El esclavo

El esclavo Temas

La fe y la duda

A lo largo de la novela, hay muy pocas cosas más importantes para Jacob que su fe judía. Sin embargo, esa fuerte adhesión involucra también una actitud de vacilación constante frente a la incompatibilidad entre lo que afirman las escrituras y la realidad que le toca vivir. En la primera parte de El esclavo, no solo él, sino también Wanda y hasta Stefan se preguntan cómo puede Dios permitir que una persona tan religiosa tenga un castigo semejante. La fe es, además, la primera razón por la que Jacob considera que no puede tener un vínculo amoroso con Wanda.

La mayoría de los cuestionamientos de Jacob tienen lugar en sus pensamientos y diálogos internos, mientras que esta situación cambia cuando comienza a darle lecciones a Wanda. Ella verbaliza muchas de las preguntas que Jacob no se permite pronunciar; entre ellas, “la pregunta que con mayor frecuencia se repetía era por qué sufrían los buenos y prosperaban los malos” (p.134). Esta duda alude a lo incomprensible que es para Wanda que ella y su pareja deban padecer la separación o la exclusión social si no hacen nada malo. A su vez, tanto en Pilitz como en el pueblo de Wanda, las personas que más triunfan, para ellos, son las más corruptas e hipócritas.

Por último, ocupa un lugar relevante en los planteos de la pareja principal la injusticia que supone el trato a los animales. A ambos les resulta inaceptable que Dios avale el sufrimiento de seres que no tienen libre albedrío. Este pensamiento se vincula con las creencias del propio autor, que militó el vegetarianismo durante gran parte de su vida.

La pasión vs. la razón

El romance de la pareja principal, Jacob y Wanda -luego llamada Sara- involucra una dicotomía clásica: la oposición entre una aproximación razonada y calculadora de los sentimientos, y un abandono a la pasión y el deseo. Los dos polos se asocian a distintos elementos a lo largo de la novela, aunque fundamentalmente aparecen ligados al frío y al calor respectivamente: “Aunque el aire del establo estaba frío, [Jacob] sentía el calor del cuerpo de ella” (p.61).

En gran medida, la primera parte de la novela está atravesada por los debates internos que tiene Jacob a propósito de esta oposición. A él le cuesta renunciar a sus valores éticos y religiosos, pero el deseo que siente por Wanda lo abruma. En el caso de ella, como no existen condicionantes del orden de la razón, no se queda en cavilaciones y lo busca constantemente.

En la segunda parte, sin embargo, Sara asume una nueva identidad para estar con Jacob en Pilitz y profundiza su formación en judaísmo. Aunque este cambio la fuerza a controlar sus impulsos y fingir mutismo, Sara encuentra dificultades para acallar la potencia de su pasión y sus instintos paganos. En este conflicto se manifiesta la resistencia de su personaje a vivir como las mujeres de Pilitz.

La esclavitud

El esclavo al que se refiere el título de la novela es Jacob, que, al comienzo, tiene por amo a Jan Bzik. No sufre particularmente por vivir en las montañas, sino que le afecta bastante más hallarse rodeado de personas salvajes e incultas. Su deseo de huir está motivado principalmente por dejar de sufrir sus burlas y atropellos. Una situación similar exponen los judíos que van a la casa de Jacob y Sara en Pilitz, que fueron esclavizados después de la matanza de Jmelnitski.

Cuando Jacob finalmente está libre en Josefov, descubre que es víctima de un nuevo tipo de esclavitud: es cautivo del amor por Wanda. Poco después de la muerte de ella, de hecho, Jacob la ve en sueños y ella le dice "esclavo mío" (p.213).

Estos dos tipos de esclavitud son los que aparecen de manera más explícita en el caso de Jacob, pero podría postularse que el personaje también se siente esclavo de su religión. Por un lado, como exponíamos en el tema "La fe y la duda", Jacob se ve continuamente atormentado por preguntas relativas al judaísmo. En concreto, le resulta imposible comprender cómo Dios todopoderoso puede permitir el sufrimiento de los inocentes. Wanda, en este sentido, demuestra una libertad mayor, ya que se atreve a pronunciar estas preguntas en voz alta.

Por otro lado, podemos pensar que Jacob es esclavo de su religión en tanto esta es el primer motivo que detiene su impulso a entregarse a Wanda. En los primeros capítulos reconoce que siente deseo, pero se reprime porque ella no es judía:

—Wanda, debes quitarte esas ideas de la cabeza.

—¿Por qué, Jacob, por qué?

—Ya te he dicho por qué.

—No consigo entenderte, Jacob.

—Tu religión no es mi religión.

(p.29)

La hipocresía

Jacob y Wanda/Sara viven en dos pueblos: el primero, cuyo nombre nunca se menciona, y luego en Pilitz. En ambos territorios, la pareja observa que sus habitantes son hipócritas con respecto a sus creencias religiosas. Los exponentes por excelencia de esa hipocresía son los líderes religiosos de cada pueblo: Dziobak, el cura católico del primer pueblo, y Gershon, el rabino de Pilitz.

Lo cierto, igualmente, es que la hipocresía del primer pueblo y, por extensión, la de Dziobak, les merece a los protagonistas una opinión menos taxativa que la de Pilitz. A los habitantes del primer pueblo no les preocupa especialmente mantener una coherencia entre su credo y sus acciones, porque su modo de vida se caracteriza por el exceso y la falta de meditación. Dziobak hace algunos esfuerzos por erradicar las fiestas paganas, pero a sus fieles no les interesa ceñirse a las escrituras. Y Dziobak, por su parte, se emborracha en la taberna del pueblo y desatiende sus responsabilidades clericales.

