Cuando un amigo a los catorce años la acusa de ser “feminista”, ella no sabe aún qué significa la palabra. Pero años después, Adichie mira atrás, revisa sus experiencias y se asume feminista, y explica por qué todos deberían serlo.
La autora observa que la palabra “feminista” está cargada de significaciones negativas para mucha gente. Por esto, un periodista le aconseja que no se presente como feminista, y una alumna le confiesa que sus amigas le advierten que, si sigue oyendo discursos feministas, destruirá su matrimonio.
En paralelo, la autora relata situaciones vividas por ella misma o por conocidas, en el pasado y no tanto, que dejan en evidencia la profunda desigualdad de género que sigue vigente en las sociedades del presente, donde mujeres profesionales continúan padeciendo un menor salario que un varón por el mismo trabajo realizado en igual cualificación, o son ellas siempre las que se encargan de las tareas domésticas o renuncian a oportunidades importantes por el bien de su matrimonio. Al mismo tiempo, los varones también sufren el tener que cumplir con el concepto de masculinidad instalado históricamente.
Para Adichie la raíz del problema es la educación. Niñas y niños son criados según los estereotipos de género; lo que se repite se termina asumiendo normal o natural, y así se mantienen las injusticias a lo largo del tiempo. La propuesta de Adichie para una sociedad futura más igualitaria es que hombres y mujeres decidan mejorar las cosas y educar a las nuevas generaciones en el feminismo, es decir, en la igualdad.