Cuentos de Felisberto Hernández

Cuentos de Felisberto Hernández Resumen y Análisis “La casa de Irene”

Resumen

Un narrador sin nombre cuenta a través de breves apartados, que asemejan entradas en un diario personal, sus visitas a la casa de una joven que se llama Irene. En la primera anotación nos cuenta sobre Irene y su “misterio blanco” (p.29): dice que parece una persona “simpáticamente normal” (p.29), pero que tiene una espontaneidad que le resulta misteriosa.

En la segunda entrada describe su segunda visita a la casa de Irene, día en que la encuentra tocando el piano. En esta visita descubre las formas “libres y caprichosas” (p.30) que adoptan los labios de Irene al conversar, y los movimientos “graciosos y espontáneos” (p.30) de sus manos mientras toca el piano. Cuando el narrador se sienta para tocar el instrumento, le parece que el piano tiene personalidad y que las composiciones tienen “un colorido, una emoción y hasta un ritmo distinto” (p.30).

En la tercera visita, encuentra a Irene leyendo en el jardín. El narrador entra sin permiso, sorprendiendo a la joven, y aunque ella se alegra de verlo, su siguiente reacción es salir corriendo. La silla donde estaba sentada Irene se muestra indiferente, pero otra silla, igual a la anterior, lo mira de reojo mientras tocan el piano juntos. Al narrador le parece que Irene lo ama y que ella cree que él la ama a ella.

La siguiente vez que va a visitarla, encuentra a Irene en el mismo lugar, esperando al narrador. Esta vez, el narrador le pierde el respeto a la silla, que le parece “ridícula y servil” (p.31). Dentro de la sala, el narrador siente que las sillas se entienden entre sí y se ríe de ellas; a su vez, las sillas se ríen del narrador.

En la quinta entrada del diario, el narrador cuenta que ese día le toma las manos a Irene mientras esta toca el piano. Una violencia “absurda, inesperada, increíble” (p.32) lo mueve a hacer esto. Irene primero reacciona en contra y después a favor, todo a una gran velocidad. En el instante en que el narrador percibe la reacción a favor, le da un beso y, acto seguido, Irene sale corriendo. El narrador toma su sombrero y vuelve a su casa.

En la anteúltima entrada, el narrador cuenta que la noche anterior no pudo dormir, pensando en lo que había ocurrido. En la oscuridad de la noche intenta recuperar el color y las formas de sus manos y de las de Irene, pero las de Irene se las imagina feas y de un blanco exagerado, y las suyas demasiado nudosas y negras. Finalmente, en la séptima y última entrada, el narrador dice que hace muchos días que no escribe, que le fue bien con Irene, y que poco a poco “fue desapareciendo el misterio blanco” (p.33).

Análisis

“La casa de Irene” despliega varios temas centrales a la narrativa de Felisberto Hernández. En primer lugar, notamos la importancia de los objetos y de las partes del cuerpo, que toman entidad y vida propia. Los labios, las manos, las sillas y el piano son acompañados por cualidades que les dan personalidad, como cuando el narrador dice que la silla tenía “una posición seria, severa y concreta”, y que parecía mirar “para el otro lado del que estaba [el narrador] y que no se le importaba de [él]” (p.31).

Pero los objetos no se encuentran separados de las personas que los poseen o que los observan, sino que entran en relaciones particulares con ellas. Así, el narrador dice que la silla, que en un momento le pareció seria e indiferente, luego le resulta ridícula y servil, y que las sillas se ríen del narrador como él se ríe de ellas. En este vínculo, la casa, como objeto que contiene a las personas y a los objetos, tiene una importancia clave, porque es el recinto que permite esas relaciones; no por nada el título del relato no es “Irene”, sino “La casa de Irene”. La casa impone el tiempo de la narración, porque la historia comienza con la primera visita y termina cuando estas visitas de cortejo terminan. Además, el narrador percibe que Irene y los objetos pertenecen al todo de aquel hogar, por más que alguno se destaque del resto: “En ese momento me daba cuenta [de] que a todo eso contribuían, Irene, todas las cosas de su casa, y especialmente un filete de paño verde que asomaba en la madera del piano donde terminan las teclas” (p.30).

Otro tema que aparece en el cuento es el del misterio. En el inicio, el narrador distingue un misterio negro y otro blanco. No sabemos mucho del misterio negro, solo que es un misterio destructor. Del blanco, que descubre en la primera visita, tampoco sabemos mucho, pero lo va desplegando un poco más a medida que avanza el relato. El misterio blanco tiene que ver con Irene, una persona a la que el narrador describe como “un ejemplar de ser humano” (p.29), es decir, como una persona común y corriente, pero que tiene una manera espontánea de entenderse con sus objetos que la convierte en alguien especial. Es así como el misterio –tal vez blanco como símbolo de la inocencia– se construye en el modo en que Irene se vincula con su entorno, lo que hace que lo cotidiano (tocar el piano, gesticular mientras conversa, sentarse en la silla o leer un libro en el jardín) se convierta en algo extraño. El fin del relato también se explica por medio del misterio, porque cuando Irene pasa a ser la novia del narrador –según se infiere de estas palabras: “Con Irene me fue bien” (p.33)–, el misterio desaparece.

“Me parece que Irene me ama; que a ella también le parece que yo la amo y que sufre porque no se lo digo. Yo también tengo angustia por no decírselo, pero no puedo romper la inercia de ese estado de cosas” (p.30). El narrador tiene una actitud pasiva en el relato; contempla sin querer convertirse en agente de cambio, como si esto pudiese romper el encanto del misterio. Pero en un momento aparece “una violencia absurda, inesperada, increíble” (p.32) que le hace tomar las manos de Irene mientras esta toca el piano. Es así como el cambio llega por medio de una fuerza que parece externa al narrador, una violencia que de algún modo lo posee. La idea de tomarle las manos le llega como un pensamiento que no puede controlar y que lo lleva a realizar algo que no esperaba hacer: “No me explico cómo cambié tan pronto e inesperadamente yo mismo; cómo en vez de seguir recibiendo la impresión de todas las cosas, yo realicé una impresión como para que la recibieran los demás” (p.32). Es así como aparece también, asociado al deseo sexual, el tema del desdoblamiento, del yo que se separa de sus propios pensamientos.

La conversión del narrador, de paciente en agente, se revela, de este modo, como un impulso incontrolable que modifica su percepción de las cosas. Mientras intenta dormir, siente que el recuerdo de los ojos de Irene, de sus manos y de las suyas, se distorsiona, porque ya no puede reconocer sus colores y formas. Aquí parece que su pensamiento, en forma de recuerdo, intenta sabotear el vínculo afectivo que construyeron Irene y el narrador en este tiempo. Pero tal vez este sea un paso necesario para que se supere la situación de cortejo.

En el anteúltimo apartado, el narrador cuenta que soñó que Irene no vivía sola, sino que “tenía una inmensa cantidad de hermanos y de parientes” (p.33). Podemos interpretar, en este sentido, que la acción de tomar las manos de Irene cambia la relación que tiene el narrador con la joven y sus objetos, porque ahora percibe que no se encuentran aislados, sino que hay otras personas a su alrededor. Al romperse la ilusión del aislamiento, el hechizo de los objetos, el narrador e Irene pueden comenzar la próxima etapa de su relación y convertirse en pareja.