Seis personajes en busca de autor

Seis personajes en busca de autor Resumen y Análisis Primera Parte (B)

Resumen

La Madre vuelve en sí y el Padre, otra vez con la atención de los presentes, comienza a contar su historia: hace años, él se casó con la Madre y juntos tuvieron al Hijo. Con el tiempo, sin embargo, se aburrió de ella y, viendo que parecía entenderse con su secretario, la convenció para que huyera con él. La mujer accedió a irse y, junto al otro hombre, tuvieron tres hijos: la Hijastra, el Muchacho y la Niña.

Pasaron los años y como el Padre añoraba, según dice, a la familia que había perdido, comienza a contactar a la Madre y a visitar a la Hijastra en sus caminos a la escuela. Entretanto, el Hijo se volvió hostil, antipático y resentido por el abandono de la Madre. Eventualmente, el Padre pierde el rastro de la familia pero, en esa misma época, la muerte del secretario lleva a la Madre y sus hijos a regresar a la ciudad. Allí empiezan a trabajar en la tienda de ropa de Madame Pace, una proxeneta que, mientras emplea a la Madre como costurera, manda a la Hijastra a prostituirse en secreto con sus clientes, con la excusa de que el mal trabajo de la Madre le hace perder dinero.

Un día, el Padre se dirige a lo de Madama Pace con el objetivo de contratar una prostituta e intenta seducir a la Hijastra, al parecer, sin conocerla. Aunque se avergüence de ello, sabe que todas las personas cometen actos indignos, pero luego los sepultan para tapar su pecado. En este punto, la joven interrumpe el relato del Padre, ansiosa por representar esa escena mediante la cual podrá, ante todos, revelar la vergüenza del hombre. Agrega, además, que las palabras del Padre no son más que “¡Lágrimas de cocodrilo!” (125), palabras vanas con las que intenta eludir su responsabilidad.

El Director se queja de que sigan con discursos y los apura para que cuenten los hechos. Entonces, el Padre retoma la palabra y se justifica diciendo que antes de que algo sucediera en el negocio de Madama Pace, la Madre apareció y los detuvo. La Hijastra, sin embargo, afirma que después de lo vivido nadie puede esperar que se comporte como una “modesta, bien criada y virtuosa” (126). Por su parte, el Padre dice que es injusto que, siendo que cada uno es en realidad muchas personalidades que coexisten, se queden con solo una de él para juzgarlo. En ese momento, la Hijastra y el Padre dicen que el Hijo también juega un papel en el drama. La Hijastra lo culpa por hacerlos sentir unos intrusos a ella, su madre y sus hermanos, y él se defiende acusándola de aparecer y arruinar su cómoda vida después de tantos años.

El Director manifiesta haberse interesado en la historia y el Padre le pide que se convierta en su autor; todo lo que tiene que hacer es escribir las escenas que ellos representan. Tentado por la oportunidad, el Director los lleva a su camarín para conversar y anuncia al resto del equipo que aguarden un tiempo mientras tanto. Frente a ello, los actores y actrices se enfurecen por la interrupción, al tiempo que se preocupan por que los hagan improvisar como en “la Comedia del Arte” (131).



Análisis

A partir de esta parte, se pone de manifiesto la incapacidad de los personajes de hilar un relato de su drama sin contradecirse, pelear e interrumpirse los unos a los otros. El tema de la incomunicación, vinculado en este punto al de la imposibilidad de pactar un sentido universalmente válido, pone en el centro de la escena el problema de la verdad. Qué es verdad y qué no es una pregunta que depende, en esta obra, del punto de vista; no hay una verdad objetiva. Esto se verifica, sobre todo, en las siguientes líneas del Padre: “Aquí reside todo el error, en las palabras (...) Pero, ¿cómo podremos entendernos si en las palabras que yo pronuncio encierro el sentido y el valor de las cosas tal como son dentro de mí, mientras quien las escucha las asume inevitablemente con el sentido y el valor que tienen para él, que tienen en su mundo?” (119). Este pasaje se produce mientras el Padre intenta justificar la situación incestuosa que vive con la Hijastra en lo de Madama Pace, y pese a que su lectura sobre la verdad y el sentido es válida, su relato no termina de explicar las inesperadas visitas al colegio de la Hijastra cuando esta era pequeña, motivo por el que su Madre la saca de la escuela durante un tiempo.

