Ilíada

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El destino y el libre albedrío

A lo largo de la Ilíada existe una profunda sensación de que todo lo que va a ocurrir está ya destinado a suceder. En este sentido, la moirá como concepto de destino es una fuerza abstracta y natural que los dioses también respetan.

Es ejemplar al respecto el canto XV, en donde Zeus envía a Iris para detener a Posidón y retirarlo del combate. Iris persuade a Posidón, recomendándole que obedezca a Zeus, que por superarle en edad y fuerza es superior a él. Pero el dios no está de acuerdo; cree que es igual en rango y en honor a Zeus. Finalmente, Posidón cede, aunque argumenta que “el pesar me llega al corazón y al al- / ma, cuando aquél quiere increpar con iracundas voces / a quien el hado hizo su igual en suerte y destino” (15.208-210). En esta percepción, se entiende que el hado o destino es superior y que también los dioses deben atenerse a él. Posidón y Zeus se atienen a la moirá como un poder abstracto que reparte a cada uno su suerte y su dominio. De alguna manera, estos límites deben ser respetados tanto por los dioses como por los hombres.

Para Homero, la guerra de Troya era ya una vieja historia transmitida durante generaciones, y el poema se presenta desde el principio como una historia completada, en cuyo devenir “cumplíase la voluntad de Zeus” (1.6). Esta apreciación muestra que, en la vida de los hombres, los dioses son lo suficientemente poderosos como para actuar como destino, incitándoles a realizar acciones que no habrían llevado adelante por su cuenta. En este sentido, los seres humanos utilizan la idea del destino prefijado como una justificación para sus acciones, ya que razonan que la batalla actual podría ser su momento predestinado para morir. Tal como le dice Héctor a su esposa Andrómaca: "nadie me enviará al Hades antes de lo / dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hom- / bre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez / nacido" (6.487-490). Con esta consideración, la Ilíada muestra la concepción del destino para los hombres, en la que parece imposible luchar contra los designios divinos.

Sin embargo, Aquileo viene a problematizar esta relación entre destino y libre albedrío. Si bien el camino del héroe está predicho por una profecía, el guerrero puede elegir entre volver a casa y vivir una larga vida sin gloria, o morir gloriosamente luchando en Troya. Paradójicamente, Aquileo parece tener alguna opción en su destino, y es difícil determinar si efectivamente la misma voluntad del personaje está ya fijada, o si controla su destino hasta que hace su elección. Aquileo decide luchar, sabiendo que está sellando su destino cuando vuelve a la batalla.

En definitiva, la relación entre el destino y el libre albedrío en la Ilíada presenta matices que hacen imposible determinar este vínculo de una única manera a lo largo de todo el texto.

La gloria y el honor

Una de las ideas centrales de la Ilíada es el honor que los soldados se ganan en el combate. Para el hombre de la Grecia antigua, la capacidad de actuar en la batalla es la mayor fuente de valía. En este sentido, la gloria ganada en el campo de batalla les permitía a los guerreros vivir en la leyenda, trascendiendo su existencia mortal y convirtiéndose en héroes que serían recordados mucho después de la muerte. Para los antiguos griegos, la gloria militar del héroe podía hacerlo casi tan importante como un dios.

La trama del poema se centra en la "cólera del Pelida Aquileo" (1.1) y el cumplimiento de su gloria en el campo de batalla. Este sentimiento surge luego de sentirse deshonrado por Agamenón, que le arrebata a Briseida, una mujer que Aquileo había capturado en combate. Así, el guerrero decide no luchar en lugar de aceptar lo que considera una deshonra de Agamenón. Esta falta de reconocimiento que siente Aquileo se debe a que Agamenón no tiene en cuenta sus logros en el campo de batalla.

En esta postura, Aquileo puede decidir entre obtener gloria y fama o ser ignoto entre los suyos: “si me quedo aquí a combatir en tor- / no de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, / pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la in- / clita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto” (9.413- 417). En esta consideración, Aquileo muestra que la fama y la gloria se ganan a partir de la actuación notable del hombre en la batalla. Así, la posibilidad de perdurar luego de la muerte y ser memorable a lo largo de las generaciones proviene del desempeño de Aquileo en el frente. Finalmente, Aquileo decide regresar al campo de batalla y ofrece la mejor actuación militar de la guerra al matar finalmente a Héctor, el mejor guerrero de los troyanos.

