Los recuerdos del porvenir

Los recuerdos del porvenir Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos VII-XVI

Resumen

Segunda parte

Capítulo VII

En este capítulo, la cronología de la trama retrocede hasta el día anterior (la noche de la fiesta de Doña Carmen) para mostrar lo que sucedía paralelamente en la casa de las "cuscas”. La Luchi revela a las chicas el secreto guardado con Juan Cariño: tienen al padre Beltrán en una habitación, disfrazado con las ropas del “presidente”. Luego aparece, desde las sombras, el sacristán Don Roque, que había estado refugiado en lo de Dorotea. Sale junto a La Luchi y el padre (disfrazado de Cariño) y se dirigen hacia Las Cruces, donde los aguardan los hermanos Moncada, cómplices en la fuga.

Juan Cariño se queda con las muchachas, esperando que vuelva La Luchi: debía dejar a los dos hombres a salvo con los Moncada y regresar. Pero se hacen las 2 de la mañana y La Luchi no aparece. Finalmente, irrumpe Juan Corona con su ejército, catea la casa y les informa que La Luchi fue asesinada en Las Cruces. Por la noche, dos de las muchachas se dirigen a la Comandancia a reclamar el cuerpo. Allí se encuentran con Cástulo.

Capítulo VIII

Otra vez la línea temporal retrocede a la noche de la fiesta, esta vez a lo que transcurría en el Hotel Jardín. Cruz se prepara para salir y sus queridas piensan que va a ir a la fiesta sin ellas. Él les jura que no, pero no le creen. Al retirarse los soldados, despechadas y furiosas, las hermanas deciden repentinamente fugarse al norte. De pronto, la idea se contagia a las demás y se suman Luisa y Antonia.

Las muchachas hacen las valijas, salen escondidas y se dirigen hasta la caballeriza donde está Fausto, el caballerango de Francisco Rosas. Las muchachas intentan sobornarlo para que les ensille unos caballos. Este rechaza el dinero pero acepta entregrarles los animales. Sin embargo, se demora mucho y ellas se dan cuenta de que no va a regresar, por lo que deciden abortar el plan de escape y volver al Hotel.

Más tarde, ya de vuelta en su habitación, escuchan, con sorpresa, cómo entra el general Rosas con Isabel y la instala en la antigua habitación de Julia.

Capítulo IX

La línea temporal avanza al momento después de la fiesta. Luego de las detenciones, en su casa, Ana Moncada pregunta por el destino de sus hijos y se lamenta por la traición de su hija. Recién a las 3 y media de la mañana llega Cástulo de la Comandancia con la noticia de la muerte de Juan y la detención de Nicolás.

Al amanecer, los criados de doña Matilde retiran el cuerpo de Dorotea para poder velarlo. Los cortejos de Dorotea y La Luchi se cruzan camino al cementerio. Al regreso, las muchachas de la casa de las "cuscas” pasan por Las Cruces para ver el lugar donde mataron a su patrona. Allí, unos soldados relatan los hechos: cómo los esperaron escondidos, los interceptaron cuando se estaban por fugar en los caballos y asesinaron a Juan y a La Luchi en la balacera.

Martín Moncada, luego del entierro, regresa a su casa y no sale nunca más. Rosas interroga a los detenidos. Mientras tanto, piensa en Isabel, que lo espera en el cuarto: la repudia y piensa decirle que se vaya.

Capítulo X

Por fin llega el día siguiente y el pueblo amanece vacío. Los arrieros de pueblos vecinos no llegan, por los rumores de sublevación en Ixtepec. El lunes se dan a conocer los cargos con los que se acusa a los detenidos, que permanecen en la Comandancia: sedición, traición a la patria y asesinato.

Isabel continúa en el Hotel Jardín con el general y pierde todo contacto con los vecinos y su familia. Tampoco habla con las otras queridas, pero todos hablan de ella. El general se arrepiente de haberla llevado a su habitación, pero no se decide a echarla. Por otra parte, las gemelas rechazan a Cruz y repudian sus actos en esa trágica noche, por lo que deciden privarlo de todo contacto físico. Ese es su castigo.

