En el camino

En el camino Resumen y Análisis Parte 4, Capítulos 1-4

Resumen

Al inicio de la parte cuatro, el viaje final de Sal y Dean, Sal cuenta a los lectores que recibió una buena suma de dinero después de la publicación de su novela. Ha llegado la primavera otra vez y Sal siente la necesidad de viajar. Esta vez, sin embargo, parte sin Dean, quien se queda en su trabajo en un estacionamiento de Nueva York, donde se ha instalado con Inez. Antes de partir, Sal y Dean hablan sobre sus vidas en la gran ciudad. Parece que Dean ha encontrado cierta felicidad con Inez, una mujer que lo deja hacer de las suyas sin causarle problemas. Dean le dice a Sal que deberían envejecer juntos como dos vagabundos marginales. Tras una tarde de domingo en la que juegan al básquet con los niños del vecindario, Dean le paga a la tía de Sal los 15 dólares que le había quedado debiendo de aquella multa de velocidad, y luego hacen una gran cena en la que la tía trata de convencer a Dean de que se quede con su pareja y se haga cargo de sus hijos. Al final de la velada, los amigos se despiden, Sal le dice a Dean que espera que un día sus familias puedan asentarse en la misma calle y disfrutar de la vida doméstica de la que han estado huyendo los últimos años.

Sal toma un autobús a Washington, visita la tumbra de Stonewall Jackson y luego continúa hacia el Oeste y se detiene en Denver junto a un amigo que hace en el viaje, Henry Glass, un chico joven que acaba de salir de la prisión y quiere reunirse con su hermano, quien supuestamente le ha conseguido un trabajo. Sal lleva a Henry por todos los lugares conocidos de Denver y lo presenta a sus viejos amigos, Tim Gray y Stan Shephard. Stan le propone a Sal acompañarlo en su viaje a México porque no soporta más a su abuelo, y los dos deciden hacer la travesía juntos.

Sal pasa una semana en Denver junto a Tim y a Babe Rollins; el grupo se la pasa de fiesta y visitando los clubes de jazz, mientras Sal hace sus preparativos para salir hacia México. Cuando está pronto a partir, recibe la noticia de que Dean ha comprado un auto y está camino hacia Denver, supuestamente para llevar a Sal hasta México. En ese momento, Sal tiene una visión: Dean es el “Mensajero de la Muerte” (p. 335) que se abre paso a toda velocidad hacia el Oeste, sembrando la muerte y la destrucción a su paso. Sal no sabe nada de la llegada de Dean y teme por los hijos que está dejando atrás y el dinero que seguramente ha dejado de enviarles debido al viaje que está haciendo, pero también se da cuenta de que todo lo planificado para su viaje deberá cambiar con la llegada de su amigo.

Cuando Dean finalmente aparece, los amigos rehacen sus planes y se preparan para salir hacia México. Sal admite que no puede hacer más que seguir a su amigo a donde quiera que vaya. Pasan una noche en Denver, en la casa de Ed Dunkel, reunidos con el resto de amigos. Los Dunkel hablan de sus planes para el futuro, de ir a la universidad y de construir una familia. La locura de Dean aparece, por primera vez, como fuera de lugar entre sus amigos, a quienes trata de divertir como había hecho en el pasado, pero solo logra ponerlos incómodos a todos. El grupo se dirige luego al bar del hotel Windsor, donde Sal y Dean se emborrachan completamente. Sal rompe uno de sus dedos al golpear una puerta, pero no se da cuenta hasta el día siguiente.

Al otro día, los amigos terminan de planificar el viaje hacia el “mágico sur”. Dean declara que este viaje finalmente los expondrá a “eso”. Stan se despide de su familia sobreprotectora y el resto saluda a los amigos de Denver. Así, los tres viajeros parten hacia México.

