Los ríos profundos

Personajes

En la obra hay una multitud de personajes tanto individuales como colectivos. El personaje central y narrador es el adolescente Ernesto, alter ego del escritor.[12]​[13]​ Personajes recurrentes en la obra son los compañeros de colegio de Ernesto: Ántero, Lleras, Añuco, Peluca, Palacitos, Chauca, Rondinel, el Chipro, Romero, Valle, Gerardo. También es de destacar El Viejo (hacendado), el padre de Ernesto (que es abogado), el padre Linares (director del Colegio) y doña Felipa (la líder de las chicheras).[2]​

Merecen resaltarse también los personajes marginales de la obra como el pongo (sirviente), la opa Marcelina (demente) y los colonos de la hacienda Patibamba.[14]​

Personaje principal

  • Ernesto, el protagonista-narrador, es un muchacho de 14 años que vive escindido entre dos mundos, el de los hacendados explotadores y el de los indios maltratados. Ello le permite un proceso de aprendizaje acelerado y una manera de ver el mundo con una mayor perspectiva. Irá interpretando una realidad a la que se ve enfrentado y su proceso de aprendizaje tendrá que ver con la elección ética de ubicarse del lado del poderoso o del desposeído. Para combatir la imposibilidad de pertenecer enteramente a cualquiera de estos dos mundos, decide soportar su condición a través de la ensoñación y la comunicación con la naturaleza. A menudo, se identificará más con los indios.[2]​[15]​

