Moby-Dick

Moby-Dick Citas y Análisis

Llámame Ismael. Hace algunos años —no importa exactamente cuántos—, con poco dinero en el bolsillo y sin nada en la tierra que me interesara en especial, se me ocurrió la posibilidad de navegar por un tiempo y ver la parte acuosa del mundo. Es una manera que tengo de ahuyentar la melancolía y de regular la circulación.

Ismael, Capítulo 1, p. 41

Estas líneas que dan inicio a la novela, a la ficción propiamente dicha, son muy célebres. Ya en la "Etimología" y en los "Extractos" aparece la voz del narrador, pero ahora lo conocemos por su nombre. Ismael se presenta dirigiéndose a los lectores en segunda persona y anticipa que el mar será el escenario principal de toda la narración. Explica que ha decidido embarcarse para conocer el mundo y, de hecho, como luego expandirá, sus aventuras marítimas son instancias de aprendizaje. A su vez, afirma que navegar es un modo de mantenerse sano física y espiritualmente. Ismael es el centro de este capítulo inicial y volverá a serlo en el Epílogo, para darle cierre al texto. A lo largo de toda el relato, que narra en primera persona, le cederá centralidad a otros personajes —sobre todo a Ahab— y a Moby Dick, ubicándose en una posición de observador. En definitiva, es quien vive para contar la historia.

Sí, como sabe todo el mundo, la meditación y el agua están unidas para siempre.

Ismael, Capítulo 1, p. 45

El paisaje marítimo convoca a Ismael a la reflexión. Al contemplar el mar, se presenta cuestionamientos filosóficos y conclusiones éticas, científicas, literarias y religiosas que comparte con los lectores. Él mismo reconoce que su carácter contemplativo y reflexivo es una mala característica para un marinero, porque cuando debe vigilar el agua se distrae con demasiada facilidad. Como se ha mencionado, es narrador y personaje en la novela, pero suele replegarse a un lugar de observador: cuenta y comenta las acciones de los demás; es, sobre todo, la voz que narra la aventura. Ahab es otro personaje que con frecuencia medita observando las aguas.

Hizo esto no solo de una manera cortés, sino verdaderamente amable y caritativa. Permanecí quieto, mirándolo un momento. A pesar de todos sus tatuajes, en rasgos generales era un caníbal de aspecto limpio y agradable. Qué es este escándalo que he estado haciendo, pensé. El hombre es un ser humano, igual que yo. Tiene tantos motivos para temerme como yo a él. Mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho.

Ismael, Capítulo 3, pp. 74-75

Cuando conoce a Queequeg, Ismael le teme por su aspecto físico y porque todo indica que tiene costumbres que el narrador considera "salvajes". De manera ambigua y compleja, deja ver sus concepciones dominantes, ya que, por un lado, está lleno de prejuicios, pero, por el otro, parece ponerlos en cuestión. Así, cree que los tatuajes de Queequeg son horribles y que sus creencias son ignorantes, y en un principio piensa que puede hacerle daño. Sin embargo, cuando lo conoce confía en él; se da cuenta de que en ciertos aspectos ha estado equivocado e incluso encuentra en el "salvaje" características muy valiosas para la cultura "civilizada": es valiente, leal, fuerte, trabajador. El contraste entre las sociedades civilizadas y las sociedades salvajes es un tema central de Moby Dick, y se presenta de modo ambivalente. Ismael rápidamente desarrolla un vínculo muy cercano y afectuoso con Queequeg. Son como hermanos o incluso como un matrimonio, pero nunca deja de señalar con extrañeza su color de piel y sus creencias, e incluso cree que su cuerpo tiene características raciales diferentes (por ejemplo, la capacidad de sanar de manera más repentina que un blanco). En ese sentido, Queequeg es un buen salvaje; no es "ni oruga ni mariposa", pues está siempre en transición entre dos culturas.

... pero puedes creerme: jamás habrás visto un viejo buque tan raro como el Pequod. Era del tipo de la vieja escuela, más bien pequeño, con cierto aspecto anticuado de mueble con patas como garras. De madera curada y manchada por la intemperie, los tifones y calmas de los cuatro océanos, su viejo casco se había oscurecido como el rostro de un granadero francés que hubiera luchado tanto en Egipto como en Siberia. Su venerable proa parecía barbuda. Sus mástiles —tallados en alguna parte de la costa del Japón, donde los originales fueron destruidos y cayeron al mar en alguna tormenta— se erguían tiesos como la columna vertebral de los tres reyes magos en Colonia. Sus viejas cubiertas estaban gastadas y encarrujadas, como la losa venerada por los peregrinos en la catedral de Canterbury en la que se desangró Becket. Pero a todas estas antigüedades se sumaban nuevas y maravillosas peculiaridades, pertenecientes a las feroces tareas a las que se dedicaba desde hacía ya más de medio siglo.