También se narra el punto de vista de Lola y su hijo Rodolfo, quienes se mantuvieron al margen de toda la situación, ya que por la desconfianza de la mujer ni siquiera fueron a la fiesta. Van a la casa de los Moncada a presentar sus condolencias, pero estos no reciben a nadie. Matilde también permanece encerrada y solo se comunica con su hermano a través de los criados.

Mientras tanto, Elvira, de regreso de la casa de los Moncada (que tampoco la reciben), repasa todo lo sucedido y llega a la conclusión de que alguien los tuvo que haber traicionado. Se decide a encontrar al traidor. Ya en la casa, Conchita, su hija, le cuenta que el sargento Illescas está de novio con Inés, su propia criada. Rápidamente, descubre que el secreto se filtró frente a sus narices: fue Inés. Sin embargo, no la echan por miedo a las represalias. Elvira, enferma de culpa y miedo, deja de visitar a sus amigos y ya no sale de su casa.

Capítulo XI

El 1 de octubre empieza el juicio a los acusados en la Comandancia Militar. En la calle, la gente grita por Nicolás Moncada y reprueba al general Rosas, a Isabel y a Pepe Ocampo. Intentan entrar en el hotel y los militares reprimen.

En su celda, Nicolás recuerda la promesa de irse de Ixtepec junto a sus hermanos, mientras lamenta la muerte de Juan y la traición de Isabel. Acepta el destino y decide confesar que los tres idearon el plan, pero su decisión irrita a los jueces, que pretenden que se defienda para probar su falta. Los vecinos comentan que Nicolás se burla de ellos y que Abacuc va a entrar en Ixtepec.

Mientras tanto, el general Rosas atraviesa la plaza, ante la reprobación general, hasta que llega a su cuarto. Se acuesta en su cama, abatido, perdido y con miedo.

Capítulo XII

El 5 de octubre el pueblo aguarda en la plaza la llegada de Abacuc y se leen las sentencias: condena a muerte a Nicolás Moncada, el padre Beltrán, el doctor Arrieta y don Joaquín; cinco años de cárcel para Rosario Cuellar; libertad bajo fianza para Carmen B. de Arrieta y libertad para Juan Cariño, por no gozar de sus facultades.

Al amanecer del día siguiente, en el hotel, el general Rosas e Isabel discuten sobre sus culpas en la habitación. Ella le reclama por sus acciones y pide ver a Nicolás. Los demás oficiales escuchan y se sienten también desgraciados. Luisa le cierra la puerta en la cara al capitán Flores, mientras que las gemelas Rafaela y Rosa rezan y le niegan el perdón al teniente coronel Cruz.

Capítulo XIII

A las 4 y 11 minutos de la mañana, los militares salen del hotel hacia la Comandancia. En el camino, Rosas se da cuenta de que ganó la partida contra Ixtepec, cuyos habitantes están tristes y derrotados. Sin embargo, se siente cansado y culposo.

Ya en la Comandancia, Rosas organiza los pelotones y decide salvar a Nicolás Moncada para darle el gusto a Isabel: ordena al oficial Pardiñas que lo cambie por otro prisionero antes de llegar al cementerio.

Capítulo XIV

Sale a la calle el primer pelotón con el padre Beltrán y el doctor Arrieta, la gente del pueblo los recibe con silencio y resignación. Luego parte el segundo pelotón, con la custodia de don Joaquín y Nicolás, a quienes saludan desde los balcones. Ambos pasan por delante de sus casas. Al llegar a las orillas de Ixtepec, se produce el intercambio de prisioneros.

Poco después, la gente grita que Nicolás llega al cementerio. En el hotel, Rafaela le ordena a Isabel que pida por la vida de su hermano. Junto a Rosa, mandan a la criada Gregoria a que la acompañe al cementerio. Mientras corren hacia allá, se oyen los fusilamientos. Asesinan a Beltrán, Arrieta, el cuatrero que reemplazaba a Nicolás y don Joaquín.

