Trafalgar

Trafalgar Resumen y Análisis Capítulos 7-9

Resumen

Capítulo 7

La mañana siguiente a la visita de despedida de Rafael Malespina, cuando Francisca se va a misa con Rosita, Alonso se apresura a armar su maleta. Junto a Gabriel y a Marcial, escapan en un coche hacia Cádiz mientras las mujeres no están.

En el camino encuentran a Rafael y a su padre, coronel de artillería retirado, que también están en camino hacia el mismo destino. Rafael recibe con sorpresa y pesadumbre la noticia de que Alonso está uniéndose a la escuadra. Su padre, en cambio, los elogia. Se acompañan durante el camino hasta Chiclana y cenan juntos: las sobras son para Marcial y Gabriel. El anciano Malespina, caracterizado como un fanfarrón por el narrador, va todo el viaje jactándose de sus conocimientos en armas y mofándose de conocer a importantes personas, como Jorge III de Inglaterra, Godoy, los reyes y Napoleón.

En Chiclana, el grupo de Alonso para a descansar, mientras los Malespina continúan su camino. A las once de la mañana del día siguiente, el trío ingresa a la ciudad de Cádiz.

Capítulo 8

En este capítulo, Gabriel, su amo y Marcial se alojan en Cádiz, en la casa de doña Flora, la prima de don Alonso, para pasar los días hasta el embarque. Gabriel se siente sumamente entusiasmado por estar de regreso en esa querida ciudad de la que partió hace cuatro años. Después de ayudar a su amo a instalarse, sale a recorrer las calles y se embelesa con lo que ve. Compra golosinas para congraciarse con las vendedoras. Sin embargo, algunas de ellas lo reciben con injurias por sus antiguas travesuras, burlas por su apariencia formal e, incluso, con cáscaras de fruta que arrojan sobre su traje nuevo. Luego, recorre la muralla y conversa sobre la escuadra naval con los marineros que encuentra a su paso. Busca, sin éxito, a sus antiguos amigos en la Caleta y se baña desnudo en el mar durante más de una hora. Se dirige, luego, a una taberna, donde conversa, bebe y paga los tragos de antiguos compañeros de aventuras hasta embriagarse. Al salir, pasa por la puerta de su casa natal y se conmueve hasta el llanto al ver a una mujer andrajosa en la cocina, que lo confunde con un ladrón. Antes de volver y ser reprendido por su amo por la demora, se dirige a la catedral, donde reza por su madre y ve un viejo exvoto que la mujer dejó en ocasión de la enfermedad del niño. Finalmente, se dirige a una iglesia, pero lo expulsa un sacristán cuando se cae a causa de la bebida tomada.

Doña Flora de Cisniega, la anfitriona y prima de Alonso, es una mujer de más de cincuenta años que se empeña en no aparentar la edad que tiene. Para ello, usa gran cantidad de adornos y maquillajes, se viste escotada y lujosamente, y gasta mucho dinero en peinados. A diferencia de Francisca, Flora es una entusiasta de todo aquello relacionado con la guerra y manifiesta un gran patriotismo. Es charlatana, chismosa y conocedora de todas las novedades públicas y políticas de la época. Por esto, regaña a su primo por no haber avanzado más en su carrera por hacer caso a su esposa y, además, le informa la situación política del momento. Le cuenta que los marinos españoles están descontentos con Villeneuve, el almirante francés, que se ha mostrado inepto ya en otras oportunidades, es tímido y parece temerles a los ingleses. Asegura que incluso Gravina le ha hecho advertencias de esto a Godoy, quien no se atreve a hacerse cargo de cambiar el destino de los hechos, y que hasta Napoleón está descontento. Ella le dice que deberían ponerlo a Alonso, Gravina o Churruca al mando de la escuadra. Alonso, discreto, le dice que él no es para eso y añade, con tristeza, que no sirve para el combate, que está allí solo para presenciarlo, por afición e inspirado por las queridas banderas.