Ismael, Capítulo 16, pp. 131-132

En esta cita, Ismael describe al barco en el que viajará durante la novela. Lo elige en el puerto de Nantucket porque partirá pronto en una travesía de tres o cuatro años. Convence a Peleg y a Bildad de que lo tomen como miembro de la tripulación y conoce la nave a la que luego llamará "embarcación caníbal". El Pequod es viejo, tiene las marcas de batallas entre sus marineros y la naturaleza, los diversos climas. El narrador lo caracteriza a través de una serie de personificaciones: tiene rostro, barba y una columna vertebral. Su antigüedad no lo convierte en un barco frágil o derruido, sino que lo acerca a lo sagrado, a lo ancestral. A su vez, tiene elementos nuevos que le permiten estar preparado para las actividades balleneras actuales.

Tenía el aspecto de un hombre que acaba de ser bajado de la hoguera cuando el fuego le ha lamido las extremidades, sin consumirlas ni despojarlo de una sola partícula de su compacta y envejecida robustez. Toda su figura, alta y ancha, parecía hecha de bronce macizo y moldeada en una matriz inalterable, como el Perseo fundido de Cellini. Una marca delgada, como una vara, de blanca lividez, se abría paso desde el pelo gris, continuando por un costado de la cara y el cuello tostados por el sol, hasta desaparecer bajo la ropa. Se asemejaba a esas costuras perpendiculares que se ven a veces en el recto y alto tronco de un gran árbol cuando un rayo lo ha atravesado y, sin arrancar ni una sola rama, pela y abre un surco en la corteza desde la copa al pie, antes de desaparecer en la tierra, dejando al árbol verde y vivo, pero marcado. [...]

Tan poderosamente me impresionó el torvo aspecto de Ahab, con la marca lívida que lo atravesaba, que durante los primeros momentos no tomé conciencia de que su tétrica apariencia se debía a la inhumana pierna blanca sobre la que en parte se sostenía. Yo sabía desde antes que esta pierna marfileña había sido hecha en el mar con el hueso pulido de una mandíbula de cachalote.

Ismael, Capítulo 28, p. 201

Estas palabras corresponden a la descripción que construye Ismael cuando finalmente ve a Ahab por primera vez. El capitán se mantiene recluido en su cabina durante varios días y es una presencia espectral: está allí, pero nadie lo ve, hasta que se avista una ballena y sale a cubierta. Tal como le han anticipado, es un hombre imponente, como hecho de bronce, y para el narrador parece recién salido del fuego, casi como si volviera del infierno. Tiene una cicatriz en el rostro que lo caracteriza y que se espeja en las marcas que Moby Dick lleva en su cuerpo. Y el aspecto físico que destaca de este capitán es la falta de una pierna, que reemplaza con una ortopédica de marfil, hecha con el hueso de una ballena. Su aspecto es tétrico, fantasmal y diabólico desde la primera vez que aparece. A lo largo de la novela, Ismael ofrece varios comentarios descriptivos más de su figura, siempre en la misma línea de esta presentación inicial.

Me gustaría hacer ante el lector una exposición sistematizada de la ballena en toda la amplitud de su género. Sin embargo, no es tarea fácil. Intentamos aquí nada menos que la clasificación de los elementos constituyentes del caos. Escucha lo que han escrito las mejores y más recientes autoridades.

Ismael, Capítulo 32, p. 212

Como se ha mencionado, Ismael es un narrador muy consciente de que escribe una historia. Por eso, en ocasiones se dirige directamente a los lectores, como en este caso. Muchas veces esas apelaciones en segunda persona le sirven para hacer puentes entre la narración de las aventuras del Pequod y los capítulos explicativos, en los que se explaya con información sobre las ballenas y la industria ballenera. Asegura que estos apartados científicos, históricos, religiosos y críticos son necesarios para comprender realmente la novela. Escribirlos es una tarea ardua porque los cetáceos son poco accesibles y existen muchas ideas erróneas sobre el tema. Por eso, Ismael estudia una serie extensa de textos de todo tipo, desde la Biblia y escrituras sagradas de diversas culturas, hasta investigaciones de biólogos y otros científicos. De esa manera se constituye a sí mismo como autoridad en un ámbito (el estudio de las ballenas) al que le faltan grandes autores y grandes libros. Este estudio y esta sistematización buscan darle un valor al tema de las ballenas, que para él es importantísimo.

Yo, Ismael, era un integrante de esa tripulación; mis gritos se elevaron con los del resto; mi juramento se integró al de ellos; y gritaba yo más fuerte, y más y más martillaba y remachaba mi juramento, debido al terror de mi alma. Había en mí un sentimiento salvaje y místico de identificación: el insaciable aborrecimiento de Ahab parecía mío. Con voraz atención escuché la historia de ese monstruo asesino contra el cual yo y los demás tomamos nuestro juramento de violencia y venganza.