Cuando están por irse, aparece Nicolás, que no se había dejado conducir en el intercambio. El general Rosas lo acusa de fugado y, tras un gesto, el capitán Pardiñas lo mata de un disparo. Rosas se muestra frustrado y enfurecido; se siente un desgraciado.

En tanto, Isabel lo ve irse y se deja caer: cree que Rosas la engañó y no quiso perdonarle la vida a su hermano.

Capítulo XV

Isabel queda paralizada y Gregoria le dice que no puede volver al pueblo. La levanta para ir al Santuario, el lugar en el que comienza la novela, desde donde Ixtepec se contempla y cuenta su historia.

Mientras siguen su camino y suben una cuesta, Isabel se da vuelta y empieza a correr de regreso, al grito de que quiere ver otra vez a Francisco Rosas. Sin embargo, no llega a Ixtepec y se pierde. Después de mucho buscarla, Gregoria la encuentra tirada y convertida en piedra. Entonces pasa toda la noche empujándola para dejarla a los pies de la Virgen, al lado de otros pecadores. Después baja al pueblo a contar lo sucedido.

En Ixtepec, Juan Cariño es puesto en libertad y regresa a la casa de las cuscas.

Capítulo XVI

Cuenta Ixtepec que, pasados unos meses, nadie vuelve a ser el mismo. El general Rosas, desalineado, se va una tarde en un tren militar junto a sus soldados y ayudantes, y no se sabe más de él. El pueblo es intervenido sucesivamente por otros militares que no son mejores que él: también cuelgan gente y entregan tierras a Rodolfo Goríbar.

Para terminar, Ixtepec lee la leyenda que deja Gregoria en la piedra como testimonio. La inscripción, que se define como “recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos", cuenta la historia de Isabel Moncada.

Análisis

En estos últimos capítulos se acelera la trama y se descubren los hechos que llevan al desenlace de la novela. El narrador pasa así de escatimar la información para generar misterio a revelar, episodio por episodio, lo que pasa la noche de la fiesta en lo de doña Carmen. Para eso, utiliza nuevamente el recurso de la memoria como medio para llevar adelante una reconstrucción simultánea de los hechos. Así, los lectores van hacia atrás y hacia adelante en la línea temporal y pueden “ver” aquello que ocurre al mismo tiempo en la noche de la fiesta.

El tipo de narración pasa del estilo más poético de la primera parte (ritmo más lento, con más metáforas y figuras alegóricas) a un lenguaje más directo y concreto, con más descripción y relato de acción.

En el desarrollo de la escena de la casa de las "cuscas" se focaliza aún más la importancia de las mujeres en el plan de rescate. Se revela que son ellas las que guardaron al padre Beltrán y es la madama misma, La Luchi, quien pone el cuerpo en la fuga, terminando muerta. Este sacrificio para salvar a un cura, siendo que ella misma ni siquiera tiene permitido entrar en la iglesia, pone en un lugar central la problematización de los roles asignados a las mujeres y la refutación de los estereotipos. La Luchi, una prostituta y marginada de la sociedad, se sacrifica por el pueblo: "La Luchi cerca de la puerta miraba con tristeza al sacerdote. «¿Qué vale la vida de una puta?», se dijo con amargura, y de puntillas salió de la habitación y cruzó la casa a oscuras" (Segunda parte, Cap. VII).

Por otra parte, se narra la perspectiva de Isabel, un personaje polémico que abre y cierra la novela entera. Isabel se va con el general Rosas y se acuesta con él, generando el repudio de todo el pueblo, incluída su familia: "—¡Es mala!… ¡Es mala!… —gritó Ana Moncada sintiéndose culpable de la maldad de su hija. Miró su cama con miedo y se oyó diciendo: «¿Vienes?». Con esa misma palabra había llamado Rosas a Isabel y su hija se fue con él en la oscuridad de los portales" (Segunda parte, Cap. IX).

