma velada, intentaba prepararla para su muerte inminente. Dice Dickinson a Thomas Higginson, hablando de una carta que había recibido de Newton: «Su carta no me emborrachó, porque ya estoy acostumbrada al ron. Me dijo que le gustaría vivir hasta que yo fuese una poetisa, pero que la muerte tenía una potencia mayor que la que yo podía manejar». Otra carta al «Maestro» dice que «mi primer amigo me escribió la semana anterior a su muerte: “Si vivo, iré a Amherst a verte; si muero, ciertamente lo haré”». Veintitrés años más tarde, Emily Dickinson aún seguía citando de memoria las palabras de estas últimas cartas de su amigo de la juventud.

Los motivos de la vuelta de Newton a Worcester no están claros, pero el repudio de Edward Dickinson a un posible romance no es una causa improbable. Newton era pobre, progresista y tenía tuberculosis en la fase terminal. No era, a buen seguro, la clase de partido que el juez de Amherst deseaba para su adorada hija, y menos aún una buena influencia a los ojos del puritano padre.

Charles Wadsworth

Mientras Emily luchaba con la elaboración del duelo que había desatado en ella la muerte de Newton, conoció en Filadelfia en mayo de 1854 al reverendo Charles Wadsworth, a la sazón pastor de la Iglesia Presbiteriana de Arch Street. Wadsworth tenía 40 años y estaba felizmente casado, pero igualmente causó una profunda impresión en la joven poeta de 23: «Él fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas tormentosas y extraviada en alguna cresta baja».

Si bien no es seguro que Emily haya sentido una fuerte atracción erótica hacia Newton, no existe duda alguna de que durante toda su vida posterior estuvo profundamente enamorada de Wadsworth.[cita requerida] Según la Enciclopedia Británica, no se puede decir con seguridad si Emily Dickinson fue enamorada de Charles Wadsworth.[11]​ El pastor murió el 1 de abril de 1882, mientras que Newton falleció un 24 de marzo. En otoño de ese mismo año ella escribió: «Agosto me ha dado las cosas más importantes; abril me ha robado la mayoría de ellas». Al pie del texto se lee la siguiente y angustiosa pregunta: «¿Es Dios enemigo del amor?».

Al cumplirse el primer año de la muerte de Charles Wadsworth escribió: «Toda otra sorpresa a la larga se vuelve monótona, pero la muerte del hombre amado llena todos los momentos y el ahora. El amor no tiene para mí más que una fecha: 1 de abril, ayer, hoy y siempre».

Si a partir de estas confesiones queda claro el enorme impacto amoroso que Wadsworth tuvo sobre la vida de Dickinson, no hay prueba alguna de que ella haya sido importante para él. Tímido y reservado, no existe constancia de que se haya fijado en Emily en aquellas oportunidades.

Sin embargo, el único cuadro que colgaba en la habitación de la poeta era un retrato en daguerrotipo del pastor de Filadelfia. Es interesante destacar que el profundo y eterno amor de Dickinson se generó y consolidó en sólo tres entrevistas, aunque hay indicios de un cuarto posible encuentro. Su hermana Lavinia, que vivió con ella toda su vida, jamás conoció a Charles Wadsworth hasta la última vez.

No quedan documentos de las dos primeras ocasiones en que Wadsworth se encontró con Emily, por lo que nunca conoceremos los verdaderos motivos por los que el pastor abandonó la costa Este de los Estados Unidos y se fue a predicar a San Francisco en la primavera de 1861, en plena Guerra de Secesión.

Pero ella nunca lo olvidó. En 1869 Dickinson se enteró de que Wadsworth estaba de regreso en Filadelfia, y comenzó a escribirle cartas en 1870.

