La gaviota

La gaviota Citas y Análisis

(arrancando los pétalos de una flor). Me ama, no me ama, me ama, no me ama. (Ríe) ¿Ves? Mi madre no me ama. ¡Claro! Quiere vivir, amar, usar blusitas de tonos claros, pero yo tengo 25 años y le recuerdo constantemente que ya no es joven. Cuando yo no estoy tiene 32 solamente, pero cuanto estoy tiene 43 y por eso me odia.

Tréplev (Acto I, p.14)

Una de las relaciones más conflictivas de la obra es la que Tréplev tiene con su madre, una célebre actriz. Gran parte de ese conflicto tiene que ver con el carácter edípico del vínculo. El muchacho anhela el amor y la atención de Arkádina de un modo particular que se acompaña de fuertes celos, por parte del joven, hacia la pareja de su madre, y sus palabras evocan los sentimientos típicos de una relación más romántica que de índole familiar. Esta naturaleza romántica de la relación madre-hijo se encuentra simbolizada por la acción que acompaña el parlamento, ya que el joven deshoja una margarita. Por otra parte, el parlamento citado presenta, también, uno de los temas más relevantes de la pieza, que es el del paso del tiempo y la vejez, y que no tarda en evidenciarse como el verdadero eje de los pesares de varios personajes, principalmente de Arkádina. Tréplev encuentra en ese asunto, justamente, uno de los motivos para el desamor de su madre hacia él: el mayor dolor de la célebre actriz yace en la progresiva pérdida de la juventud, tema que llega a obsesionarla, y la presencia de su hijo no hace más que recordarle su propia edad.

SORIN: Lo has ofendido.

ARKÁDINA: Él mismo nos advirtió que era una broma, y así traté su obra, como una broma.

SORIN: Sin embargo…

ARKÁDINA: ¡Ahora resulta que ha escrito una gran obra! ¡Miren un poco! Quiere decir que ha organizado este espectáculo y nos ha perfumado de azufre no como una broma, sino como una demostración… Ha querido enseñarnos cómo hay que escribir y qué se debe representar. Estoy harta. ¡Estos continuos ataques contra mi y esos alfilerazos, digan lo quieran, pero uno se cansa!

Sorin y Askádina (Acto I, p.22)

Desde el inicio de la pieza, las cuestiones artísticas complejizan las relaciones entre los personajes, y la representación de la obra escrita por Tréplev y protagonizada por Nina termina por implosionar las tensiones. Las opiniones disímiles entre ciertos personajes respecto al arte, a partir de este momento, se vuelven expresiones de intolerancia explícita, aparentemente irreprimible: Arkádina no puede evitar hacer comentarios sarcásticos durante la función y su hijo, evidentemente afectado, toma medidas y suspende la representación. Sorin le indica a Arkádina que ha ofendido a su hijo: la frustración del protagonista respecto a la falta de reconocimiento por parte de su madre encuentra en esta escena su punto límite, en tanto Arkádina no solo es una célebre actriz, rodeada de exitosos amigos entre los cuales Tréplev se siente insignificante, sino que además nada la detiene de expresar su indiferencia -y hasta su disgusto- por la obra que escribió su propio hijo y que interpreta la novia de este. En el diálogo que mantiene con Sorin, Arkádina evidencia que sus comentarios sarcásticos durante la función no constituyeron un desliz indeseado, sino más bien la punta del iceberg de sus pensamientos sobre Tréplev, dejando ver que tanto ella como el muchacho viven la relación madre-hijo, en cierto sentido, como una suerte de competencia, y Arkádina no puede ver la obra de su hijo sin tomarla en broma o pensar que se trata de una “demostración”, o de “ataques” contra ella. Es evidente que las diferencias en tanto criterio artístico no constituyen la base de los problemas entre madre e hijo, sino que son el modo en que ellos pueden permitirse discutir -hablar de otras cuestiones más íntimas sería, probablemente, demasiado doloroso-. En esta pieza, las ideas que los personajes tienen sobre el arte dicen mucho sobre el carácter de cada uno, y si Arkádina y Tréplev ven en los hechos artísticos que les disgustan una suerte de ataque contra ellos mismos, es porque se trata de los personajes más egocéntricos y conflictivos de toda la obra.

Comenzó aquella noche en que mi obra fracasó tan ridículamente. Las mujeres no perdonan el fracaso. He quemado todo, hasta el último pedacito de papel. ¡Si supiera qué desdichado soy! Su frialdad me asusta, es increíble, como si me hubiese despertado y viera que este lago se ha secado repentinamente, o se ha sumido en las profundidades de la tierra. Usted acaba de decir que es demasiado simple para comprenderme. ¡Oh! pero comprender… ¿qué? La obra no gustó, usted desprecia mi inspiración, me considera un hombre cualquiera, insignificante, como tantos...

