El fantasma de la ópera Imágenes

El fantasma de la ópera Imágenes

Camarín de cantante Sorelli (Imagen visual)

“El camarín de la Sorelli era de una elegancia oficial y trivial. Un tocador, un diván, un espejo de tres cuerpos y unos armarios formaban el moblaje necesario. Algunos grabados en las paredes, recuerdos de su madre, que había conocido los bellos días de la antigua Ópera de la calle Le Peltier. Retratos de Vestris, de Gardel, de Dupunt, de Bibottini. Aquel camarín les parecía un palacio a las chicas del cuerpo de baile, alojadas en cuartos comunes […]”.

En esta descripción que aparece al comienzo del primer capítulo de la novela podemos observar el espacio en que se vestía, peinaba y maquillaba la bailarina del ballet en ese momento, La Sorelli. Al parecer, su situación es digna de envidia por parte de las demás bailarinas, ya que ellas poseen cuartos mucho más sencillos, sin tanta decoración ni elegancia.

Decorado del escenario (imagen visual)

"Habían dejado momentáneamente vacío el escenario, en el que un decorado estaba a medio colocar; algunos rayos de luz (una luz lívida, siniestra, que parecía robada a un astro moribundo) se habían insinuado quién sabe por qué abertura hasta la vieja torre que alzaba en la escena sus almenas de cartón; las cosas en aquella noche ficticia, o, más bien, en aquella claridad falsa, tomaban extraños aspectos. En las butacas de la platea, las fundas que las cubrían tenían la apariencia de un mar furioso, cuyas olas glaucas habían sido instantáneamente inmovilizadas por orden del gigante de las tempestades”.

En el capítulo VII de la novela, los señores Richard y Moncharmin van a inspeccionar el palco número 5. Desde allí arriba, el narrador describe el resto del teatro haciendo especial énfasis en lo extraño que se ve todo desde ese punto de vista. El decorado del escenario se encuentra a medio terminar y la luz genera un efecto peculiar sobre la platea. Esta imagen intenta señalar, de esta manera, el aspecto misterioso de los hechos que ocurren en el teatro.

Cantar de un gallo mientras canta Carlota (imagen auditiva)

“La pobre mujer se yergue, habiendo acabado de dejar exhalar "aquella voz solitaria que cantaba un corazón". Pero aquella voz solitaria ya no cantaba... no se atrevía a emitir una palabra, un sonido. De aquella boca se acababa de escapar... ¡Un gallo! ¡Ah! ¡Increíble, odioso y cacareante gallo! ¿Cómo había podido meterse en aquella laringe para de pronto saltar revoloteando las alas y dejar estupefacta a la sala? La Carlota no quería dar crédito ni a su garganta ni a sus oídos. Un rayo que hubiera caído a sus pies la hubiese sorprendido menos que aquel odioso gallo que acababa de salir de su boca”.

Hacia el final del capítulo VIII, mientras Carlota se encuentra cantando, el fantasma de la ópera arma una estratagema para que, en lugar de la voz de la cantante, se oiga, alto y claro, el cacarear de un gallo. El público, y la propia Carlota, piensan que fue ella quien emitió semejante sonido al cantar y quedan entre sorprendidos y molestos.

El rostro del fantasma de la ópera (imagen visual)

“—Entonces me silbó: "Cómo, ¿me tienes miedo? ¿Es posible esto? ¿Te imaginas quizá que llevo otra careta y que esto... esto... mi cara es una máscara? Pues bien, se puso a bramar, arráncala como la otra. ¡Vamos, anda, anda! ¡Te lo exijo! Tus manos... tus manos..., dame tus manos. Si no te bastan las tuyas, te prestaré las mías, y los dos nos esforzaremos por arrancar la careta". Me eché, implorante, a sus pies; pero me tomó las manos, Raoul, y las hundió en el horror de su cera... ¡Con las uñas se desolló las carnes, sus horribles carnes muertas!”.

Christine le cuenta a Raoul cómo fue su diálogo con Erik en torno a la deformación que este tiene en su rostro. Al parecer, luego de quitarse la máscara que solía usar para ocultar sus rasgos, Erik le implora a Christine que también le arranque aquella otra, es decir su cara real, con sus propias manos. Parece ser un intento desesperado, metafórico, por desprenderse de aquello que tantos males y discriminación le ha provocado en su vida.

Voz de Erik como ventrílocuo (imagen auditiva)

“Y ahora ¡zas! ¿Dónde está la voz de Erik? Escucha, querida Christine, escucha... ¡Está tras de la puerta del cuarto de los suplicios... […] ¡Maldita voz del formidable ventrílocuo! ¡Estaba en todas partes, en todas partes!.. Entraba por la pequeña ventana invisible... a través de las paredes… corría alrededor nuestro… entre nosotros... ¡Erik estaba ahí!... ¡Nos hablaba!”.

En el capítulo XXV de la novela, el persa relata minuciosamente el uso que Erik hace de su voz para generar efectos sobre sus oyentes. Su voz parece desplegarse a lo largo y ancho de todo el espacio, llenando de duda y de temor a quienes le escuchan. En su práctica por no mostrar su rostro, Erik ha desarrollado una gran capacidad vocal para producir sonidos que generan ecos a través de los cuartos, rebotando en las paredes, sin que quede claro de dónde proviene realmente el sonido.

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