Divina Comedia: Infierno

Divina Comedia: Infierno Resumen y Análisis Cantos 12-19

Resumen

Canto XII

Dante y Virgilio descienden por un barranco pedregoso y divisan al Minotauro, quien, al notar la presencia de los visitantes, se muerde a sí mismo, consumido de ira. Entonces Virgilio se dirige a la gran bestia y le advierte que quien lo acompaña no es Teseo (“el duque de Atenas”, v. 17), quien fue su asesino. El monstruo se enfurece al escuchar estas palabras y comienza a dar saltos. Entonces los poetas aprovechan la ocasión para continuar su descenso por una pendiente derruida.

En el camino cuesta abajo, Virgilio explica que, en su anterior descenso al Infierno, el sitio aún no estaba convertido en ruinas. Las rocas se partieron cuando el valle tembló con una fuerza insólita, un poco antes de que llegase Cristo.

Luego, el guía invita a Dante a observar el valle que se extiende a su alrededor, surcado por un río de sangre hirviente, en el cual se encuentran sumergidos los violentos contra el prójimo. En ese momento, un grupo de centauros armados con arcos y flechas advierten la presencia de los viajeros, y tres de ellos se acercan, apuntándolos con sus armas. Uno de los centauros, Folo, pide explicaciones acerca de por qué se encuentran allí, y Virgilio responde que hablarán con Quirón, cuando este centauro se aproxime.

A continuación, Virgilio le explica a Quirón que debe mostrarle el valle a Dante, y le solicita una escolta para hacerlo y para que transporte al peregrino por el aire. El centauro encarga a Neso la tarea de guiarlos. Junto a él, los poetas bordean la ribera del río, y escuchan los gritos de los condenados que hierven allí.

Dante observa a algunos condenados sumergidos en el río hasta las cejas, y Neso explica que son tiranos (Alejandro, Dionisio, Azolino, Opizzo de Este). Otros condenados están sumergidos hasta la garganta y, por último, hay algunos hundidos hasta el pecho. Neso añade que hay una zona más profunda, en donde se encuentran más tiranos (Atila, Pirro, Sexto, Rinier de Corneto y Rinier Pazo). Finalmente, Neso abandona a los viajeros en la rivera opuesta y vuelve a cruzar el vado.

Canto XIII

Dante y Virgilio avanzan por un bosque oscuro y tupido, atestado de árboles con espinas venenosas. Es el segundo recinto del séptimo círculo del Infierno. En el lugar, Dante escucha lamentos, pero no comprende de dónde provienen. Virgilio le sugiere que quiebre una rama, y él así lo hace. Entonces, el tronco del endrino quebrado se lamenta y le pregunta a Dante por qué actuó de esa manera. Luego, el árbol le explica que los matorrales que ve fueron seres humanos previamente.

A continuación, Virgilio persuade al árbol para que les revele su identidad, argumentando que Dante podrá reivindicar su fama cuando regrese al mundo de los vivos. El árbol explica que fue un fiel consejero de Federico, acusado injustamente de traición por cortesanos envidiosos, y que, a causa de esta ofensa, se quitó la vida.

Virgilio le pregunta luego de qué manera las almas llegan a convertirse en árboles y si alguna de ellas logró desarraigarse. Aquel que fue consejero de Federico responde que cuando una persona se quita la vida, Minos envía su alma, en forma de semilla, al bosque donde se encuentran, y que luego esta germina y se convierte en una planta silvestre. Allí las Arpías les causan dolor comiéndose sus hojas.

Enseguida, Dante y Virgilio observan a dos condenados que, desnudos y arañados, intentan escapar de la persecución de unos perros negros. Uno de ellos, Lano, logra escapar, mientras que al otro, Giácomo de Sant' Andrea, que se había ocultado detrás de un árbol, lo alcanzan y lo despedazan. Este árbol, que también resulta herido, les pide a los viajeros que recojan sus ramas y hojas, y les revela que fue florentino y que se suicidó en su propia casa.