Tréplev (Acto II, p.36)

Tréplev se dirige con este parlamento a Nina, a quien acusa, apenado, de haber cambiado ante él, de tener ahora una actitud indiferente. El joven traza, en su discurso, un hilo que une directamente el fracaso de su obra con el desamor de Nina: plantea que, cuando la muchacha perdió el respeto y la admiración que sentía por él, perdió también el amor. El joven padece entonces dos pérdidas; la de Nina y la de su esperanza en sí mismo como artista, unidas en un mismo vacío. El símil con el cual Tréplev compara la nueva actitud de Nina para con él con una repentina sequedad del lago expresa la mezcla de dolor y confuso asombro del joven, a la vez que continúa construyendo la asociación planteada desde el primer acto entre Nina, la gaviota y el lago. Nina había dicho sentirse atraída hacia el lago como una gaviota, pero ahora solo expresa interés por irse a la ciudad para ser actriz, además de una profunda atracción por Trigorin: ambas cuestiones parecerían evidenciar un cambio importante, un movimiento de intereses en Nina, quien estaría queriendo dejar atrás tanto ese lago campesino como al muchacho que vive a sus orillas. Tréplev ya está lejos de encarnar, para Nina, al artista con el que ella desea compartir sus días y su energía: a través de los ojos de la muchacha, entonces, el joven dice verse a sí mismo como un “hombre cualquiera”, “insignificante”, lo que recuerda la sensación de “nulidad” que el joven decía sentir frente a su madre y sus amigos artistas. Todas estas sensaciones de frustración llevan a Tréplev a pensar en suicidarse, tal como expresa al principio de la escena, cuando llega cargando un fusil y una gaviota muerta.

¡Qué mundo maravilloso! ¡Si supiera cómo lo envidio! El destino de los seres es tan diferente. Algunos arrastran a duras penas sus existencias aburridas e insignificantes, todos parecidos los unos a los otros, todos infelices; en cambio, a otros -usted, por ejemplo, uno entre un millón- les toca en suerte una vida interesante, luminosa, llena de sentido… Usted es feliz…

Nina (Acto II, p.38)

Nina, una joven nacida y criada en el campo y con anhelos de convertirse en actriz, se siente completamente fascinada por la presencia de Trigorin, el famoso escritor a quien dirige el parlamento citado. Para la muchacha Trigorin es, probablemente, la única persona célebre a la que, además de admirar, conoce personalmente. Conversando con él, la muchacha no puede apaciguar el entusiasmo que la desborda: sus ideas sobre la celebridad le hacen pensar que los artistas famosos son seres completamente diferentes al resto de los mortales, con una existencia plena y luminosa. Desde su perspectiva, en gran parte influenciada por la monotonía campesina en que se crio, la fama aparece en su imaginación como algo tan lejano que su mente no duda en atribuirle, a aquellos que la han alcanzado, una sustancialidad elevada por encima de todos los demás. Esta extrema admiración que siente por Trigorin parecería ser, en gran parte, lo que acaba por convencerla de entregarle su vida más adelante.

Tomo cada frase, cada palabra, suya o mía, y me apresuro a encerrar esas frases y esas palabras en mi depósito literario; ¡a lo mejor me serán útiles! Cuando termino mi tarea, corro al teatro o a pescar; ha llegado el momento de descansar, pero no; en seguida empieza a dar vueltas en mi cabeza algo pesado, denso, como un proyectil de hierro: es un nuevo argumento. Y me arrastra hacia la mesa, hay que apresurarse nuevamente, escribir, escribir… Y así siempre, siempre. No me doy tregua, siento que devoro mi propia vida, que para hacer la miel que luego doy a desconocidos, recojo el polen de mis mejores flores, arranco estas mismas flores y pisoteo sus raíces.

Trigorin (Acto II, pp.38-39)