También el héroe troyano cuenta con su propia gloria y honor. Al enfrentarse con Aquileo, no se resigna a morir "cobardemente y sin gloria, sino / realizando algo grande que llegara a conocimiento / de los venideros" (22.305-307). Así, ataca por última vez al héroe griego antes de fallecer. En este sentido, a pesar de ser vencido por Aquileo, también Héctor es un personaje glorioso, porque intenta hasta último momento salvar a su ciudad.

Así como la guerra otorga valor heroico, también subestima a aquellos personajes que deciden mantenerse al margen. En este sentido, Paris Alejandro es un hombre apuesto, pero como se aleja de la batalla es en gran medida objeto de desprecio, y es retratado como una figura ridícula y odiosa a lo largo del poema. Incluso Héctor, su hermano, le reprocha su existencia: antes muerto "que ser la vergüenza y el / oprobio de los tuyos" (3.42-43).

La guerra

En la Ilíada, la guerra estructura la narración. Así como los personajes aparecen como dignos o despreciables en función de su grado de competencia y valentía en la batalla, también los dioses forman parte de ella como participantes u observadores, lo que la convierte en una fuerza que escapa al control humano

Como tal, la guerra no puede ser ni buena ni mala; es simplemente un hecho de la vida con contradicciones inherentes. Como dice Héctor en el canto XVII, "Ahora cada uno haga frente / y embista al enemigo, ya muera, ya se salve, que tales / son los lances de la guerra" (17.227-229). El enfrentamiento es brutal y también contradictorio. Por momentos, fomenta la hermandad y el heroísmo. Es ejemplar al respecto el vínculo entre Patroclo y Aquileo, en donde cada uno está dispuesto a morir por salvar al otro. Pero también la guerra destruye a la gente de forma terrible y sangrienta. Aquileo pierde todo rasgo humano a la hora de aniquilar sin piedad con tal de vengar la muerte de Patroclo; en este sentido, la venganza conduce a la falta de piedad y a más asesinatos.

Los personajes que escapan del enfrentamiento son motivo de burla. A Paris Alejandro, por ejemplo, no le gusta luchar y, en consecuencia, recibe el desprecio, tanto de su familia como de su amante. Aquileo, en cambio, gana la gloria eterna rechazando explícitamente la opción de una vida larga, cómoda y sin sobresaltos en casa. El propio texto parece apoyar esta forma de juzgar el carácter y la extiende incluso a los dioses. La epopeya ensalza a deidades belicosas como Atenea para que el lector las admire, mientras se burla de los dioses que huyen de la agresión. Luchar es demostrar el honor y la integridad de uno, mientras que evitar la guerra es demostrar pereza o cobardía.

Por supuesto, la guerra trae aparejadas situaciones de violencia extrema y deshumanización. En la Ilíada, los hombres mueren de forma espantosa; las mujeres se convierten en esclavas y concubinas; una plaga se desata en el campamento aqueo y diezma al ejército. Ante estos horrores, incluso los guerreros más poderosos experimentan ocasionalmente el miedo, y personajes de ambos bandos, como Helena y Agamenón, se lamentan de que la guerra haya comenzado. En este sentido, es necesario destacar que el poema nunca pide al lector que cuestione la legitimidad de la lucha en curso. Homero nunca da a entender que la lucha constituye una pérdida de tiempo o de vidas humanas. Por el contrario, presenta a cada bando como si tuviera una razón justificada para luchar, y describe la guerra como una forma respetable e incluso gloriosa de resolver la disputa.

La cólera

El tema principal de la Ilíada se enuncia en la primera línea, cuando Homero pide a la Musa que cante la "cólera del Pelida Aquileo" (1.1). Esta ira, con todas sus transformaciones, influencias y consecuencias, constituye el eje estructural del texto. En esencia, la ira de Aquileo le permite a Homero presentar el orgullo del héroe y las motivaciones que lo atraviesan a lo largo de todo el texto.

