“Felicidad”
Berta Young siente un fuego resplandeciente dentro de sí, una explosión de felicidad. Todo le parece maravilloso ese día. Tiene una hija adorable, goza de una buena relación con su marido, tiene una casa con jardín y un bellísimo peral en flor. Esa noche Berta recibe invitados a cenar, entre los cuales está Perla, una mujer que le parece especial, bella y misteriosa. En eso disiente de su marido, Harry, a quien ella le parece insulsa y algo boba. Durante la cena, Berta siente que crece su conexión con Perla, lo cual confirma cuando ambas contemplan el peral. Cuando los invitados se están retirando, Berta se da cuenta de que siente un profundo deseo por su marido. De pronto ve que Harry acompaña a Perla a la puerta y se da cuenta de que ambos mantienen una relación amorosa. Antes de irse, Perla saluda a Berta y le dice: "su maravilloso peral”. Harry actúa con sorprendente serenidad y cierra las puertas. Berta corre a la ventana y se queda mirando su peral y sus maravillosas flores.
“Fiesta en el jardín”
La familia Sheridan organiza una fiesta en el jardín de su casa. En un momento llegan noticias inesperadas: el repentino fallecimiento, consecuencia de un accidente, del señor Scott, que habitaba en una zona lindera a la casa de los Sheridan. El señor Scott deja sin recursos a una esposa pobre y varios hijos. Laura Sheridan se entristece con la noticia y quiere suspender la fiesta, pero la familia se niega. Ella queda perturbada pero acaba ayudando a que la fiesta se realice con éxito. Cuando los invitados se van, resurge el tema de la tragedia y la señora Sheridan le sugiere a Laura que lleve a la familia del difunto una canasta con parte del catering que sobró de la fiesta. Laura lo hace, atravesando las miradas incómodas de la gente más pobre del pueblo. Ya en la casa del difunto, la muchacha es invitada a ver el cuerpo del señor Scott. Laura admira la apariencia de su rostro, el modo en que parece estar por encima de todas las preocupaciones cotidianas, los sombreros, las fiestas, y sale corriendo y llorando de la casa.
“Marriage à la mode”
William, un exitoso abogado de Londres, viaja a su casa de campo una vez por semana, los sábados, para visitar a su mujer, Isabel, y a sus dos hijos. Sin embargo, su esposa no le presta mucha atención; últimamente prefiere la compañía de sus amigos bohemios, que viven con ella. Cuando el fin de semana termina, William ya no puede tolerar el desinterés de su esposa por el matrimonio y le escribe una carta desde el tren de regreso a la ciudad. Isabel la lee frente a sus amigos, mientras ríen. Ella se avergüenza del sentimentalismo de William pero, a su vez, se siente mal por su propio comportamiento. Quiere responderle a William, pero encuentra más fácil unirse a la conversación de sus amigos y seguir evitando confrontar la realidad de su matrimonio frustrado.
“La señorita Brill”
Cada domingo, la señorita Brill visita los Jardins Publiques -un parque de la ciudad- para observar a la gente que pasea por allí y escuchar el concierto que ofrece una banda musical. La señorita Brill observa a los hombres y mujeres que la rodean, especula sobre sus vidas y, a partir de un momento, fantasea que todos ellos, al igual que ella misma, son parte de una obra de teatro. Está tan inmersa en su fantasía que cuando un muchacho y una chica se sientan detrás de ella, imagina que son el héroe y la heroína de la obra. Pero Brill escucha la conversación de la joven pareja: hablan por un instante de ella, diciendo que es una vieja estúpida, con un abrigo ridículo, y que seguramente va allí porque nadie la quiere. La señorita Brill vuelve silenciosamente a su casa.
“La casa de muñecas”
Las hermanas Burnell reciben una casa de muñecas como regalo y deciden mostrar su maravillosa posesión a sus compañeras de escuela. La familia Burnell es de clase alta, pero la escuela es pública y allí asisten también niñas pobres, como las Kelvey. Las hermanas Burnell ven distintos atractivos en la casita: Kezia está especialmente maravillada con una pequeña lamparita en su interior. Los padres de las Burnell no permiten que sus hijas hablen con las Kelvey y mucho menos que las inviten a la casa. Isabel, la mayor de las Burnell, fanfarronea frente a sus amigas y desprecia a las niñas pobres ,pero Kezia quiere invitarlas. Un día lo hace, y las Kelvey ingresan, pero pronto son echadas por la tía de las Burnell. Las Kelvey, apenas habiendo visto la casita de muñecas, deben salir corriendo. Ya alejadas, una le comenta a la otra: "He visto la lamparita" (p.535), y quedan en silencio.
“Una taza de té”
A Rosemary, la fortuna de su esposo le permite gozar de un muy buen pasar: flores, antigüedades, lujos. Una tarde, una muchacha pobre se le acerca y le pide lo necesario para una taza de té. Rosemary se sorprende de que la muchacha no tenga nada, pero pronto se le ocurre una idea: invitarla a tomar el té a su casa. Se imagina contándoselo a sus amigos y le divierte la idea de ser generosa. Cuando están en el salón, la muchacha se alimenta y su rostro cambia. Aparece el marido de Rosemary y pide hablarle a solas. Entre otras cosas, le comenta a su mujer la sorprendente belleza de la muchacha. Acto seguido, Rosemary desaparece por unos instantes. Vuelve a encontrase con su marido, ahora habiéndose arreglado, y le dice que la muchacha debió irse. Luego se sienta sobre sus rodillas y le pregunta si la encuentra hermosa.
“El veneno”
Beatriz y el narrador no están casados: a él le gustaría, pero a ella no le interesa. Beatriz espera constantemente la llegada del cartero, lo que desata la inseguridad y los celos silenciosos del narrador, a quien abruma la libertad que habita en la mujer que ama. Cuando llega el cartero no trae más que el periódico. La felicidad del narrador contrasta con la seriedad de Beatriz, que comenta un caso de envenenamiento, en el que un hombre mató a su mujer. Beatriz expone su teoría, según la cual son pocas las parejas que no se envenenan mutuamente. Dice que sus dos maridos anteriores quisieron envenenarla. El narrador le dice que él nunca intentó envenenarla, y ella ríe y le responde que él es incapaz de matar una mosca. El narrador se siente herido, pero le dedica palabras de amor. Ella no lo oye y le pide que vaya a buscar las cartas al día siguiente. El narrador bebe su aperitivo y siente un sabor extraño.