Como el relato es parcial y deja, en muchas ocasiones, lugar a la interpretación del lector (al no presentarse como una narración totalizante sino una subjetiva y fragmentaria) no es posible afirmar cuáles fueron los verdaderos motivos de Isabel para irse con el general. Está claro que hizo un intento por salvar la vida de su hermano, pero no resulta del todo transparente la naturaleza de sus emociones en su vínculo con Rosas.

El desenlace circular de la novela, por otra parte, confirma la atmósfera de presagios creada capítulo a capítulo: la idea de que el pueblo tiene una suerte de maldición (que aparece en el pensamiento de Martin, en los primeros capítulos), la sensación constante de que algo malo va a pasar (esto incluso dicho por los mismos personajes en varias oportunidades) y las señales del final: "Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometría de luces que inventó a esta ilusoria colina como una premonición de mi nacimiento" (Primera parte, Cap. I).

El cierre de la novela, con Isabel convertida en piedra, no solo desvela que la piedra donde comienza el relato es la misma de la del final (es Isabel petrificada, por eso el narrador dice “piedra aparente”), sino que confirma al lector que el narrador ha estado dando señales durante toda la trama. Por ejemplo, en la escena alegre donde están ensayando las obras de teatro, Isabel inexplicablemente se ensombrece y dice lo siguiente: "Vuelvo al pabellón y escucho todavía flotantes las palabras dichas por Isabel y que provocaron su interrupción: «¡Mírame antes de quedar convertida en piedra!…»". Y el narrador agrega: "Las palabras de Isabel abrieron una bahía oscura e irremediable. Aún resuenan en el pabellón y ese momento de asombro allí sigue como la premonición de un destino inesperado" (Primera parte, Cap. XI).

El narrador juega con los presagios a tal punto que el desenlace de toda la novela ya está planteado desde el principio:

«¡A las estatuas de marfil, una, dos, tres…!». La frase del juego infantil le llegaba sonora y repetida como una campana. Ella y sus hermanos se quedaban fijos al decirla, hasta que alguien a quien habían señalado en secreto pasaba por allí, los tocaba y rompía el encantamiento. Ahora nadie vendría a desencantarla; sus hermanos también estaban fijos para siempre. «¡A las estatuas de marfil, una, dos tres…!» (Segunda parte, Cap. XV).

Pasajes como este confirman el uso de presagios o señales que colaboran con la creación de una atmósfera asfixiante. La circularidad de la forma del relato agrega densidad a la creación de un tiempo que no solo está detenido, sino condenado a repetirse: “Y vienen otras generaciones a repetir sus mismos gestos y su mismo asombro final” (Segunda parte, Cap. X).

También se descubre que el título mismo es una premonición del final, ya que aparece tal cual escrito en la inscripción que deja Gregoria en la piedra: “Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos” (Segunda parte, Cap. XVI). La noción de un recuerdo del futuro supone una paradoja, es decir, la unión de dos conceptos contradictorios entre sí: se supone que se recuerda el pasado, no el futuro. Esta figura se hace presente en muchas escenas con otras palabras, como en esta frase que le dice Isabel a Rosas: "—Francisco, tenemos dos memorias… Yo antes vivía en las dos y ahora sólo vivo en la que me recuerda lo que va a suceder. También Nicolás está dentro de la memoria del futuro…" (Segunda parte, Cap. X).

La centralidad de esta paradoja refuerza la tesis de la circularidad del tiempo que atraviesa toda la obra. El planteo de que pasado y futuro conviven, de que se pueda recordar lo que todavía no pasó, refuerza la idea de que la historia no es lineal, sino que se repite. Por otra parte, la elección de la palabra “recuerdos” para referirse al pasado agrega a este mito del tiempo circular la noción de la memoria. Esta aparece, por un lado, como entramado complejo y no confiable, en el sentido de que no hay un solo relato verificable en los hechos, sino que la memoria se compone también de la imaginación (incluyendo lo irreal) de las personas que la construyen, y, por el otro, como suma de los recuerdos de todas las personas que fundan un pasado y un futuro en común.