La cólera de Aquileo es provocada por el sentido del honor del personaje, que lo lleva a un deseo de venganza. No se basa su orgullo en bienes materiales sino en haber sido, injustamente, privado de un botín de guerra que le correspondía por parte de Agamenón. Aquileo rechaza todo tipo de recompensa material que le ofrecen para que deponga su cólera. Como respuesta, el guerrero se retira del combate y produce la verdadera lucha de la guerra, ya que los troyanos, envalentonados por la ausencia de Aquileo, atacan a los griegos y a sus barcos con creciente ferocidad y éxito.

Esta cólera de Aquileo lo aísla del resto de sus mismos compañeros, que le piden que regrese al combate por el bien de los aqueos. Sin embargo, el héroe griego se niega a formar parte del enfrentamiento "hasta que el hijo del ague- / rrido Príamo, Héctor divino, llegue matando argivos a / las tiendas y naves de los mirmidones y las incendie" (9.651-653). Así, Aquileo prioriza una vez más su individualidad al afirmar que únicamente tomará partido en caso de que su bienestar se vea en peligro.

En este momento, el personaje de Patroclo aparece como una herramienta capaz de poner fin al enfrentamiento. Sin embargo, al ser este asesinado, Aquileo pasa a ser también responsable de la muerte de su amigo. En este punto, el héroe aqueo resuelve la contienda que le llevó a su ira inicial, pero también comienza la ira mayor, que desencadena en la muerte de Héctor y casi lleva al mismo Aquileo más allá de los límites de la humanidad. En los últimos cantos de la Ilíada, la cólera del protagonista lo conduce a mutilar, una y otra vez, el cadáver de Héctor, sin tener en cuenta los rituales funerarios de respeto y decoro. En este punto, Aquileo se encuentra en el umbral de la completa alienación de los sentimientos humanos.

La cólera de Aquileo finaliza cuando el héroe se reconoce como un ser humano. Al ver el llanto de Príamo por la muerte de su hijo Héctor, Aquileo se identifica con la tristeza del viejo rey, al que le dice: "Dejemos reposar en el alma / las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha" (24. 524-525). Esta reconciliación hace que, al final de la Ilíada, Aquileo vuelva a ser entendido como un ser humano capaz de conectar y empatizar con el sufrimiento de los demás.

La relación entre individuo y sociedad

El contraste entre Aquileo y Héctor es el medio que utiliza Homero para desarrollar el conflicto entre los valores individuales y los valores sociales. Aquileo encarna al individuo alejado de su sociedad, que opera en el marco de su propio código de orgullo y honor. Tiende a representar la pasión y la emoción. Como tantos grandes héroes épicos, por momentos su cólera no es comprensible y a veces parece desmedida. En cambio, Héctor, el gran héroe troyano, es más humano, ya que lucha por salvar su ciudad aunque sabe que la base de la disputa no merece la destrucción de la guerra. Incluso en el enfrentamiento bélico, Héctor demuestra más cualidades humanas que Aquileo, que llega a ser amenazado por el dios del río, Escamandro porque “llena de cadáveres que obstruyen el cauce” (21.220). La brutalidad del héroe aqueo lo distingue de sus semejantes.

Homero desarrolla su comparación entre los sistemas de valores de estos dos guerreros. Sin embargo, no es posible una explicación sencilla. Héctor defiende claramente las normas de la sociedad. En el canto VI, se ve la relación del guerrero con sus allegados: su madre, Hécuba; su esposa, Andrómaca; y su hijo, Astyanax. Todos estos personajes parecen desolados frente a la perspectiva de Héctor al frente del campo de batalla: “Preferible sería que, / al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no / habrá consuelo para mí, sino pesares” (6.410-412), dice Andrómaca. En este sentido, Héctor está rodeado de lazos de amor y familia. Si bien Andrómaca parece instar a que el héroe abandone la batalla, huir destruye los valores de la sociedad con más seguridad que luchar y perder.