Pilitz, por el contrario, está compuesta en su mayoría por judíos. Jacob instruyó a Wanda en el judaísmo con un afán civilizatorio, por lo que la expectativa de los lectores y de los personajes es la de Pilitz como una comunidad ordenada y justa. Pero al poco tiempo de haberse establecido allí, la pareja descubre que no es así. Sara escucha injurias en su contra y Jacob padece el asedio de Gershon, el rabino. Él es un hombre necio que vive engañando a los judíos. La imagen que el narrador compone de él lo refleja desagradable y embustero. Sara denuncia la hipocresía de todo Pilitz en su lecho de muerte, poco antes de parir.

Por último, las otras dos ciudades que visita Jacob, Josefov y Lublín, no están exentas de hipocresía. En Josefov, "oía a la gente afirmar con los labios lo que negaba con los ojos" (p.104), y en Lublín nota la ausencia de caridad de los judíos ricos del pueblo.

La Providencia

Otra de las oposiciones fundamentales de El esclavo es la que se propone entre la Providencia (lo que Dios determina) y el libre albedrío (la libertad de decisión). Esta dicotomía contrapone, a grandes rasgos, la capacidad de elegir un curso de acción y la seguridad de que todas las acciones están predeterminadas y son independientes de la voluntad individual.

Para Jacob, una vez más, esta dicotomía es particularmente relevante. A menudo se preocupa por estar interpretando bien los signos de Dios para obrar según lo que él disponga. Cuando va a buscar a Wanda, al final de la primera parte, "percibía todos los engranajes celestes que conducían a cada astro por su órbita, haciéndole cumplir su misión" (p.117). Resulta llamativo que, aun si se trata de una acción que en principio le parecía controversial, Jacob acuse seguir la voluntad de Dios. Usualmente, una revelación (como el sueño de Wanda embarazada) le basta para confiar en que se trata de una señal divina.

La Providencia está presente también en el final de la novela. Cuando el sepulturero encuentra los restos de Sara cavando la tumba para Jacob, "Todos veían en el hecho la mano de la Providencia" (p.208). Podríamos pensar que el plan de Dios para los enamorados, entonces, era finalmente reunirlos.

La exclusión social

Durante la mayor parte del tiempo, los protagonistas de El esclavo, Jacob y Wanda/Sara sufren la marginalidad. En el caso de Jacob, en el pueblo del comienzo de la historia, el rechazo de los pueblerinos no se debe a su condición de esclavo, sino a la de judío. Jacob debe lidiar con las bromas de los campesinos, que intentan obligarlo a comer salchichas y le levantan la falda. En pocas oportunidades demuestran empatía. Luego de la muerte de Jan Bzik, Antek (el hermano de Wanda) y Stefan consideran que, sin la protección de su amo, deben matar a Jacob. Piensan que es un hechicero y embarazará a Wanda de un monstruo. Jacob es rescatado antes de que vayan a buscarlo, pero es evidente que, durante los últimos días que pasa allí, corre un gran peligro.

Wanda, por su parte, debe cambiar de identidad e impostar la pérdida del habla a fin de ser aceptada en Pilitz. Aun con estos cambios, las mujeres del pueblo la critican constantemente. Cuando Wanda está en trabajo de parto, estas mujeres proponen atar un cordel entre su mano y la puerta de la casa de estudios. El cordel se corta, y de esa manera refleja la tensión en aumento que le significa a Sara vivir entre ellas. Solo después de ese suceso, como una explosión, se permite poner en palabras la discriminación de la que fue víctima durante ese tiempo.

La culpa

El personaje de Jacob está determinado por la culpa. En la primera parte de la novela, se impone a sí mismo torturas y castigos para dejar de pensar en Wanda, la hija de su amo. Esto se debe a que no admite la posibilidad de enamorarse de una gentil. Sin embargo, la severidad de las condenas que asume son siempre exageradas: tallar en piedra los 613 mandamientos de la Torá, y ayunar y bañarse en agua helada son algunas de ellas. A pesar de la culpa que motiva estas acciones, estas terminan siendo vanas, dado que, igualmente, Wanda y Jacob consuman su amor.

La familia y los amigos de Jacob murieron en las matanzas de Jmelnitski. Aunque él lo sospecha, solo confirma sus fallecimientos una vez que Reb Zakolkower lo rescata. Con este descubrimiento, lo sobreviene un juicio muy duro sobre sí mismo: “Jacob se preguntó cómo había sido capaz de olvidarlos siquiera por un instante. Con su olvido se había hecho también culpable de asesinato” (p.91). Así, Jacob asume la responsabilidad directa de la pérdida como efecto de la culpa.

Esta situación es análoga a la que tiene lugar poco después de la muerte de Sara. Al mirar su cadáver, Jacob “comprendió que la había asesinado. Si no la hubiese tocado, si ella hubiera seguido en el pueblo, todavía estaría sana y llena de vida. Todo pecado, por pequeño que sea, termina en asesinato, se dijo Jacob” (p.203). Aquí también, entonces, el protagonista termina por considerarse el asesino de un ser querido. En la última parte de la cita, lleva su concepción de la culpa hasta las últimas consecuencias.

Con la recuperación de bebé, Jacob se determina a llevar una vida de asceta: “Debía hacer penitencia por sus pecados” (p.228), piensa. La responsabilidad que siente con respecto a la pérdida lo aleja de cualquier salvación.