Ismael, Capítulo 41, p. 286

Esta cita da inicio al capítulo titulado "Moby Dick", en el que se describe a la ballena en detalle por primera vez y se la pone en relación con Ahab y su sed de venganza. Ismael se reconoce como parte de la tripulación: de alguna manera, todos los marineros forman una familia, un grupo interconectado de manera fuerte e íntima. Todos han jurado acompañar el destino del capitán y perseguir a Moby Dick para combatirla e intentar matarla. Así, la venganza de Ahab se convierte en el destino fatal, trágico del Pequod y de todos sus hombres. A pesar de la profunda identificación y el compromiso con la causa que narra aquí, Ismael es el único que se salva y sobrevive para contar la historia.

En el desarrollo del capítulo menciona algunas características destacadas del monstruoso cachalote: es gigantesco, se mueve muy rápido, parece estar en distintos puntos del océano casi al mismo tiempo y algunos llegan a creer que es inmortal. Puede ser que tenga características sobrenaturales, pero aun si eso no es cierto, se trata de un animal imponente, desmesurado, impresionante. Se distingue de otros cachalotes porque tiene la frente arrugada y es de color blanco. Además, es especialmente maligna.

Forjado por fin en forma de flecha, y soldado por Perth al asta, el acero pronto remató el extremo del hierro; y mientras el herrero estaba por dar el calor final a las puntas, antes de templarlas, gritó a Ahab que acercara el barril de agua.

— No, no, nada de agua para eso; quiero que tenga el verdadero temple de la muerte. ¡Allá, oigan! ¡Tashtego, Queeuqeg, Daggoo! ¿Qué dicen ustedes, paganos? Me darán toda la sangre que necesito para cubrir esta punta de presa?

La sujetó bien alto. Tres cabezas oscuras asintieron: sí. Se hicieron tres pinchazos en la carne pagana, y la punta de presa para la Ballena quedó entonces templada.

— ¡Ego non baptizo te in nomine patris, sed in nomine diaboli! -aulló Ahab, delirante, mientras el maligno hierro se quemaba, devorando la sangre bautismal.

Ismael, Capítulo 113, p. 696

Este fragmento da cuenta del momento en que Ahab bautiza el arpón especial fabricado por Perth, herrero del Pequod. El capitán ha encargado la forja de esta arma para matar a Moby Dick. Es un arpón particularmente fuerte y resistente. Al darle los acabados finales, lo templa con sangre de los tres arponeros de la embarcación que, a su vez, son paganos, es decir, provienen de sociedades no cristianas, que Ismael considera "salvajes". Tashtego, Queequeg y Daggoo son indígenas de Norteamérica, Oceanía y África respectivamente, y los tres son descritos como hombres de piel oscura. En ese sentido, para Ahab su sangre es el "temple de la muerte", porque son cazadores de ballenas y porque pertenecen a culturas ajenas al Dios cristiano. Esta búsqueda se profundiza aún más con la frase en latín que el capitán pronuncia para bautizar su arpón: no lo hace en nombre del padre, sino en nombre del diablo.

Hacia ti navego, ballena inconquistable que todo lo destruyes; hasta lo último lucho contigo cuerpo a cuerpo; desde el corazón del infierno te atravieso; en el nombre del odio escupo mi último aliento sobre ti. ¡Hundes todos los féretros y todas las carrozas fúnebres a un charco común! Y como ninguno puede ser mío, que sea yo remolcado en pedazos mientras te sigo persiguiendo, aunque atado a ti, maldita ballena. ¡Así te entrego la lanza!

Ahab, Capítulo 135, p. 798

Estas palabras dan cierre al parlamento final de Ahab, que en un acto casi suicida lanza un último arpón contra Moby Dick antes de que la ballena termine por destruir el Pequod y ahogar a su tripulación. Se trata de un fragmento con un tono elevado, propio de un héroe épico. Ahab se encuentra con el clímax de su destino: no puede vencer a la ballena, pero debe enfrentarse a ella, entregarse a la fatalidad. En ese sentido, su muerte es presentada de manera sublime, gloriosa.

El drama ha terminado. ¿Por qué, entonces, alguien aquí da un paso más? Porque uno sobrevivió al naufragio.

Ismael, Epílogo, p. 800

Al final del último capítulo creemos que todos han muerto tras el ataque de Moby Dick. Sin embargo, este apartado final nos demuestra que Ismael ha sobrevivido para contar la historia. En la primera publicación de la obra, su editor inglés no incluye este "Epílogo", y por eso muchos críticos se preguntan cómo es posible que Ismael narre el relato, pues piensan que ha muerto. Aquí explica brevemente cómo se salva y vuelve a presentarse el tema del destino, que ordena los hechos. Es interesante notar que el narrador logra mantenerse vivo flotando dos días sobre el ataúd-canoa construido para Queequeg: de alguna manera, es el amigo quien lo protege hasta el final, incluso después de muerto. Finalmente, el capitán del Rachel, que busca a sus hijos perdidos, encuentra a Ismael (que es un huérfano pues ha perdido su barco), y lo rescata. Por último, cabe destacar que el propio narrador califica a la historia como un "drama".