Por otra parte, Aquileo se retira de la batalla porque se siente estafado por el botín robado de Agamenón. Como individuo, el guerrero actúa sobre la base de un código personal, con poca preocupación por cómo sus acciones pueden afectar a la comunidad en general. Efectivamente, los enfrentamientos de los aqueos se recrudecen en ausencia de Aquileo. El héroe sigue sus sentimientos personales sin tener en cuenta las consecuencias para la comunidad en general; Héctor ve sus acciones en el contexto de la comunidad en general.

El regreso de Aquileo también es motivado porque se siente dolido individualmente y vuelve para vengarse. En este sentido, cuando Aquileo decide luchar, el resultado para sí mismo y para los demás es secundario respecto a su objetivo. En muchos aspectos, carece de sentimientos humanos ordinarios: no se conmueve frente a la muerte de sus propios compañeros en combate y posee una destreza física casi sobrehumana. “Superas a los demás hombres tan- / to en el valor como en la comisión de acciones nefan- / das” (21.213- 214), le dice el río Escamandro. Esta excepcionalidad de Aquileo se desmonta en el momento en el que le devuelve el cuerpo de Héctor a su padre Príamo. Este encuentro constituye una de las pocas instancias de vulnerabilidad del personaje, en donde “lloraba unas veces a su padre y otras a Patroclo” (24.512). Esta posibilidad de identificarse con el anciano revelan una faceta humana y empática de Aquileo, capaz de sufrir con el padecimiento ajeno.

Este contraste entre Héctor y Aquileo muestra la dicotomía entre los valores del individuo y los valores de la sociedad. Sin embargo, al final de la guerra de Troya, tanto Héctor como Aquileo están muertos. Esto significa que ninguno de los dos guerreros encarna por sí mismo los valores que dan lugar al éxito final.

La amistad y el amor

A lo largo de la Ilíada, los fuertes lazos de amor y amistad son fundamentales para el desarrollo del poema. La amistad entre los soldados puede ser una fuerza vital que los impulsa a seguir adelante, ya sea en la amistad viva o por venganza por los caídos. En este sentido, la relación más importante del poema es la intensa amistad entre Aquileo y su camarada Patroclo. Cuando Patroclo es asesinado, “dio Aquileo un horrendo gemido; oyóle su vene- / randa madre, que se hallaba en el fondo del mar…” (18.34-35). Así, el dolor que siente Aquileo es capaz de atravesar cielo y tierra y lo lleva a tomar la decisión de regresar al campo de batalla. En el combate, esta tristeza se transforma en una furia desmesurada hasta el punto de la crueldad, ya que profana el cadáver de Héctor luego de asesinar al héroe troyano: “gran polvareda / levantaba el cadáver mientras era arrastrado” (22.401-402).

Para salvar el cuerpo del héroe troyano, su padre Príamo acude en secreto al campamento aqueo para rescatarlo. Este riesgo es también un gesto de amor; en la Ilíada, el vínculo entre padres e hijos es un motor muy importante de la narrativa. Incluso los dioses velan por sus hijos mortales en la batalla. Es ejemplar el caso del amor de Tetis por Aquileo, que la lleva a pedirle ayuda a Hefesto para que su hijo pueda defenderse de Héctor. Además, le ruega a Zeus el favor de hacer retroceder a los aqueos contra las naves como forma de “honra a mi hijo, el héroe de más breve vida” (1.505). Del mismo modo, la pasión de Héctor por defender Troya se muestra en el canto VI, un momento tierno en el que visita a su mujer y a su hijo, asegurándoles que volverá sano y salvo de la batalla.

Junto con el amor familiar, el sentimiento como una fuerza sexual aparece también representado en la Ilíada. Es ejemplar al respecto el vínculo entre Hera y Zeus; para lograr su objetivo, la diosa seduce a Zeus, que cae en la trampa. Así, el sexo es una herramienta que imposibilita la capacidad de reflexión y que afecta incluso a los personajes más poderosos.