Personajes secundarios

  • El Viejo, de nombre don Manuel Jesús, es el tío de Ernesto. Terrateniente poderoso, dueño de cuatro haciendas en el valle del Apurímac, prepotente y avaro, representa el mundo hostil, ese sistema socioeconómico explotador al que por primera vez se ve enfrentado Ernesto. Tiene un servidor indio o pongo muy servicial, quien, por oposición, representa a las víctimas de dicho sistema. El Viejo aparece al principio de la novela, alojado en una casona del Cuzco; al final de la novela vuelve a ser mencionado, pues a una de sus haciendas es enviado Ernesto tras la irrupción de la peste en Abancay.[2]​[16]​
  • Los alumnos del colegio.- En el colegio religioso de Abancay existían dos tipos de alumnos: los externos y los internos. Ernesto es uno de estos últimos; en dicho ambiente entra en contacto con adolescentes y jóvenes que repiten los mismos esquemas de los poderosos y que cometen las mismas injusticias sociales. En la obra se mencionan a los siguientes alumnos:
    • Añuco, interno, era hijo de un hacendado caído en la ruina. A los nueve años había sido recogido por los padres del Colegio, poco antes de que falleciera su padre. Amigo y cómplice de Lleras en continuas mataperradas tanto dentro como fuera del colegio, su rabia era una manera de expresar su tristeza. Al final, luego de la huida de Lleras, se amista con sus compañeros, y los padres lo trasladan al Cuzco, para que siguiera la carrera religiosa.[15]​
    • Lleras, interno, era huérfano como Añuco, y a la vez el más altanero y abusivo de todos los alumnos, aprovechando la ventaja que le daba tener más edad y fuerza que el resto. Muy flojo en los estudios, sin embargo, esa carencia lo compensaba con su habilidad en los deportes, siendo infaltable su presencia en el equipo del colegio, a la cabeza del cual destacaba en las competencias locales de fútbol y atletismo. Amigo y protector de Añuco, formaban ambos una dupla temible, no solo en el colegio sino en todo el pueblo. Su poder radicaba en infundir el miedo y el dolor a los más chicos o desvalidos. Al final, arremete físicamente a uno de los religiosos, por lo que es castigado severamente. Logra sin embargo huir del colegio, para luego abandonar la ciudad, junto con una mestiza del barrio de Huanupata. No se supo más de él. Los rumores decían que había fallecido en su huida y que su cuerpo había sido arrojado al río.[2]​[15]​
    • Ántero Samanez, externo, apodado el Markask’a o el «marcado», por sus lunares en el rostro, era un chico de cabellos rubios muy encendidos, por lo que también le apodaron el «Candela». Era hijo de un hacendado del valle del Apurímac. Aparte de su aspecto físico, no destacaba en nada. Al principio se hizo amigo de Ernesto, cuando llevó al colegio un juguete nuevo, el zumbayllu o trompo, al cual, conforme a la mentalidad andina, atribuía propiedades mágicas. Ambos, Ántero y Ernesto, son opuestos a Lleras y Añuco, y por lo tanto, a la violencia. Sin embargo, conforme avanza la novela, las diferencias entre ellos se tornan evidentes y esto origina un alejamiento. En el motín de las chicheras Ernesto participa al lado de estas, y Ántero da su respaldo a los hacendados. Pero lo que lleva a la ruptura total es cuando Ántero se hace amigo de Gerardo, costeño e hijo del comandante de la Guardia Civil destacado en Abancay.[2]​[17]​
    • El Peluca, interno, un joven de 20 años, muy corpulento, aunque cobarde y de mirada lacrimosa. Le dieron ese apodo porque era hijo de un peluquero. Se destacaba por su obsesión enfermiza hacia una mujer demente, la opa Marcelina, a quien asaltaba en los excusados y la obligaba a tener relaciones sexuales. Esta conducta anómala era motivo de las burlas soeces de sus compañeros, quienes sin embargo no lo enfrentaban pues temían su fuerza física. Al fallecer Marcelina, enloqueció, profiriendo aullidos, y sus familiares tuvieron que sacarlo del colegio atado de pies y manos.[16]​
    • Palacitos, apodado también como el «indio Palacios», era el interno menor y humilde, y el único proveniente de una comunidad indígena. Al principio le costó mucho adaptarse; leía penosamente y no entendía bien el castellano. Todo ello motivó que fuera maltratado física y psicológicamente por el Lleras y otros alumnos mayores, al punto que suplicaba con lágrimas a su padre (que iba a visitarle cada mes) a que lo trasladara a una escuela fiscal. Sin embargo, con el paso del tiempo fue amoldándose; los alumnos mayores dejaron de molestarle, se hizo amigo de Ernesto y empezó a rendir en los estudios, al extremo de recibir una felicitación de parte de uno de los profesores. Su padre, feliz, le alentó a que siguiera progresando para que llegara a ser ingeniero.[16]​
    • Chauca, rubicundo y delgado, es otro de los que tenían una obsesión enfermiza por la opa Marcelina, aunque, a diferencia del Peluca, siente remordimientos y trata de domeñar sus deseos. Una vez le descubren azotándose.[16]​
    • Rondinel o el Flaco, alumno que se hacía notar por su extrema delgadez. Reta a una pelea a Ernesto pero enseguida se amistan.[16]​
    • Valle, alumno de quinto año, muy lector y elegante. En los días de fiesta y en las salidas lucía una vistosa corbata atada de manera original, que bautiza con el nombre de k’ompo. En su conversación se esforzaba en hacer citas literarias y otros ejercicios pedantescos. En la calle andaba siempre rodeado de señoritas y presumía de sus conquistas amorosas. Se jactaba incluso de haber seducido a la esposa del médico de Abancay.[16]​
    • Romero, aindiado, alto y delgado, el atleta del grupo, campeón imbatible en salto y otras disciplinas deportivas. También era hábil tocador del rondín (armónica) y cantor de huaynos. Defiende a los más débiles de los abusos del Lleras y el Añuco.[16]​
    • Ismodes, apodado el Chipro, natural de Andahuaylas, hijo de mestizo. Su apodo en quechua significa el «picado por la viruela», por las marcas inconfundibles de dicha enfermedad que tenía en el rostro. Se pelea constantemente con Valle.[16]​
    • Simeón, llamado el Pampachirino, por ser oriundo del pueblo de Pampachiri.
    • Gerardo, hijo del comandante de la guardia civil destacado en Abancay. Es costeño, natural de Piura. Se hace amigo de Ántero y lo matriculan en el colegio. Destaca por su habilidad en los deportes, y por su facilidad natural en ganarse amigos y conquistar a las chicas. Le acompaña su hermano Pablo.
  • Los Padres del Colegio. Son los religiosos que dirigen la institución educativa:[16]​
    • Augusto Linares, o simplemente el Padre Linares, director del Colegio, ya anciano, de cabellos blancos, que tenía fama de santidad en todo Abancay.
    • El padre Cárpena, alto y fornido, aficionado a los deportes.
    • El hermano Miguel, afroperuano, era oriundo de Mala, en la costa central peruana. Los alumnos irrespetuosos le llaman despectivamente «negro».
  • La opa Marcelina, una joven mujer con discapacidad mental, blanca, baja y gorda, que había sido recogida por uno de los Padres y colocada como ayudante en la cocina. Opa es un vocablo quechua que designa a lo que ahora denominamos una persona con capacidades diferentes. Marcelina se convierte en una especie de símbolo del pecado, pues los internos mayores suelen buscarla por las noches para forzarla a tener relaciones sexuales. Fallece víctima de la epidemia de tifo.[2]​[16]​[14]​
  • Doña Felipa, es cabecilla de las chicheras que se amotinan reclamando el reparto de la sal al pueblo. Es una mujer robusta, de voluminosos senos y anchas caderas, con el rostro picado de viruela. Ernesto la admira por su coraje, fuerza y sentido de justicia. Luego del motín, Felipa huye llevándose consigo un fusil y logra burlar la persecución de las fuerzas del orden. Gracias a ella, Ernesto comprueba que la reivindicación social es posible.[2]​[18]​
  • Salvinia, chica de 12 años, delgada, de piel morena y de ojos rasgados y negros. Es la enamorada de Ántero. Vivía en la avenida Condebamba, una alameda o amplia calle abanquina sembrada de moreras. Ernesto nota que sus ojos son del color del zumbayllu (trompo mágico) al momento de girar.
  • Alcira, amiga de Salvinia, de su misma edad. Vivía camino de la Plaza de Armas a la planta eléctrica. Cuando Ernesto la ve por primera vez, le encuentra un gran parecido con Clorinda, una jovencita del pueblo de Saisa, de quien en su niñez se había enamorado y de la que nunca más volvió a saber.