Canto XIV

Dante y Virgilio continúan su camino y llegan al tercer recinto del séptimo círculo del Infierno. Es un páramo de arena espesa y seca, donde llueven copos de fuego. Entre las personas que allí se encuentran, algunas están acostadas boca arriba sobre la arena, otras están sentadas y un tercer grupo camina incesantemente.

Dante observa que uno de los condenados, a diferencia del resto, parece indiferente a la lluvia de fuego. Se trata de Capaneo, uno de “los siete que asediaron a Tebas” (vv. 68-69). Virgilio explica que aquel hombre menospreciaba a Dios y, dirigiéndose a él, le advierte que su tormento aumentará si no aplaca su soberbia.

Luego, los poetas continúan avanzando hasta aproximarse a un río de color rojo. Virgilio le explica a Dante que en medio del mar existe un país devastado llamado Creta. Allí se alzaba el monte Ida, donde Rea crío a su hijo. Actualmente, en el lugar se encuentra una estatua cuya cabeza es de oro; sus brazos y el pecho, de plata; su torso, de cobre; y el resto del cuerpo, de hierro, salvo su pie derecho, que es de barro cocido. De las grietas de la estatua brotan los ríos infernales: Aqueronte, Estigia, Flegetonte y Cocito. Dante desea saber por qué aquellos ríos, que nacen en el mundo de los vivos, se prolongan en el Infierno, y su guía le explica que el sitio que están recorriendo es circular, y aún no han dado la vuelta completa, por lo que no debe sorprenderse por las novedades que se presentan.

Por último, Dante pregunta dónde se encuentran los ríos Flegetonte y Leteo, y Virgilio responde que el primero es el río rojo que acaba de ver, mientras que el Leteo se encuentra fuera del Infierno, al final del Purgatorio (“allí donde a lavarse van las almas, / cuando la culpa purgada se borra”, vv. 137-138).

Capítulo XV

Dante y Virgilio avanzan por la ribera del Flegetonte y encuentran un grupo de almas, entre las cuales el primero reconoce a Brunetto Latini. Este le pregunta a Dante por qué transita el mundo de los muertos, cuando aún está vivo, y quién es su guía. El poeta narra entonces la historia de su llegada hasta el sitio, y Brunetto pronostica que alcanzará la gloria si sigue su estrella. También le dice que sus conciudadanos le pagarán el bien con el mal (“si obras bien ha de hacerse tu contrario”, v. 64), porque son avaros, envidiosos y soberbios. Sin embargo, cuando el poeta obtenga el reconocimiento, los dos partidos políticos se disputarán su apoyo.

Dante le manifiesta a Brunetto su deseo de que aún estuviera vivo. Comenta que le apena el recuerdo de su imagen paterna, y le agradece sus enseñanzas. Luego le pregunta por los otros condenados que se encuentran junto a él en el tercer recinto del séptimo círculo, a lo que Brunetto responde que hay clérigos y literatos grandes y famosos. Entre ellos, menciona a Prisciano y a Francesco D' Accorso. Finalmente, Brunetto le encomienda a Dante su “Tesoro” y, luego, se aleja corriendo velozmente.

Canto XVI

Dante y Virgilio se encuentran próximos al octavo círculo del Infierno, cuando tres sombras, desnudas y con el cuerpo cubierto de llagas, se acercan a ellos. Se presentan como Guido Guerra, Tegghiano Aldobrandi y Jacopo Rusticucci, tres florentinos a quienes Dante expresa su respeto y afecto.

Una de las sombras, Guido Guerra, le pregunta a Dante si aún existe el valor y la cortesía en Florencia, ya que un florentino recién llegado al recinto infernal en el que se encuentran, Giuglielmo Borsiere, les ha dado noticias desalentadoras. Dante confirma que en su ciudad crece la desmesura y el orgullo, a causa de las nuevas personas que la habitan y de sus ganancias súbitas. Las almas de los condenados le piden a Dante que hable de ellos en el mundo de los vivos y, luego, huyen velozmente.