Pero pasaron veinte años antes de que volvieran a verse. Una tarde del verano de 1880, Wadsworth golpeó a la puerta de la casa de los Dickinson. Lavinia abrió y llamó a Emily a la puerta. Al ver a su amado, se produjo el siguiente diálogo, perfectamente documentado por Wicher. Emily le dijo: «¿Por qué no me ha avisado de que venía, a fin de prepararme para su visita?», a lo que el reverendo respondió «Es que yo mismo no lo sabía. Me bajé del púlpito y me metí en el tren». Ella le preguntó, refiriéndose al trayecto entre Filadelfia y Amherst: «¿Y cuánto ha tardado?». «Veinte años», susurró el presbítero.

Charles Wadsworth murió dos años después, cuando Emily tenía 51 años, dejándola sumida en la más absoluta desesperación.

Comienzo de su reclusión

Tras las muertes de Newton y Wadsworth, la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino para evitar la muerte, según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en la poesía. Recrudeció entonces la tenaz negativa a la publicación de sus poemas y comenzó a dejar de salir de la casa de su padre, y con frecuencia, siquiera de su propia habitación.

La negativa a publicar, aunque la actitud de Dickinson tuviese paralelos históricos como por ejemplo Franz Kafka, no deja de ser una anormalidad que merece ser mejor estudiada en el futuro.

Si bien, como se ha dicho, Dickinson no se oponía a que la gente leyese sus poemas, le leía algunos a su prima Clara Newman y escribía otros para su cuñada Susan Gilbert; sin embargo, no dejaba que cualquiera los leyera. Aparte de los mencionados miembros de su familia, todas las demás personas que leyeron sus trabajos cuando la poeta seguía con vida, eran profesionales de la literatura: escritores, críticos, profesores o editores, y pueden contarse con los dedos de una mano. La lista incluye a su «Maestro de las cartas» Thomas Wentworth Higginson, al profesor Samuel Bowles, a la escritora Helen Hunt Jackson, al editor Thomas Niles y, al crítico y también escritor Josiah Gilbert Holland.

Ana Mañeru, traductora de la poeta, piensa por el contrario que unos trescientos poemas están dedicados a su gran amor, correspondido, por su cuñada y editora, Susan Gilbert o Susan Huntington Dickinson (1830-1913).[9]​

Únicos poemas publicados en vida

Dos poemas publicados en The Springfield Republican en 1862, sin la firma de Emily. El título solo dice "Poesía original".

Samuel Bowles, muy interesado en la literatura y en particular en la poesía, dirigía un diario local, y en él se publicaron, con o sin consentimiento de Dickinson, cuatro de los seis únicos poemas que vieron la luz mientras ella vivió.

El primero era un poema del Día de San Valentín primitivo y poco importante, mientras que el segundo era ya una muestra más acabada de su oficio.

En 1862, se publicó sin firma Safe in their alabaster chambers y Weary of life´s great mart. El célebre poema sobre la serpiente, A narrow fellow in the grass [Un delgado amigo entre la hierba], verdadera obra maestra hoy llamado The Snake, le fue «robado» a la poeta por alguien de su confianza, casi con seguridad Susan Gilbert, y fue publicado contra su voluntad en el periódico The Springfield Republican en su edición del 14 de febrero de 1866.

El último poema, que paradójicamente habla del éxito, fue publicado en una antología preparada por Helen Hunt Jackson a condición de que la firma de Emily no figurara en él.

El "Maestro" desorientado

En 1862, Emily Dickinson, tal vez bajo los efectos de la duda acerca de si su poesía tenía calidad real, envió múltiples poemas a Thomas Higginson acompañados de la siguiente pregunta, que a la luz de los conocimientos actuales puede muy bien ser interpretada como un ruego: «Señor Higginson: ¿está usted demasiado ocupado? ¿Podría hacerse un momento para decirme si mis poemas tienen vida?».

Se puede decir, a favor de Higginson, que este respondió en seguida al desesperado pedido de orientación de Dickinson, elogiando sus poemas y sugiriéndole profundos retoques que, según él, podían hacer que el trabajo de la autora se adaptara a las normas poéticas en boga de aquellos tiempos. Si logró comprender la abrumadora calidad de su poesía, es seguro que no supo qué hacer con ella.