Al día siguiente, Alonso recibe la visita de un antiguo amigo brigadier de marina: se trata del almirante Churruca. Su aspecto delicado, delgado y enfermizo, aunque bello y elegante a pesar de los años de honroso servicio de su traje, no coincide con la apariencia que Gabriel espera que tenga un hombre de su importancia. Esto lo sorprende y admira. Gabriel es testigo de la conversación entre ellos y confiesa que logra narrarla con bastante exactitud porque sus recuerdos son auxiliados con datos auténticos leídos a lo largo de su vida. Churruca le comenta a Alonso, sin quejarse, que el gobierno le adeuda nueve meses de pago; que su barco, el San Juan Nepomuceno, está compuesto y arreglado a su gusto; que el almirante francés, con el que está en desacuerdo, quiere iniciar pronto batalla para que sus errores pasados queden en el olvido; y que en un consejo de guerra celebrado a bordo del Bucentauro, los españoles le plantearon su oposición y los peligros de enfrentarse a una marina inglesa superior a la de ellos; en esa acalorada discusión, propusieron, en cambio, permanecer en la bahía y realizar un bloqueo.

Dos días después de su llegada, Gabriel comienza a sentirse incómodo en la casa, dado que doña Flora lo toma como paje y ocupa todo su tiempo. En lugar de poder asistir a los preparativos con su amo, el joven debe quedarse asistiendo a esta mujer que lo adula y acaricia de forma impertinente. Cansado del asunto y temeroso de perderse la oportunidad de participar en la batalla, le suplica a don Alonso que lo lleve con él.

Capítulo 9

El 18 de octubre de 1805, los tres hombres van hacia el muelle y se embarcan en el Santísima Trinidad. Gabriel se encuentra sumamente entusiasmado y extasiado ante la visión del enorme barco, al que compara con una catedral por sus formas y tamaño colosal.

Mientras contempla la maravilla construcción del barco, lo atonta un golpe que recibe en la nuca. Quien se lo propina es su tío, a quien no ve desde hace años. El hombre se burla del joven frente a sus compañeros, quienes también buscan maltratarlo, por lo que el niño sale en busca de su amo. En la cámara, encuentra a Alonso conversando con Francisco Javier de Uriarte, comandante del buque, y Baltasar Hidalgo de Cisneros. Allí se entera de que saldrán la mañana siguiente, lo que alegra a Marcial y sus marineros amigos, tan diferentes a los amigos de su tío. El niño aquí compara la actitud de estos marineros de oficio con los de leva, es decir, los reclutados a la fuerza.

A la mañana siguiente, el 19 de octubre, el niño y su amo, desde el alcázar de popa, observan las maniobras que ponen en funcionamiento el buque. Al joven, el espectáculo de los treinta y dos navíos, cinco fragatas y dos bergantines, entre españoles y franceses, lo emociona. Al mirar hacia Cádiz, la ciudad que se aleja, siente un especial orgullo por ver su progreso. La escuadra sale lentamente y recién al anochecer pierden de vista la ciudad de Cádiz. Por la noche, Marcial comenta con otros tripulantes el plan estratégico de Villaneuve y lo critica severamente.

Análisis

El séptimo capítulo comienza con una escena quijotesca comparable a una que también se da, casualmente, en el séptimo capítulo de la obra de Cervantes. Allí, el Quijote guarda algunas camisas y otras cosas necesarias junto a su escudero para escapar rápidamente y sin despedirse. En la novela de Pérez Galdós, Alonso aprovecha que su esposa y su hija no están y realiza la misma acción:

Cuando ésta se fue a misa con Rosita, advertí que el señor se daba gran prisa por meter en una maleta algunas camisas y otras prendas de vestir, entre las cuales iba su uniforme. Yo le ayudé y aquello me olió a escapatoria, aunque me sorprendía no ver a Marcial por ninguna parte. No tardé, sin embargo, en explicarme su ausencia, pues don Alonso, una vez arreglado su breve equipaje, se mostró muy impaciente hasta que al fin apareció el marinero diciendo: «Ahí está el coche. Vámonos antes que ella venga» (56).