Desde una perspectiva absolutamente contrapuesta a la de Nina, Trigorin no se reconoce en las ideas románticas de felicidad que la muchacha supone sobre su vida, y, por el contrario, plantea en su vida de escritor la existencia de una fuerza involuntaria que perturba cada momento: no puede contemplar, oír o disfrutar de algo sin que, inmediatamente, se vea obligado a “tomarlo” para su posterior incorporación en el proceso de escritura. Así como debe “tomar cada palabra” para luego “encerrarla en su depósito literario”, el escritor “devora” su propia “vida”, la consume, la reduce a una suerte de material para la creación artística. La metáfora que utiliza para ilustrar ese sentimiento expone claramente esta lucha o competencia entre la naturaleza y el arte; el “polen” de sus “mejores flores” serían las experiencias de vida que el artista toma para utilizarlas en el proceso de creación y crear así el objeto artístico, el cuento o novela que se dedica a los lectores, aquí la “miel” que luego entrega a “desconocidos”. Los elementos elegidos en esta metáfora representan los dos momentos de la materia: el natural -el polen- y el resultante del proceso artificial -la miel-: es el hacer artístico, entonces, lo que obstaculiza y perturba la percepción de la naturaleza. La última parte de la metáfora revela, a su vez, el carácter violento del proceso que extrae el material de la naturaleza y lo convierte en arte: el artista “arranca” esas flores, esa naturaleza en plenitud vital, y no siendo suficiente haber destruido sus raíces, su conexión con la tierra que las mantenía en vida, las “pisotea”: nada parecería sobrevivir, según Trigorin, después de que se lo ha “tomado” para el proceso artístico; se trata por lo tanto de un sacrificio -aparentemente involuntario e inevitable- en nombre del arte.

Un argumento para un cuento breve: al borde del lago vive, desde su infancia, una joven muchacha, como usted; ama el lago como una gaviota, y es feliz y libre como una gaviota. Pero llega, por casualidad, un hombre, la ve y no teniendo nada que hacer la destruye como a esta gaviota.

Trigorin (Acto II, p.42)

Trigorin, inspirado en la vida que brevemente le refirió Nina, así como en la gaviota muerta que está a sus pies luego de que Tréplev le disparara, dice haber inventado el argumento que refiere la cita. La asociación entre la gaviota y el personaje de Nina ya había aparecido en la pieza en boca de la misma muchacha, y el argumento postulado por el célebre escritor no solo refuerza esa asociación, sino que además funciona como una suerte de presagio del desenlace de la trama. La breve historia esbozada aquí por Trigorin se convertirá en base de varias referencias para los actos siguientes, fundamentalmente por el modo en que acabará funcionando como símbolo del trayecto del personaje de Nina. La muchacha, hasta el tercer acto, poseerá una juventud, libertad y felicidad que parecerá haber perdido al inicio del último cuadro de la obra, como consecuencia de las tragedias vividas tras mudarse a la ciudad y unirse a Trigorin como amante. En este sentido, y tal como se confirmará en el último acto, el personaje correspondiente a ese “hombre” que destruye a la muchacha -Nina- será efectivamente el autor mismo del argumento.

MASHA: Me caso. Con Medvedenko.

TRIGORIN: ¿Con el maestro?

MASHA: Sí.

TRIGORIN: No veo la necesidad.

MASHA: Amar sin esperanzas, años enteros, siempre esperando algo… Mientras que si me caso ya no habrá tiempo para el amor, nuevas preocupaciones ahogarán todo lo viejo. Y, además, ¿sabe?, será un cambio.

Masha y Trigorin (Acto III, p.43)

En la obra, el amor suele cobrar el carácter de la no correspondencia. Una de las protagonistas de esa situación es Masha, quien desde el comienzo se asume completamente enamorada de Tréplev, a quien ama "sin esperanzas" y quien no la corresponde, y, a su vez, rechaza a Medvedenko, enamorado de la joven. El carácter y la historia de Masha se van construyendo de a fragmentos, acto a acto, de a breves episodios, y en el tercer acto ella le anuncia a Trigorin que se casará finalmente con Medvedenko con el único fin de intentar ahogar su amor desesperanzado por Tréplev. La historia de Masha es uno de los casos en la obra en los que se evidencia cómo las aspiraciones y los sueños se ven reemplazados, gradualmente, por una realidad fría, dura, pragmática.

¿Es posible que esté tan vieja ya y tan fea que se pueda hablar conmigo de otras mujeres con tanta tranquilidad?

Arkádina (Acto III, p.52)

Arkádina es una mujer orgullosa, una actriz que supo alcanzar la celebridad, y está acostumbrada a ser el centro de atención. Desde el inicio de la pieza se hace notoria su insistencia acerca del tema de la edad y la belleza, evidenciando su preocupación por la dolorosa e irremediable pérdida de la juventud. En una de las escenas más dramáticas de la obra, Trigorin le confiesa sin demasiado pesar a Arkádina, su pareja, que se siente completamente atraído por Nina y quiere vivir una historia de "amor joven" junto a ella. El escritor se dirige a la célebre actriz como a un “amigo”, pidiéndole que se sacrifique, es decir, que ceda paso a que él pueda lanzarse enteramente a los brazos de la muchachita. La propuesta, sumada al desenfrenadamente apasionado discurso que Trigorin se atreve a dar frente a su pareja, hiere profundamente a Arkádina, que, asustada, le ruega que deje de torturarla de esa manera. La desesperación de la célebre actriz no solo responde al hecho de que el hombre al que supuestamente ama estaría sugiriendo terminar la relación, sino también a lo que constituye el punto más débil del personaje: el hecho de que Trigorin intente dejar a Arkádina por Nina, una mujer mucho más joven, golpea a la célebre actriz en donde más le duele: la edad.

