El hijo

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El monte

El cuento se detiene, en buena medida, en la descripción del monte de la región litoral de Argentina. Ya desde la primera oración, tenemos un primer acercamiento al tipo de clima en el que se encuentran los personajes: “Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación” (p. 66). Más adelante, cuando el hijo sale de cacería, el narrador describe el lugar nuevamente como un espacio en el que reina calma, pero se encuentra lleno de cactus y de todo tipo de aves: “Para cazar en el monte —caza de pelo— se requiere más paciencia de la que su cachorro puede rendir. Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que su amigo Juan ha descubierto días anteriores” (p. 67). El monte se encuentra lleno de vida a pesar de su silencio y el clima “ardiente y vital” (p.68) que agobia a las personas: “Adónde quiera que se mire —piedras, tierra, árboles—, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor” (p.68).

Completa la imagen la mención, en más de una ocasión, de la gran extensión del lugar, que obliga a largas caminatas y hace que sea “tan fácil perder la noción de la hora dentro del monte, y sentarse un rato en el suelo mientras se descansa inmóvil” (p. 68).

Pero el monte es, además de un lugar vital en el que la naturaleza está “plenamente abierta” (p.), un espacio lleno de alambrados y de basura, lo que conlleva todo tipo de peligros: “¡Hay tantos alambrados allí, y es tan, tan sucio el monte! ¡Oh, muy sucio! Por poco que no se tenga cuidado al cruzar los hilos con la escopeta en la mano…” (p.) Aquí reside, en todo caso, el giro dramático que toma el texto con el accidente que tiene el niño al cruzar el alambre.

Las alucinaciones del padre

El padre, además de tener una salud débil, sufre de alucinaciones. En ellas ve, generalmente, imágenes trágicas y macabras. La más relevante de estas es la de la muerte de su hijo: "Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa de tallar una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza" (p.68).

Cuando el hijo no vuelve de cazar, el padre se preocupa y se hacen presentes las alucinaciones. A partir de allí, comienza a imaginar tragedias vinculadas al alambrado: se dice que no vino "persona a anunciarle que al cruzar el alambrado, una gran desgracia..." (p.69). El hombre sale al monte desesperado. "Sólo la realidad, fría, terrible y consumada: ha muerto su hijo al cruzar un..." (p.69); el padre piensa en esto y ahoga un grito, no puede dejar de alucinar, "ha visto levantarse en el aire... ¡Oh, no es su hijo, no...! Y vuelve a otro lado y a otro y a otro..." (p.69).

La última alucinación, sin embargo, es consolatoria. Mientras la realidad confirma lo que el hombre más temía, que el hijo ha muerto al intentar cruzar con la escopeta en la mano el alambrado, en la mente del padre sucede todo lo contrario: "ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo" (p.70). Se abrazan, vuelven caminando juntos, conversan. Esta alucinación toma la narración por completo, ya que el padre ha perdido la capacidad de distinguir entre una cosa y otra, y solo se detiene cuando, luego de una marca visual de puntos suspensivos, el narrador vuelve a su lugar de aparente objetividad. Allí revela el hecho de que toda esta escena es una gran visión del padre, ya fuera de sí por completo.