Los dioses

En la Ilíada, los dioses se interesan a menudo por la vida de los mortales. A veces, toman la forma de los hombres, como cuando Atenea se transforma en Deífobo para engañar a Héctor. En otros momentos, el papel de los dioses puede parecer metafórico, explicando los extraños cambios de humor y fuerza de los hombres. El mismo Agamenón responsabiliza a “Zeus, la Parca y Erinis, / que vaga en las tinieblas” (19.87-88) por haberle arrebatado la recompensa a Aquileo. Así, las divinidades aparecen como personajes que disponen del presente y del destino de los hombres.

Sin embargo, los dioses de la Ilíada también actúan a veces directamente. El poema comienza con la negativa de Agamenón a devolver a la hija del sacerdote de Apolo. El efecto directo de esto se siente cuando Apolo decide atacar a los aqueos y comienza a disparar “contra los mulos y los ágiles perros; / mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres” (1.50-52).

En este sentido, la batalla entre aqueos y troyanos es también una disputa entre dos grupos de dioses en conflicto. Hera, Atenea y Posidón apoyan la causa de los aqueos, mientras que Afrodita, Ares y Apolo ayudan a los troyanos. Zeus, el más fuerte de los dioses, preside el conflicto. A lo largo de todo el poema, cada uno de los dioses elabora estrategias para favorecer al bando que apoyan y destruir a los rivales. En parte, el origen del conflicto de los dioses es un mito que se menciona brevemente en la Ilíada, pero que explica el origen de la rivalidad entre los dioses. Zeus le pide a Paris que juzgue cuál de las tres diosas, Hera, Atenea y Afrodita, es la más bella. Cada una de ellas se ofrece a recompensar a Paris por su elección, pero el hombre acepta la oferta de Afrodita, que consiste en entregarle a Helena, la bella esposa de Menelao. Con este rapto, comienza el conflicto entre aqueos y troyanos.

Para lograr el beneficio de los dioses, los mortales honran a los dioses con sacrificios, pero esperan favores a cambio. Dicho esto, los dioses preservan ciertas normas básicas de conducta humana, como la hospitalidad, el cumplimiento de los juramentos y el trato adecuado a los muertos. Así, los banquetes sacrificiales destinados a los dioses son una forma de garantizar favores y éxitos bélicos.

Si bien los dioses se apasionan por el destino de la guerra, no sienten del todo la agonía de los hombres mortales que deben morir. En este sentido, su función es la representación de la eternidad de la naturaleza y las pasiones humanas.

La masculinidad y la feminidad

A lo largo de la Ilíada de Homero, uno de los aspectos más importantes de la sociedad es la guerra. Tal como se mencionó anteriormente, los hombres que rehúyen la cultura guerrera o que, por alguna razón, no se comprometen plenamente con ella, se enfrentan a la crítica y deben renunciar al honor de ser considerados guerreros. Ser un cobarde o rechazar la oportunidad de participar en la guerra o en las batallas en la sociedad retratada en la Ilíada es una de las peores formas posibles para cualquier hombre, ya que va en contra de gran parte de las nociones de masculinidad.