Quiero darle a Kostia un argumento para una novela. Debe llamarse así: “El hombre que quiso”. “L’homme qui a voulu”. Hubo un tiempo en mi juventud que quise ser un literato y no lo fui; quise hablar con belleza, y hablaba abominablemente (...) y cuando había que sintetizar, daba vueltas y vueltas hasta sudar; quise casarme y no me casé; quise vivir siempre en la ciudad y ahora termino mis días en el campo, y todo.

Sorin (Acto IV, p.60)

Son varios los personajes de la obra que consideran que su vida debería ser representada en una obra artística, y Sorin es, como vemos en el fragmento citado, uno de ellos. Pero fundamentalmente, el parlamento de Sorin manifiesta una desesperanza que aparece en estrecha relación con una fatalidad: la vejez. Este personaje se asume a sí mismo como un "hombre que quiso", asociando de esa manera el momento en el que se tienen anhelos con la juventud, período en que sería lícito tener ilusiones. Sorin, el personaje de mayor edad en la obra, ya no ve sus propios deseos de plenitud como anhelos a conseguir, sino como metas ya inalterablemente inalcanzadas. En este sentido, la desilusión y las esperanzas frustradas aparecen en su estrecha relación con el avance de la edad. Aparece entonces uno de los temas fundamentales de la obra: el del paso del tiempo y la vejez, asociado también a otra dualidad que se ofrece como tema en la pieza, que es el de la dicotomía campo-ciudad. La vejez, en tanto ausencia de movimiento, de perspectivas de futuro y anulación de toda esperanza o deseo sostenido en la juventud, aparece asociada al estancamiento propio del ambiente de campo.

¡Estoy tan cansada! ¡Si pudiera descansar…! ¡Descansar! (...) Soy una gaviota… No es eso. Soy una actriz, Sí, claro. (Se oyen risas de Arkádina y Trigorin; Nina presta atención, luego corre hacia la puerta izquierda y mira por el ojo de la cerradura.) Él también está aquí. (Vuelve hacia Tréplev) Sí, bueno… No es nada… Sí… Él no creía en el teatro, se reía de mis sueños; poco a poco yo también dejé de creer y perdí el ánimo… Y al mismo tiempo las preocupaciones del amor, los celos, el temor constante por el pequeño… Me volví mezquina, insignificante, representaba sin ningún sentido. No sabía qué hacer con mis manos, cómo estar en el escenario, no dominaba mi voz. Usted no puede imaginar lo que significa ese estado, cuando uno tiene conciencia de que su actuación es horrenda… Soy una gaviota. No, no es eso… ¿Recuerda? Usted mató una gaviota. Llegó un hombre, por casualidad, la vio y como no tenía nada que hacer la destruyó… Argumento para un pequeño cuento… Pero, no es eso… (Se pasa la mano por la frente.) ¿De qué hablaba?

Nina (Acto IV, p.71)

El fragmento pertenece al monólogo de Nina, quizás el momento más célebre de la obra de Chéjov, fundamentalmente por la intensidad de emociones que en él se condensan. El discurso presenta la visión de la muchacha sobre los hechos de su vida que ya han sido relatados en boca de Tréplev, y que aquí se entrelazan de forma compleja, confusa, dejando ver cómo lo sufrido por la muchacha afectó, incluso, su lenguaje, su capacidad de hilar frases con sentido. Nina expresa su agotamiento, sus padecimientos, su temor al oír la voz del hombre que destruyó parte de su ser, su frustración en materia artística, y la desorientación y la duda se impregnan en su discurso. Lo único a lo que vuelve, cíclicamente, es a su repetida identificación -y luego pseudo negación- con la gaviota. “Soy una gaviota. No, no es eso”, dice Nina en un esforzado intento por entender qué ha sido de su vida, buscando el trazo recorrido, incluso, en el argumento sobre la gaviota destruida que esbozó el escritor en el segundo acto. Al mismo tiempo, el discurso devela una faceta de Trigorin que no había sido presentada. Al parecer, una de las mayores heridas en la muchacha la produjo la falta de reconocimiento por parte del hombre al que amaba, admiraba y al cual entregó su vida ("él no creía en el teatro, se reía de mis sueños"), lo cual vuelve a evidenciar, una vez más, el lazo que esta obra tiende entre el amor y el arte.