En este punto, cabe mencionar que los hechos sobre esos años nunca terminan de aclararse en toda la obra. Esto se debe a la decisión de Pirandello de descartar el drama de los personajes -en sus palabras, “su razón de ser” (91)- en pos de la historia que a él le interesa contar: la de seis personajes que buscan un autor. El tema de la tragedia familiar -tal como lo desarrollamos en la sección Temas-, queda aquí en un segundo plano, inconcluso aunque funcional para el efecto que Pirandello busca con su obra: problematizar la posibilidad de encontrar una verdad o un sentido y retratar la incomunicación, la contradicción y el caos.

En esta sección se vuelve a presentar la cuestión del origen y la existencia de los personajes en tanto hijos de la Fantasía. Es el Padre, en este caso, quien menciona el origen de su familia a partir de una metáfora en la que contrasta su existencia con la de personajes como Sancho Panza, quienes “viven eternamente sin embargo: porque, vivas semillas, tuvieron la fortuna de hallar una matriz fecunda” (124). La imagen se suma a la utilizada por Pirandello en el Prefacio, en la que personifica a la Fantasía y a los personajes ficcionales como seres orgánicos.

Este recurso, tal como analizamos anteriormente, le permite a Pirandello dotar a sus protagonistas de autonomía y, al mismo tiempo, discutir la categoría misma de autor. Recordemos en este punto que el concepto de autor es propio de la modernidad: surge en el Renacimiento, momento en que -a diferencia de en la Edad Media y en la Antigüedad- comienza a buscarse el origen material y no el divino de las cosas. A partir de este movimiento, producido en Europa entre los siglos XV y XVI, empieza a considerarse al autor -en lugar de a la voluntad divina- como el origen y el creador responsable de la obra de arte. El concepto de autor, entonces, constituye una de las formas de asegurar el sentido y el orden de la producción artística a partir del individuo que la crea. Se relaciona, asimismo, con otras nociones, como la de obra y la de estilo.

La cuestión de la identidad también resulta problematizada por el Padre cuando afirma que en cada persona no hay una sino múltiples personalidades que coexisten: “Cada uno de nosotros se cree uno, sin que ello sea verdad; porque cada uno de nosotros es muchos, sí señor, muchos, dependiendo de todas las posibilidades de ser que llevamos dentro: uno con éste, uno con aquél; ¡y tan distintos!” (127). En el tema “La crisis de la identidad”, analizamos cómo la emergencia de la teoría psicoanalítica de Freud a fines de siglo XIX pone en crisis la autonomía y la noción misma de sujeto al postular la existencia del inconsciente, es decir, una parte oculta de la psiquis humana que queda fuera del dominio de la razón. Aquí, el problema de la identidad vuelve a presentarse pero, esta vez, a partir de la lógica de la multiplicidad.

El tema de la identidad múltiple del Padre se presenta también en esta sección a través de la figura retórica del símil, cuando este dice que toda persona “se reviste de dignidad (...) como una lápida que esconde y sepulta a nuestros propios ojos toda traza y hasta el recuerdo de la vergüenza” (127). Esta vez, el tópico aparece en relación a la identidad desdoblada, vencida primero por los instintos y enmascarada luego para satisfacer las expectativas de la sociedad, al punto de engañarse a sí mismo.

La Primera Parte finaliza con una alusión a la Comedia del Arte luego de que el elenco de actores y actrices se queje de que el Director quiera hacerlos improvisar. La Comedia del Arte era un género teatral oriundo de Italia entre los siglos XVI y XVIII. Allí, los actores representaban en forma improvisada y sin guiones a personajes estereotipados de la escena teatral. En estas interpretaciones, utilizaban máscaras con las que tapaban sus rostros, hecho que, sumado a la lógica de la improvisación, implicaba una forma de actuación sin autoría, ya que carecía de una escritura que la asociara a una persona determinada. Nuevamente, Pirandello aprovecha con esta referencia a discutir la concepción moderna de autor, pero esta vez son los actores y no los personajes quienes encarnan esta problemática.