A pocos kilómetros fuera de la ciudad, un insecto pica a Stan en el brazo y este comienza a hinchársele. Entonces deciden detenerse en un hospital para que lo revisen. Mientras manejan, cada uno cuenta historias de su vida. Dean le pide a Stan que, como tienen tiempo, se detenga en cada pequeño detalle, por menor que sea. Así atraviesan toda Texas; Stan cuenta sus viajes por Europa, y pronto llegan a San Antonio, donde se detienen en el hospital para que revisen el brazo de Stan. Mientras lo atienden, Sal y Dean dan una vuelta por los bares y los billares de San Antonio. Dean manifiesta estar “alto” (drogado) por el aire del sur.

Tras una inyección de penicilina que reduce la inflamación de su brazo, Stan se reúne con sus amigos y continúan el viaje. Llegan a Laredo, un pueblo limítrofe, y por la mañana cruzan la frontera y se internan en México. Dean y Sal están totalmente asombrados por lo que ven y remarcan los sombreros de paja de los hombres y la tranquilidad con la que todos se mueven. La policía de fronteras revisa su equipaje sin gran interés y les permite pasar. Luego los muchachos cambian sus dólares por pesos y retoman su viaje.

Análisis

En comparación al resto, la parte 4 de la novela es breve y está compuesta solo por 6 capítulos, a diferencia de las tres partes anteriores, que tienen entre 11 y 14. La travesía final lleva a Sal y a Dean a México, donde experimentan realmente la cultura marginal que han estado idealizando a lo largo de todo el libro. No se trata de la cultura afroamericana, pero sí de una cultura marginada por los norteamericanos. Sin embargo, sumergirse en México implica vivir en una zona donde esa cultura, marginada en Estados Unidos, es la dominante.

La despedida que Sal y Dean comparten en Nueva York ilustra las ironías de sus elecciones descuidadas: ahora es Sal quien parte a la aventura, aunque mantiene la esperanza de que algún día van a asentarse con sus familias en un vecindario tranquilo para llevar el tipo de vida que hasta el momento han estado rechazando. Dean, mientras tanto, espera que ambos puedan envejecer como vagabundos, completamente al margen de la sociedad, sin interferir con nadie y evitando que interfieran con ellos, pero en esta ocasión decide quedarse a trabajar en Nueva York y vivir con la familia que ha formado junto a Inez. Así se lo plantea a Sal una noche en la que ambos caminan bajo la lluvia y hablan del mundo y de sus expectativas sobre el futuro: “Te lo aseguro, Sal, no importa dónde viva, el caso es que siempre tengo mi maleta preparada debajo de la cama, estoy preparado para largarme o para que me echen. He decidido desentenderme de todo. Me has visto descuernarme y sabes que no me importa y que sabemos cómo es el tiempo… sabemos cómo hacer que sea más lento y que avance; y sabemos entender las cosas y todos los trucos” (p. 326). Sal comprende a su amigo, entiende esa urgencia que siente, puesto que a él también le pasa. Sin embargo, siente que ya no puede continuar a la velocidad frenética de Dean.

Al comenzar este nuevo viaje, Sal enfrenta su madurez creciente al desinterés que manifiesta Dean por lo convencional, aunque es él quien vuelve a la ruta y no su amigo. El viaje se presenta como una llamada ineludible para Sal, y así se lanza nuevamente a la ruta. Sin embargo, el muchacho ha madurado y piensa realizar un viaje muy diferente a aquellos hechos con Dean. De hecho, Sal intenta escapar al poderoso influjo de Dean y quiere dejarlo atrás, en Nueva York, para que su presencia no lo empuje nuevamente a la locura. En verdad, cuando comienza el cuarto viaje, se hace evidente que Sal ha logrado una madurez que no tenía en viajes anteriores. Con esta madurez creciente, Sal se transforma en una suerte de figura paterna para Henry Glass, el joven exconvicto que conoce de camino a Denver.