En el camino y al llegar a Cádiz tienen contacto con dos personajes que, como Marcial, gozan de la caricaturización de sus rasgos. Se trata de José María Malespina y de doña Flora. En ambos, el narrador se detiene para destacar sus notables rasgos físicos y la forma en la que los personajes hablan. Se trata de dos personajes verborrágicos. En el caso de Malespina, por ejemplo, estamos ante un fabulador que inventa historias y exagera situaciones para quedar siempre bien parado ante la mirada de los demás. Su apellido es significativo, dado que, desde el principio, le causa ‘mala espina’ a Gabriel, es decir, le produce desconfianza. Esto se menciona en el quinto capítulo, en el que tiene ocasión de conocerlo y ya anticipa algo que se conocerá hacia el final de la novela: “Le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo, como tuve ocasión de ver claramente más tarde” (45). En el caso de Flora, su charlatanería se vincula con el conocimiento y la comunicación de cuanto chisme conozca. Su nombre, en este caso, remite a las flores y los adornos que usa para aparentar menos edad de la que posee.

Doña Flora funciona como contrapunto de las dos mujeres de la familia directa de Alonso. Por un lado, manifiesta un fuerte sentimiento patriótico y pro bélico, muy diferente a la postura que encontramos en Francisca. Este contraste se refuerza si tenemos en cuenta que cada vez que encuentra ocasión de criticar a la esposa de su primo lo hace explícitamente y sin guardar las formas: “Si tú hubieras hecho caso siempre de tu mujer, todavía serías guardiamarina. ¡Qué carácter! Si yo fuera hombre y casado con mujer semejante, reventaría como una bomba” (67). Así, mientras Paquita le dice a su esposo que ya está viejo para estas aventuras guerreras, su prima lo anima a embarcarse y le sugiere que aún es joven y que está a tiempo de alcanzar el grado de brigadier, fomentando así sus anhelos.

Doña Flora también se opone a la figura de Rosita. Mientras Gabriel tiene a la joven como ideal de belleza, a Flora se refiere como “la vieja” (72) y, a su juicio, el esmero que pone por parecer más linda “antes la afeaba que la embellecía” (65). Además, él desearía concretar una relación amorosa con Rosita, pero esto se le presenta como imposible debido a las diferencias sociales entre ambos. En cambio, Flora, que es consciente de las diferencias sociales y generacionales entre ella y el adolescente, no tiene reparos en prodigarle, de forma exagerada, abrazos y besos que incomodan sobremanera al joven y le resultan insoportables: “¡Horribles contradicciones de la vida!, pensaba yo al considerar cuán feliz habría sido si mi amita me hubiera tratado de aquella manera” (75).

En el octavo capítulo, hay información contextual que permite anticipar los hechos históricos que inician su desarrollo a partir del capítulo siguiente, y se constituyen, por ende, como malos presagios. Irónicamente, a pesar de ser estas advertencias tan claras, ninguno de los personajes modifica su disposición a participar en la contienda. Por un lado, la información aparece de la boca de doña Flora, famosa por estar siempre al tanto de las últimas noticias. Ella expresa cuál es el sentimiento general hacia las autoridades en lo concerniente a la inminente batalla: el descontento hacia Villeneuve, el comandante francés, es generalizado, y se lo acusa de inepto y miedoso. Todos los oficiales españoles están en desacuerdo con que esté al mando esa persona, por lo que Gravina viaja a Madrid para pedirle a Godoy que tome cartas en el asunto. Godoy, sin embargo, no se atreve a resolver la situación, y Bonaparte, por su parte, está ocupado en asuntos austríacos. Toda esta información, brindada por la mujer, se encuentra debidamente documentada, y todos esos nombres y acciones pertenecen a personajes reales. Esto ilustra decisión del autor de hacer referencia a hechos históricos con el objetivo de dar verosimilitud a lo narrado, además de incorporar el sentimiento popular de disgusto generalizado ante los hechos que se están desarrollando.