En este sentido, la cultura guerrera del texto gira en torno a las ideas masculinas del deber y la valentía. En una sociedad así, no hay mayor gloria para un hombre que morir en la batalla o por una causa noble, especialmente si la causa se refiere a la defensa de la patria o la familia. En palabras de Odiseo: “sé que los co- / bardes huyen del combate, y quien descuella en la / batalla debe mantenerse firme” (11.408-410). En primer lugar, ser un cobarde en la sociedad del poema es una de las peores etiquetas posibles que puede llevar un hombre; aquellos personajes que luchan contra las expectativas sociales de que los hombres participen en el combate para preservar su honor son repudiados por su comunidad. Es ejemplar el caso de Alejandro. Aunque es un personaje viril, especialmente por haberle robado a Helena a Menelao, acaba teniendo miedo de luchar cuando se acerca su agresor. Así se explica en el canto III: "Pero el deiforme Alejandro, apenas distinguió a / Menelao entre los combatientes delanteros, sintió / que se le cubría el corazón, y para librarse de la / muerte, retrocedió al grupo de sus amigos” (3.30-33). Curiosamente, no retrocede porque no esté de acuerdo con la lucha o la guerra, sino porque no quiere resultar herido de muerte. Aunque a lo largo del texto se evidencia que es una causa honorable morir en la batalla o en la guerra, el miedo a morir impide a Paris Alejandro a seguir adelante. Esta negativa a comprometerse con la cultura guerrera masculina provoca la respuesta de Héctor, que a su vez comienza a insultar su hombría y su honor. Después de ver cómo Paris se retira del combate, Héctor dice con desprecio: “Los melenudos aqueos se ríen / de haberte considerado como un bravo campeón / por tu gallarda figura, cuando no hay en tu pecho ni / fuerza ni valor” (3.43-45). Esta respuesta muestra que Alejandro es una vergüenza incluso para los enemigos, que confundieron su porte con el de un guerrero valiente y predispuesto. Así, los hombres que rehúyen la batalla o la guerra son objeto de burla e incluso de desprecio.

Las expectativas de la cultura guerrera que se presentan en la Ilíada y su relación con las expectativas de género también son evidentes en el trato que los personajes masculinos tienen con las mujeres y las familias en la Ilíada. Mientras que es noble y heroico defender el honor y la familia de uno a toda costa, se espera que las mujeres apoyen la cultura guerrera centrada en los hombres y permitan que estos se adhieran a sus ideas de morir en la batalla si es necesario. Por ejemplo, cuando Andrómaca, la esposa de Héctor, le suplica a su marido que no vaya a la guerra porque le esperan cosas horribles, él intenta calmarla. En lugar de ofrecerle palabras amables, se limita a defender su deber como varón en una cultura guerrera, diciendo: "mucho / me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de ro- / zagantes peplos, si como un cobarde huyera del / combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, / que siempre supe ser valiente y pelear en primera fi- / la entre los teucros, manteniendo la inmensa gloria / de mi padre y de mí mismo" (6.441-445). En resumen, esta cita refleja que su deber es más importante para su propio honor y para los de la línea familiar de masculinidad que para las mujeres de su vida. En cierto modo, este pasaje también exhibe la idea de que las mujeres en los poemas de Homero no entienden lo que los hombres intentan conseguir con su cultura guerrera y, con la excepción de las diosas femeninas, muchas de las mujeres en la Ilíada intentan alejar a los hombres de una muerte segura en combate, prefiriendo tenerlos en casa. Esto, por desgracia, no encaja en el paradigma masculino y de cultura guerrera en el que funciona esta sociedad.

El rol de las mujeres humanas se ve acotado a las labores domésticas; Héctor le ordena a Andrómaca: “ocúpate en las labores del te- / lar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen / al trabajo” (6.490-492). Las mujeres no son guerreras, sino que se ven limitadas a las tareas del hogar. Además, se conciben como un objeto con valor de cambio; Briseida es un botín de guerra y no una mujer con voluntad propia o capacidad de decisión alguna.

Las únicas mujeres que tienen poder de disciplinar a los hombres son las diosas femeninas. Atenea, Hera y Tetis intervienen en el campo de las acciones humanas, tomando partido por los diferentes bandos o perjudicando a los héroes. Las influencias divinas llegan a apoderarse también de Zeus, que es engañado por Hera para lograr su cometido.

Aunque solo hay unos pocos ejemplos de la cultura guerrera que definía la masculinidad en el momento, el libro en sí es un testimonio de una cultura que valoraba nociones como el honor, el deber, la valentía y la disposición a luchar y a aceptar de buen grado la muerte eventual. Aunque personajes como Paris Alejandro se alejan de estos encuentros que ponen en peligro la vida, y algunos otros personajes parecen expresar cierto descontento con esta forma de vida, la norma en esta sociedad, al menos tal y como la presenta Homero, es que los hombres luchen y mueran con valentía o se enfrenten al ridículo, y que las mujeres apoyen a los hombres en sus actividades.