Cuando Sal se entera de que Dean está viajando hacia Denver para acompañarlo a México, tiene una visión de su amigo como un ángel ardiente y como el "Mensajero de la Muerte" de la segunda parte del libro:

Tuve de pronto la visión de Dean, como un ángel ardiente y tembloroso y terrible que palpitaba hacia mí a través de la carretera, acercándose como una nube, a enorme velocidad, persiguiéndome por la pradera como el Mensajero de la Muerte y echándose sobre mí. Vi su cara extendiéndose sobre las llanuras, un rostro que expresaba una determinación férrea, loca, y los ojos soltando chispas; vi sus alas; vi su destartalado coche soltando chispas y llamas por todas partes; vi el sendero abrasado que dejaba a su paso; hasta lo vi abriéndose paso a través de los sembrados, las ciudades, derribando puentes, secando ríos. Era como la ira dirigiéndose al Oeste. Comprendí que Dean había enloquecido una vez más (pp. 334-335).

En parte, su visión produce en el lector ese mismo asombro que los amigos de Dean sienten con su llegada. Por otra parte, esa visión también pone de manifiesto el miedo que siente Sal de volver a ser absorbido por la locura de Dean, un estado que antes había buscado, pero del que ahora no parece estar seguro de querer participar. Sin embargo, cuando Dean llega, Sal olvida este miedo y comienza a planear el viaje a México junto a su amigo, un viaje que al parecer va a iluminarlos definitivamente sobre “eso” que Dean había definido en el pasado.

Esta vez, Dean tiene una excusa para justificar su viaje, y así se lo plantea a Sal: “Oficialmente, este viaje es para obtener un divorcio en México, que es más barato y más rápido que en cualquier otro sitio. Camille aceptó que fuera así y está todo arreglado, todo está muy bien, todo es agradable, y sabemos que ya no tenemos que preocuparnos de nada” (p. 338). Esto coloca a Dean en nueva posición: antes, en ningún momento había sentido necesidad de justificar sus acciones, y ahora, sin embargo, pone como excusa conseguir el divorcio de Camille para justificar frente a Inez su viaje a México. Como se verá luego, esto no es más que una excusa, puesto que en verdad Dean no ha cambiado para nada su forma de ser.

Sal vuelve a experimentar algo de ansiedad mientras observa a Tim Gray empequeñeciendo en la distancia, tal como había visto a otros amigos en sus viajes pasados. Esta sección de la novela, el viaje final, está llena de imágenes apocalípticas: Sal se compara a sí mismo con la figura bíblica de la mujer de Lot del Génesis, mirando la destrucción de Sodoma y Gomorra; ha escapado de la destrucción de las ciudades envilecidas, pero mira hacia atrás con congoja, puesto que su lugar está en ellas.

En este último viaje, México representaba la ciudad prometida para ambos amigos, y es evidente que la buscan por ser un lugar donde su dinero tiene más valor debido a aspectos de la inflación del dólar, y porque la policía allí no parece tan deseosa de hacer cumplir la ley como en los Estados Unidos. Dean y Sal Llegan a México (junto a Stan Shephard) con una expectativa centrada en la autodestrucción y en la exploración de los límites del placer. Una vez que cruzan la frontera, este viaje representa el último exceso en el cual pretenden llevar a cabo la proeza del norteamericano en el extranjero, que es probar todo lo que su dinero pueda adquirir: drogas, alcohol y mujeres.

Cuando el grupo cruza la frontera con México, el sentido de condena de Sal es reemplazado por la descarga de adrenalina que le genera el presente. Describe a Laredo, Texas, como el residuo de Norteamérica, no solo por ser el punto más al sur del país, sino también recordando aquella noche en el cine de Detroit en el que se comparó a sí mismo con la basura. Laredo aparece como un espacio liminar, es decir, una zona de cruce de fronteras, entre culturas. El pueblo parece siniestro, colmado de gentes que andan de un lado a otro en busca de negocios, “estábamos en el culo de América, donde se reúnen todos los rufianes, donde que ir los desviados para estar cerca de otro sitio específico al que pueden deslizarse sin que nadie lo note” (p. 353). Y eso es exactamente lo que el grupo está haciendo: deslizándose por fuera de la cultura dominante de la clase media blanca estadounidense para ingresar en una nueva geografía y una nueva cultura. Una vez que cruzan la frontera, los tres amigos se zambullen en la cultura mexicana que los rodea y la emoción del viaje vuelve a embargarlos.