El río Flegetonte desciende allí formando una cascada, y los poetas deben utilizar una cuerda que Dante lleva atada a la cintura, para continuar su descenso hacia el octavo círculo del Infierno. Repentinamente, cuando los peregrinos están próximos al despeñadero, Dante advierte que una figura tenebrosa se acerca hacia ellos desde las profundidades.

Canto XVII

Virgilio le ordena a la Gerión, la enorme bestia con rostro “de un buen hombre” (v. 10) y cuerpo de serpiente, que se acerque al borde del precipicio. Los poetas descienden un tramo, y Virgilio le indica a Dante que continúe recorriendo el séptimo círculo, observando los tormentos que allí padecen los condenados, mientras él intenta persuadir a la bestia de que los conduzca al próximo círculo, montados sobre su espalda.

Entonces, Dante observa a los condenados, quienes intentan, sin éxito, evitar la lluvia de fuego y la arena ardiente. Estos llevan, alrededor de sus cuellos, bolsas con distintos colores y signos. Luego, un paduano se dirige a Dante y anuncia que Vitaliano, un conciudadano suyo, estará a su lado en el Infierno. Dante se vuelve luego hacia donde está su guía, y encuentra a Virgilio montado sobre la bestia. Este le indica a Dante que suba también a la espalda de Gerión.

Dante está invadido de miedo, pero Virgilio lo protege con sus brazos y, así, comienzan a descender en círculos, lentamente, al octavo círculo infernal. Dante se estremece observando un fuego y escuchando llantos y, finalmente, Gerión deposita a los viajantes al pie de la pendiente, y se retira a gran velocidad.

Análisis

Como vimos previamente, Virgilio explica que el séptimo círculo, en el que se condena a los violentos, se divide en tres recintos, en las cuales se castiga a quienes ejercieron violencia contra Dios, contra sí mismos y contra el prójimo (Canto XI):

De los violentos es el primer círculo;
mas como se hace fuerza a tres personas,
en tres recintos está dividido;

a Dios, y a sí, y al prójimo se puede
forzar; digo a ellos mismos y a sus cosas,
como ya claramente he de explicarte.

Muerte por fuerza y dolientes heridas
al prójimo se dan, y a sus haberes
ruinas, incendios y robos dañosos;

y así a homicidas y a los que mal hieren,
ladrones e incendiarios, atormenta
el recinto primero en varios grupos.

(vv.28-39)

En el Canto XII, Dante y Virgilio descienden al primero de estos tres recintos, en el que se encuentran las almas condenadas por ejercer violencia contra el prójimo: tiranos y homicidas. En la primera parte del canto tiene lugar el encuentro con el Minotauro, a quien Dante se refiere también como “el oprobio de Creta” (v. 12). Esta es una famosa figura de la mitología griega, que posee cabeza de toro y cuerpo humano. Según el mito, el monstruo había sido encerrado en un laberinto diseñado por Dédalo, en la ciudad de Cnosos, en Creta, y permaneció allí hasta que le dio muerte Teseo (a quien alude Virgilio llamándolo “el duque de Atenas”, v. 17). En este canto, su figura puede leerse como símbolo de la bestialidad.

Por otro lado, Virgilio le explica a Dante el origen de las ruinas por las que se desplazan, aludiendo nuevamente al descenso de Cristo al Infierno, el cual tuvo lugar inmediatamente después de su muerte (ya se había referido a su descenso en el Canto IV, vv. 52-54: “(…) Yo era nuevo en este estado, / cuando vi aquí bajar a un poderoso, / coronado con signos de victoria”). El derrumbe tuvo lugar tras la muerte de Cristo, en el momento en que la Tierra tembló, como se lee en Mateo 27, 51: “Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron (…)”. Como Virgilio murió antes de la muerte de Cristo, en 19 a. C, el personaje señala que en su anterior descenso a aquel valle, el derrumbe no se había producido aún: “Has de saber que en la otra ocasión / que descendí a lo hondo del infierno, / esta roca no estaba aún desgarrada” (vv. 34-36).

