Cuentos de Silvina Ocampo

Cuentos de Silvina Ocampo Resumen y Análisis La casa de azúcar

Resumen

El cuento narra, desde la perspectiva de su marido, la historia de Cristina, una mujer extremadamente supersticiosa. Los miedos y creencias extravagantes de la mujer le impiden a la pareja encontrar una casa para mudarse. Una de las condiciones de Cristina es que no haya sido habitada antes. Finalmente, el marido encuentra una casa muy linda, pero que, aunque parece nueva, fue habitada anteriormente. Cansado de buscar, el hombre le miente a su esposa, quien queda satisfecha completamente con el nuevo hogar. Se mudan y viven muy felices, aunque él siempre tiene el temor de que Cristina descubra la verdad y lo deje.

Un día, misteriosamente, Cristina recibe un vestido de terciopelo. Otro día, el marido la sorprende hablando con una vecina que parece conocerla desde antes y le deja un perro. Además, la llama Violeta.

Con el correr de los días Cristina comienza a comportarse de manera extraña, como si tuviera otra personalidad. Finalmente, recibe otra extraña visita de un hombre vestido de mujer, que le reclama por un tal Daniel y la llama Violeta.

Confundido y atemorizado, el marido sale a indagar acerca de la antigua dueña de la casa. Después de algunas averiguaciones, da con su profesora de canto. Allí descubre que la dueña anterior se llamaba, efectivamente, Violeta y que había muerto de manera misteriosa, diciendo que alguien le había “robado la vida”. Al final, Cristina se convierte definitivamente en Violeta y su marido la acepta. Hasta que un día huye y nunca más sabe de ella.

Análisis

“La casa de azúcar” es un relato perteneciente al libro La furia y otros cuentos, obra que consagra a Silvina Ocampo como una autora relevante del género fantástico argentino. La trama gira en torno a una suplantación de identidad, usando tópicos muy mentados de la literatura fantástica como es el tema del doble (la dualidad del ser) y el doppelgänger (el mito del gemelo malvado).

En Introducción a la literatura fantástica (1972), el teórico literario Tzvetan Todorov definió al género fantástico, entre otras cosas, por su ambigüedad, diferenciándolo del maravilloso. Los hechos inexplicables que ocurren en este género se sostienen en la tensión entre una explicación racional o sobrenatural de los acontecimientos, donde las dos generan dudas. Esa vacilación del lector es un elemento central del fantástico. En el maravilloso, el hecho se explicaría por la existencia de un mundo mágico, con reglas diferentes a las del mundo real. En cambio, el fantástico, no opta por la explicación racional ni la sobrenatural, sino que juega con la posible existencia de grietas en el mundo de lo real.

En “La casa de azúcar”, el problema de la identidad se desarrolla de manera gradual y en un marco realista: una pareja, a punto de casarse, que busca la casa perfecta para mudarse y hacer de ella un hogar. La narración en primera persona del marido hace que la perspectiva que tienen los lectores sea la de una persona cercana a aquella a la que le ocurren las cosas extrañas: Cristina. Gracias a este narrador se sabe que Cristina es muy supersticiosa, por lo que algunos comportamientos peculiares no sorprenden. De esta manera, los lectores comparten la mirada atónita del esposo-narrador, junto a quien observan ciertas fisuras en el comportamiento habitual de la mujer, que es cada vez más inexplicable e inquietante.

La casa tiene un rol fundamental que se adivina desde el título del cuento y, al igual que en los clásicos cuentos de terror, representa el espacio de lo sobrenatural. Desde el principio se anticipa allí algo especial: “Su blancura brillaba con extraordinaria luminosidad”, una imagen apacible “demasiado buena para ser cierta” (p. 113) que presagia los horrores que le acechan a la familia que llega. Aparece también la idea de que la casa guarda la personalidad de quienes la habitan, reforzada por la superstición de Cristina. Esta descripción de la casa, que parece hecha de azúcar, tiene también reminiscencias del cuento de hadas (el hogar mágico e idílico de la pareja feliz), y es allí donde se manifiestan los primeros signos de la oscura metamorfosis de Cristina.