Dickinson se dio cuenta de que al adoptar los innumerables cambios que Higginson proponía para hacer su poesía «publicable», suponía una involución estilística y, por lo tanto, la negación de su original y única identidad artística, por lo que los rechazó suave pero firmemente. Higginson guardó los poemas durante más de treinta años, para luego, ante el éxito del libro Poems of Emily Dickinson, en 1890, sorprenderse como un absoluto profano que nunca hubiese tenido nada que ver con el asunto. Escribió en un ensayo del año siguiente que «después de cincuenta años de conocerlos [los poemas], se me plantea ahora como entonces el problema de qué lugar debe asignárseles dentro de la literatura. Ella [Emily] se me escapa, y hasta hoy me encuentro aturdido ante semejantes poemas». Quince años después de la muerte de la artista, cuando a Higgingson se le preguntó por qué no la había convencido de publicarlos en alguna de las antologías que recopilaba, él respondió: «Porque no me atreví a usarlos».

Los intentos de Helen Hunt Jackson

Helen Hunt Jackson, esposa del alcalde y más tarde célebre novelista, sufrió entre 1863 y 1865 tres devastadoras pérdidas que pudieron dejarla en un estado igual o peor a aquel en el que cayó Dickinson más tarde.

El esposo de Helen fue asesinado en el primero de esos años, y sus dos pequeños hijos murieron también antes de que pasaran veinte meses. Sin embargo, la señora Jackson, en vez de deprimirse, empezó a escribir novelas.

Amiga de Emily Dickinson y protegida de Higginson, Helen Jackson hizo lo imposible para conseguir que Emily publicara, al menos, algunas de sus poesías. La negativa de la poeta fue cerrada e inexpugnable, hasta que la novelista le consiguió un lugar en una antología de poemas sin firma, que se tituló A Masque of poets [Una mascarada de poetas] en 1878. Solo ante la garantía del anonimato, Emily le cedió un único poema, Success is counted sweetest [Se dice que el éxito es lo más dulce], reputado entre lo mejor de aquel volumen.

Jackson presentó los trabajos de Emily al editor que publicaba sus novelas, Thomas Niles, quien se dio cuenta del brillante que permanecía oculto en esas páginas y sumó sus esfuerzos a los de la editora para convencer a la poeta. Sin embargo, no tuvo éxito y en 1883, Dickinson le escribió una carta donde se reía de «la amable pero increíble opinión de Helen Hunt y usted, que ya me gustaría merecer».

Helen esbozó un último esfuerzo el 5 de febrero de 1884 escribiendo a Emily una carta en la que le decía: «¡Qué maravillosas carpetas llenas de versos debes tener ahí! Es un cruel error para tu época y tu generación esa rotunda negativa a darlos a conocer». No obstante, para ese momento, Emily estaba ciega y había sufrido un grave ataque nervioso del que ya nunca se podría recuperar y Helen se esforzó en vano.

Helen Hunt Jackson murió seis meses más tarde.

Reclusión definitiva

Último retrato de Emily Dickinson, vestida de blanco.

El encierro y el aislamiento autoimpuestos de Emily Dickinson no fueron súbitos ni anormales, al comienzo. Desde su alejamiento del seminario hasta su muerte, Emily vivió tranquilamente en la casa de su padre, lo que no era raro para las mujeres de su clase. Su hermana Lavinia y su cuñada Susan Gilbert, por ejemplo, siguieron caminos idénticos.

Entre sus veinte y treinta años, Emily iba a la iglesia, hacía las compras y se comportaba perfectamente en todos los aspectos. Daba largos paseos con su perro «Carlo» e incluso concurría a las exposiciones y a las funciones benéficas, lo que se demuestra porque las instituciones aún conservan en sus archivos sus tarjetas de visita. La familia de Holland la visitó en 1861, y la recuerdan «con un vestido marrón, una capa más oscura y una sombrilla del mismo color». Las primeras dos fotografías que acompañan este artículo la muestran también vestida de oscuro.

A finales de ese año, la poetisa comenzó a rehuir las visitas y las salidas, y empezó a vestirse exclusivamente de blanco, extraña costumbre que la acompañaría durante el cuarto de siglo que aún le quedaba de vida.