En la segunda parte del canto, toman un lugar protagónico los centauros, Quirón, Folo y Neso. Estas son otras figuras de la mitología clásica, y se caracterizan por poseer la cabeza, los brazos y el torso de un hombre, mientras que el resto del cuerpo tiene forma equina.

En el siguiente canto (el XIII), los poetas atraviesan el segundo recinto del séptimo círculo, donde se encuentran los condenados por ejercer violencia contra ellos mismos o contra sus bienes: suicidas y dilapidados de sus bienes. Aquí Dante conversa, en primer lugar, con Pier della Vigna, un personaje basado en una figura histórica. Della Vigna (1190-1249) fue un poeta de la Escuela siciliana y protonotario de Federico II. Por haber sido un íntimo mensajero del emperador, el personaje declara: “Yo soy aquel que tuvo las dos llaves / que el corazón de Federico abrían / y cerraban, de forma tan suave, / que a casi todos les negó el secreto” (vv. 58-60). Fue encarcelado, acusado de traición, y más tarde se suicidó. En este canto, se presenta al personaje como inocente de los cargos que se le imputaban; sin embargo, está condenado por su acto suicida.

A continuación, se presentan otros dos condenados, inspirados también en figuras históricas, pero esta vez se trata de dilapidadores de sus bienes. Al primero de ellos, Ercolano Maconi de Siena, quien murió en el torneo de Toppo contra los aretinos en 1287, se refiere el segundo condenado cuando exclama: “Lano, no fueron tan raudas / en la batalla de Toppo tus piernas” (vv. 120-121). El segundo condenado es Giácomo de Sant’ Andrea, un noble paduano que dilapidó su fortuna de una manera escandalosa y murió en 1239.

En el Canto XIV, los poetas recorren el último de los tres recintos en los que se divide el séptimo círculo del Infierno. Aquí se condena a los violentos contra Dios: blasfemos, sodomitas y usureros. Sobre ellos cae una lluvia de fuego: “llueven copos de fuego dilatados” (v. 29). Los condenados se encuentran en diversas posturas: “en diversas posturas colocadas: / unas gentes yacían boca arriba; / encogidas algunas se sentaban, / y otras andaban incesantemente” (vv. 21-24). En orden de aparición, veremos primero a los que yacen boca arriba (los blasfemos); luego, a los que caminan incesantemente (los sodomitas); y, por último, a los que se encuentran sentados (los usureros).

Entre los primeros condenados de este recinto, Dante y Virgilio encuentran a Capaneo, un personaje de la mitología griega que se destacaba por su arrogancia. Esquilo, en Los siete contra Tebas, narra su historia. En este canto, en el que se lo condena por ser blasfemo, Virgilio lo presenta diciendo: “Éste fue de los siete que asediaron / a Tebas; tuvo a Dios, y me parece / que aún le tenga, desdén, y no le implora” (vv. 68-70). Este personaje es un símbolo del orgullo y la arrogancia: “no se preocupa / del fuego y yace despectivo y fiero” (vv. 46-47). Además, habla antes de ser interrogado.

También Virgilio explica en este canto el origen de los ríos infernales, a partir de la imagen de un “gran viejo” (v. 103), una figura gigantesca que yace en el monte Ida, en Creta. La descripción de esta figura se inspira en un pasaje bíblico de Daniel (II, 31-45), donde se explica la figura que el rey Nabucodonosor vio en sueños. Existen diversas interpretaciones que explican el significado de esta figura en la Comedia, entre ellas, la que la considera una alegoría de la historia de la humanidad: las distintas partes del cuerpo (la cabeza de oro; el pecho y los brazos de plata; la mitad inferior del tronco de cobre; y el resto del cuerpo -excepto el pie derecho- de hierro) representan las edades de oro, plata, cobre y hierro de la humanidad. El oro se identifica con una época de inocencia primigenia, donde la humanidad estaba libre de vicios; la plata, el cobre y el hierro señalan tres etapas sucesivas de corrupción. El pie de hierro simboliza, además, el poder del Imperio, mientras que el otro (de barro), el poder de la Iglesia. El anciano se apoya más en el pie de barro que en el de hierro, porque el poder de la Iglesia es superior al del Imperio en tiempos de Dante: “y del hierro mejor de aquí hasta abajo, / salvo el pie diestro que es barro cocido: / y más en éste que en el otro apoya (vv. 109-111).