Personajes colectivos y eventuales

  • Los colonos, trabajadores indios contratados en la hacienda Patibamba, circundante a la ciudad de Abancay, entre quienes se extiende la epidemia de tifo. Invaden la ciudad exigiendo una misa para los difuntos.[14]​
  • Las chicheras, mujeres del pueblo, encabezadas por Felipa, que se rebelan para exigir el reparto de sal al pueblo.[19]​
  • Los guardias civiles, cuerpo de policía de la ciudad de Abancay. Son llamados jocosamente «guayruros» (frijoles de colores) por el color de sus uniformes (negro y rojo). Se les ridiculiza por no poder controlar el motín de las chicheras.
  • Los oficiales y soldados del Ejército, quienes ocupan la ciudad tras producirse el motín de las chicheras.
  • La cocinera del internado, protectora del Palacitos y quien fallece víctima del tifo.
  • Abraham, portero del internado, quien también cae víctima de la peste y regresa a Quishuara, su pueblo natal, para morir.
  • Prudencio, joven indio, del pueblo de Kakepa, soldado y músico de la banda militar, paisano y amigo de Palacitos.
  • El papacha Oblitas, mestizo, maestro músico, experto tocador de arpa.
  • El Kimichu, un indio peregrino recaudador de limosnas para la Virgen de Cocharcas. Lleva una urna con la imagen de la Virgen, encima de la cual iba un lorito.
  • Jesús Warank’a Gabriel, cantor, acompañante del Kimichu.
  • Don Joaquín, forastero challhuanquino, que contrata los servicios del abogado Gabriel, el padre de Ernesto, sobre un litigio de tierras.
  • Pedro Kokchi y Demetrio Pumaylly, indios, amigos de la infancia de Ernesto, que los menciona al rememorar dicha etapa de su vida.
  • Alcilla, notario de Abancay, amigo del padre de Ernesto, hombre envejecido y enfermo, con esposa e hijos.

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