Para 1862 se la veía ya muy poco por la población. En una carta traducida por Aurora Luque, Dickinson escribió en 1862: "Y mis ojos son como el jerez que el huésped deja en la copa".[12]​ En 1864 viajó a Boston para visitar a un oculista y repitió el periplo al año siguiente, período en que se alojó en casa de unas primas en Cambridgeport. Nunca volvió a viajar y faltó a la cita que el médico le había concertado para 1866.

En 1870, a pesar de los ruegos de Higginson para que saliera, la decisión de encerrarse era ya definitiva: «No salgo de las tierras de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa, ni me muevo del pueblo». Esta exageración de la vida privada se había convertido, para esa época, en una especie de fobia o morbosa aversión a la gente.

En los últimos quince años de su vida, nadie en Amherst volvió a verla, excepto que algún paseante ocasional vislumbrara su figura vestida de blanco paseando por el jardín de los Dickinson en los atardeceres de verano. A veces se escondía en el vano de la escalera de la casa de su padre, entre las sombras, y sorprendía a los asistentes en una cena o una reunión con una interjección o un comentario expresados en voz baja.

Sus cartas de ese período demuestran que algo anormal sucedía con la portentosa escritora: «He tenido un extraño invierno: no me sentía bien, y ya sabes que marzo me aturde», carta escrita a Louise Norcross. En otra nota se disculpa por no haber concurrido a una cena a la que estaba invitada y dice: «Las noches se hicieron calientes y tuve que cerrar las ventanas para que no entrara el coco. Tuve también que cerrar la puerta de calle para que no se abriera sola en la madrugada y tuve que dejar prendida la luz de gas para ver el peligro y poderlo distinguir. Tenía el cerebro confundido —aún no he podido ordenarlo— y la vieja espina aún me lastima el corazón; fue por eso por lo que no pude ir a visitarte».

Cuando Higginson le preguntó en 1864 si había ido a ver a su médico, le respondió: «No he podido ir, pero trabajo en mi prisión y soy huésped de mí misma». Cinco años más tarde escribe a su prima Norcross: «No me siento tan bien como para olvidar que estuve enferma toda mi vida, pero he mejorado: puedo trabajar».

Durante los tres últimos años de su vida no salió ni siquiera de su habitación, ni aun para recibir a Samuel Bowles, el cual nunca había dejado de visitarla. El anciano se paraba en la entrada y la llamaba a gritos por la escalera, diciéndole «pícara» y agregando una palabrota cariñosa. Nunca tuvo éxito en su intento de verla o de cambiar una palabra con ella.

Muerte

Lápida de Emily Dickinson en la parcela familiar.

Cuando la primera esposa de Higginson murió en 1874, la poetisa le envió esta frase: «La soledad es nueva para usted, Maestro: permítame conducirlo».

No obstante, sus poemas y sus cartas demuestran que es falsa la apariencia de monotonía y enfermedad mental que erróneamente muchos atribuyen a estos últimos años de la artista. Las misivas de esta época son poemas en prosa: una o dos palabras por renglón y, una actitud vital atenta y brillante que encantaba a los destinatarios: «Mamá fue de paseo, y volvió con una flor sobre su chal, para que supiéramos que la nieve se había ido. A Noé le hubiese gustado mi madre... La gata tuvo gatitos en el tonel de virutas, y papá camina como Cromwell cuando se apasiona».

Disfrutaba de la visión de los niños que jugaban en el terreno lindero («Me parecen una nación de felpa o una raza de plumón») y trabajar de rodillas en sus flores.

Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: «Me llaman».

Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886.

El hallazgo

Poco después de la muerte de la poetisa, su hermana Vinnie descubrió ocultos en su habitación 40 volúmenes encuadernados a mano, los cuales contenían la parte sustancial de la obra de Emily, más de 800 poemas nunca publicados ni vistos por nadie. Las poesías que insertaba en sus cartas constituyen el resto de su obra, la mayoría de las cuales pertenecen a los descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.


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