Sin embargo, a pesar de no estar de acuerdo con la forma de llevar adelante los hechos relativos a la batalla, nadie se opone terminantemente a realizarla o presenta otra alternativa. Tal como desarrollamos en la sección Temas, esto se vincula con el concepto de honor y heroicidad que poseen. Aquí lo expresa de forma directa la prima de Alonso: “Verdad es que el honor nacional es lo primero, y es preciso seguir adelante para vengar los agravios recibidos” (68). También se ve esta posición en Churruca, quien visita a Alonso y le cuenta sobre el consejo de guerra celebrado en el buque Bucentauro. Allí, se hace caso omiso allí a las consideraciones de los marinos españoles, y si bien Churruca esgrime sus opiniones que son muy pesimistas en relación con los resultados, concluye de la misma manera que el resto de los personajes que participan en el conflicto a su pesar. Así, la situación que presenta con pesimismo contrasta amarga e irónicamente con su decisión de seguir adelante y obedecer a alguien que no cree digno: “Pero será preciso obedecer, conforme la ciega sumisión de la corte de Madrid, y poner barcos y marinos a merced de los planes de Bonaparte, que no nos ha dado, en cambio de esta esclavitud, un jefe digno de tantos sacrificios” (71).

Dos sitios despiertan en estos capítulos el entusiasmo del narrador: Cádiz y el Santísima Trinidad. Uno de ellos, la ciudad, representa un regreso a su pasado, pero un regreso en el que él ya no es el mismo de antes: vuelve a su ciudad natal y él ha progresado. Otro es el futuro añorado, el barco que lo llevará a vivir su próxima aventura, de la que se siente tan orgulloso. Ninguna de sus expectativas, como veremos, se cumple.

En el caso de la ciudad de Cádiz, su entusiasmo por volver se vincula con dar a conocer su progreso. Se fue de allí como un pícaro, pero ahora regresa como un paje que pronto asistirá a la armada nacional. Sin embargo, los habitantes de la ciudad y las aventuras que allí pasa el día que se dedica a recorrer los sitios de su infancia le recuerdan incesantemente, y para su disgusto, su origen. Por ejemplo, en la plaza donde antes robaba frutas, ahora compra golosinas y sostiene que lo hace con un objetivo claro: “Presentarme regenerado ante las vendedoras” (63). Sin embargo, algunas no lo recuerdan y las que sí lo hacen, en lugar de aceptar su reforma, le arrojan cáscaras de frutas contra su traje nuevo. Esta escena tiene algunas semejanzas con la de la llamada “batalla nabal” del Buscón, de Quevedo. Se trata aquí de una pelea protagonizada por don Pablos, el protagonista, contra un grupo de vendedoras de un mercado. Como podemos intuir, el autor nombra así a la batalla mediante un juego de palabras con los significados y los significantes de ‘naval’ y ‘nabos’, justamente, porque al protagonista le arrojan con este y otros vegetales.

El noveno capítulo, antesala de la batalla, comienza con un endecasílabo heroico que sitúa los hechos en una fecha precisa para dar inicio a la cronología de la tragedia: “Octubre era el mes, y 18 el día” (76). Allí, el joven mira extasiado al Santísima Trinidad que se hace cada vez más grande para la percepción del niño. La imagen del barco se le representa como una catedral, algo de índole sagrado. Se ocupa de describirlo minuciosamente sin ahorrar calificativos: maravilloso, fortísimo, extraordinario, fantástico.

La visión del barco contrasta con la presencia burda y ruin del tío del protagonista. Sin embargo, este no le permite ejercer sus burlas y maltratos, y lo abandona prontamente. De ese modo, al volver su mirada hacia Cádiz, su sensación es la de haber ascendido en la escala social: “Me llené de orgullo considerando de dónde había salido y dónde estaba” (82). El joven manifiesta un claro sentimiento de pertenencia a su nueva realidad y rechaza así su pasado pícaro: “Se me permitirá que al hablar de la escuadra diga nosotros. Yo estaba tan orgulloso de encontrarme a bordo del Santísima Trinidad, que me llegué a figurar que iba a desempeñar algún papel importante en tal alta ocasión” (85).