El contraste entre la esperada seguridad del hogar y la irrupción de elementos extraños (la llamada, el vestido verde, el hombre vestido de mujer) da como resultado lo siniestro. En el cuento, este efecto, muy cercano al terror, tiene que ver con la idea de que la persona que tenemos al lado puede no ser quien dice, ya sea por ocultar otra personalidad o por estar poseído por un alter ego. A su vez, la explicación de esos elementos y de la metamorfosis de Cristina en Violeta podría sostenerse en la existencia de un mundo sobrenatural, en el que el espíritu de Violeta tomaría el cuerpo de la nueva habitante de la casa. Esta explicación presupone la existencia de un universo donde espíritus, fantasmas y posesiones son parte de la realidad. Si bien esta posibilidad no está descartada en el cuento, tampoco se confirma.

Como decimos, la explicación racional podría ser igualmente válida en la historia: la perspectiva racional/realista también contempla los comportamientos irracionales de las personas, comprendiéndolos según sus distintos motivos. Pueden ser internos, como la locura o distintas patologías mentales, o externos, como estar bajo los efectos de una droga o influencia. Los cambios de Cristina podrían ser consecuencia de un trastorno, producto de una obsesión patológica con la anterior dueña de la casa. El desarrollo de la psicología del personaje, aunque no tan profundizada, sostiene la hipótesis de la locura: “Las supersticiones no dejaban vivir a Cristina. Una moneda con la efigie borrada, una mancha de tinta, la luna vista a través de dos vidrios, las iniciales de su nombre grabadas por azar sobre el tronco de un cedro la enloquecían de temor” (p. 112).

En suma, y siguiendo la definición propuesta por Todorov, es justamente la indefinición y no la sucesión de eventos extraños —que no terminan de explicarse por ninguna teoría— aquello que inscribe al cuento en el género fantástico.

Por otro lado, el tono de la narración genera una tensión que crece gradualmente y anticipa la inminencia de lo sobrenatural. Desde el inicio, los lectores ya saben acerca de las supersticiones de Cristina y de su miedo puntual: “Cuando nos comprometimos tuvimos que buscar un departamento nuevo, pues según sus creencias, el destino de los ocupantes anteriores influiría sobre su vida” (p. 113). Pero además cuentan con la perspectiva del narrador/marido que intensifica el efecto premonitorio: “Éramos felices, tan felices que a veces me daba miedo” (Ibid.). Todos estos indicios —y el clima, en general del relato— abonan a la lectura sobrenatural y fantasmagórica de los sucesos. Los protagonistas actúan efectivamente como conducidos por una fuerza que no les deja otra opción, tanto es así que, inclusive el esposo, que representa a la “cordura” y es la voz del relato, comienza a actuar de manera errática e inexplicable. La obsesión de Cristina ahora lo posee a él, quien comienza el mismo proceso de alienación de su esposa: “De tanto averiguar detalles de la vida de Violeta, confieso que desatendía a Cristina” (p. 117). La transformación final, entonces, le sucede a Cristina, pero también a su esposo: hay un mecanismo de despersonalización que los convierte a los dos en otros, al punto de irse cada uno por su lado.

En el fragmento final, los lectores descubren que lo único que permanece —indestructible— es la casa, que vuelve a quedar deshabitada. En esta última escena, hay una clara alusión al género de terror: el cuento termina con la imagen de la casa vacía, que espera a sus siguientes huéspedes. Se trata del tópico de la casa encantada, el lugar que transforma a quienes pretenden habitarlo y los expulsa, volviéndolos locos —recuérdese que Violeta, la huésped anterior, había terminado en el “sanatorio frenopático” (p. 117)—. La última frase, “Ya no sé quién fue víctima de quién” (Ibid.), reafirma la lectura vacilante del relato y convoca a una multiplicidad de interpretaciones igualmente posibles y verosímiles, según el marco explicativo (sobrenatural o racional) que reconozca quien lee.