Los recuerdos del porvenir

Los recuerdos del porvenir Citas y Análisis

“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo”.

Ixtepec, Primera parte, Capítulo I

Esta es la apertura del primer capítulo de la novela y es el inicio del relato de Ixtepec. La narración empieza con su voz, lo cual da cuenta de la importancia de la memoria como fuente de todo lo que sigue. La utilización de adjetivos como “melancólico” da un indicio de la emocionalidad con la que el narrador va a contar su historia, implicándose. Además, aparece la idea del encierro y la circularidad de la memoria, como una especie de trampa del tiempo, cuestión que figura en todo el libro.

“Sin el tictac, la habitación y sus ocupantes entraron en un tiempo nuevo y melancólico donde los gestos y las voces se movían en el pasado. Doña Ana, su marido, los jóvenes y Félix se convirtieron en recuerdos de ellos mismos, sin futuro, perdidos en una luz amarilla e individual que los separaba de la realidad para volverlos solo personajes de la memoria”.

Ixtepec, Primera parte, Capítulo III

Esta escena sucede luego de que don Martín Moncada se queja por el sonido del reloj y su criado, Félix, quita el péndulo y lo para, como hace todas las noches. La descripción poética del reloj como símbolo del tiempo profundiza la idea del “vivir fuera de tiempo” que caracteriza al pueblo y a sus habitantes. Además, agrega densidad al clima de nostalgia y melancolía que envuelve a los personajes en todo momento, aunque todavía no haya ocurrido nada malo concretamente.

“Cuando se casó, Justino acaparó las palabras y los espejos y ella atravesó unos años silenciosos y borrados en los que se movía como una ciega, sin entender lo que sucedía a su alrededor. La única memoria que tenía de esos años era que no tenía ninguna. No había sido ella la que atravesó ese tiempo de temor y silencio”.

Ixtepec, Primera parte, Capítulo IV

Esta cita habla sobre el personaje de Elvira Montúfar. Ella es la viuda de Justino Montúfar y la madre de Conchita. En sus dichos y acciones, Elvira se muestra como una mujer sumamente conservadora y respetuosa del recuerdo de su difunto marido. Sin embargo, en estos pensamientos frente al espejo, se deja ver que es una mujer oprimida y que se siente, de cierto modo, aliviada por su muerte. Una vez más, la subjetividad de la memoria modifica los recuerdos y genera distorsiones en la propia realidad de las personas que, en cierta manera (metafóricamente), no viven una sola vida, sino muchas.

"La desdicha como el dolor físico iguala los minutos. Los días se convierten en el mismo día, los actos en el mismo acto y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila y los milagros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse".

Ixtepec, Primera parte, Capítulo VII

Esta cita insiste con el tema de la detención del tiempo como producto de la desdicha y el dolor. La vida sin “milagros” (sin ilusión) hace que todos los días parezcan el mismo día y que se pierda la posibilidad de imaginar otro mundo con otros colores, otros destinos, otras posibilidades.

"—Nos hubiera ido mejor con Zapata. Cuando menos era del Sur — suspiró doña Matilde.

—¿Con Zapata? —exclamó doña Elvira. Sus amigos se habían vuelto locos esa noche o quizá solo querían ponerla en ridículo delante del extranjero".

Matilde y Elvira, Primera parte, Capítulo VII

En el capítulo VII hay una cena en la casa de Matilde y Joaquín para conocer al foráneo. En este diálogo, los vecinos hablan de la desdicha que viven bajo la tiranía del general Rosas y los pistoleros (los matones parapoliciales que hacen el trabajo sucio y roban tierras). Si bien los comensales pertenecen a una clase acomodada de México y resultaron perjudicados por la Revolución, la realidad del momento no es mejor. Este tipo de diálogos dan cuenta del desamparo y la desilusión del común de la gente frente a los avatares políticos del país, que siempre los perjudican.

"«Va a pasar algo», corría de boca en boca. «¡Sí, hace demasiado calor!»: era la respuesta".

Ixtepec, Primera parte, Capítulo X

Este es el comienzo del capítulo X y anticipa, a modo de presagio, el asesinato de Damián Álvarez. El motivo de la premonición o el “mal agüero” acompaña el desarrollo de toda la trama y genera un clima de tensión en el que los lectores participan de la intriga y el "mal" que se está gestando. La mención del calor (también presente en muchos episodios) contribuye a generar la sensación de asfixia.

"Mucho después, cuando ya Hurtado no estaba entre nosotros, los invitados de doña Matilde se preguntaron cómo había atravesado aquella tempestad con el candil encendido y las ropas y el pelo secos. Esa noche encontraron natural que su luz permaneciera encendida hasta el momento en que llegó a lugar seguro".

Ixtepec, Primera parte, Capítulo X

Durante la novela hay un único episodio en el que llueve. Ixtepec se describe con clima seco y la lluvia es algo poco común. El relato de la llegada de Felipe Hurtado en medio de la tormenta introduce la idea de que hay algo mágico alrededor de su persona. Es el primero de los detalles inexplicables que alimentarán el mito de que es un mago.

"Después volví al silencio. ¿Quién iba a nombrar a Julia Andrade o a Felipe Hurtado? Su desaparición nos dejó sin palabras y apenas si nos dábamos los buenos días".

Ixtepec, Segunda Parte, Capítulo I

Después de la desaparición de Felipe y Julia, el pueblo vuelve al silencio y a la quietud narradas antes del capítulo V (la llegada del forastero). De nuevo, aparece el poder de las palabras y de la ausencia de ellas. Un pueblo sin palabras es un pueblo sin memoria, condenado nuevamente al “no tiempo”, al vacío del eterno presente.

"En mi larga vida nunca me había visto privado de bautizos, de bodas, de responsos, de rosarios. Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Me sentía extraño sin domingos y sin días de semana. Una ola de ira inundó mis calles y mis cielos vacíos. Esa ola que no se ve y que de pronto avanza, derriba puentes, muros, quita vidas y hace generales".

Ixtepec, Segunda parte, Capítulo II

En este capítulo ocurre la persecución a los cultos religiosos y el cierre de la iglesia. Luego de la represión, quedan los destrozos y los heridos. La prohibición del último rincón de refugio y esparcimiento para el pueblo termina de convertir la tristeza en ira. La violencia y la crueldad de esta medida no propicia nada bueno; anticipa solo más violencia.

"—¿Te acuerdas del tiempo en que no teníamos miedo?

—¿Miedo?… Yo siempre he tenido miedo. Quizá hoy es el día que he tenido menos porque tengo algo real que temer. Lo peor es tener miedo del enemigo escondido detrás de los días —contestó el doctor sin dejar de bailar y apoyándose en las palabras para olvidar al miedo que se apoderaba poco a poco de su fiesta".

Carmen y Arístides Arrieta, Segunda parte, Capítulo VI

Este diálogo tiene lugar en el momento en que los anfitriones de la fiesta organizada en honor al general Rosas empiezan a sospechar que han sido descubiertos. El intercambio grafica la idea de que la peor condena no es el castigo que pueden llegar a tener, sino vivir con miedo, oprimidos y sumidos en la aceptación pasiva de sus desgracias. El miedo por intentar algo mejor, por hacer, es mejor que el miedo por el miedo mismo, el miedo como forma de vida.