Los ríos infernales nacen de las grietas que posee la figura gigantesca. Estas pueden interpretarse como las faltas de la humanidad. Así, la cabeza de oro no posee grietas, porque la humanidad, en la edad dorada, se encontraba libre de vicios: “Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas / por una raja que gotea lágrimas” (vv. 112-113). Estas lágrimas forman los cuatro ríos infernales: Aqueronte (precede al Infierno, Canto III), Estigia (es el pantano donde comienza el quinto círculo del Infierno, Canto VII), Flegetonte (río de color rojo que se encuentra en el séptimo círculo del Infierno, Canto XIV) y Cocito (en el noveno círculo).

En el Canto XV, los poetas continúan recorriendo el tercer recinto del séptimo círculo infernal, el de los violentos contra Dios, y aquí encuentran a los sodomitas. Dante dialoga en esta ocasión con Brunetto Latini, un personaje inspirado en una figura histórica, el filósofo, notario y embajador florentino del mismo nombre (hacia 1220-1294). Fue autor de un tratado enciclopédico, el Tresor, escrito en la lengua de oíl, que habla del origen del mundo, la astronomía, la geografía, la ética y la retórica; y del poema didáctico en italiano vernáculo, el Tesoretto. A estos textos, o a alguno de los dos, alude el personaje cuando le dice a Dante: “mi «Tesoro» te dejo encomendado” (v. 119).

En el Canto XVI, los poetas recorren aún el tercer recinto del séptimo círculo, y encuentran a otros condenados por sodomía. Tres conciudadanos de Dante se acercan a él: Guido Guerra, Tegghiano Aldobrandi y Jacopo Rusticucci. Son líderes políticos famosos y, evidentemente, respetados por Dante. En esta oportunidad, el poeta conversa con ellos sobre la situación de Florencia, y acusa a los nuevos habitantes, que se enriquecieron repentinamente, por su decadencia: “«Las nuevas gentes, las ganancias súbitas, / orgullo y desmesura han generado, / en ti, Florencia, y de ello te lamentas»” (vv. 73-75).

Por último, el encuentro de Dante con los usureros, se introduce de manera original. En el Canto XVII, los poetas están próximos a descender al octavo círculo, cuando divisan a una gran bestia, Gerión. Dante, entonces, recorre un poco más el tercer recinto, mientras Virgilio conversa con la bestia. Allí, los condenados llevan una bolsa alrededor de su cuello, con la insignia de la familia a la que pertenecen: “que en el cuello tenía una bolsa / con un cierto color y ciertos signos” (vv. 55-56). Las insignias poseen figuras de animales, como un león (v. 60), una oca (v. 63), o una cerda (v. 64).

La descripción del monstruo en este canto es particularmente detallada (ver vv. 10-18). Además, Dante hace explícito el valor simbólico de la bestia Gerión: “aquella sucia imagen del engaño” (v. 8), quien es, en efecto, el guardián del octavo círculo infernal, o Malasbolsas, donde se castiga a los fraudulentos. A propósito de esto, es elocuente el contraste entre su “cara de un buen hombre” y el resto del cuerpo, repugnante y temible: “Su cara era la cara de un buen hombre, / tan benigno tenía lo de afuera, / y de serpiente todo lo restante” (vv. 10). Gerión proviene de la mitología griega: es un gigante de tres cabezas, cuyo cuerpo es triple hasta la cadera, que habitaba en la isla de Eritia, y cuya riqueza consistía en rebaños de bueyes (Grimal, 1989, p. 213). Hércules lo mató en uno de sus doce trabajos (el décimo). Este personaje también aparece en la Eneida de Virgilio (VIII, 202).