Aves sin nido Imágenes

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Descripción del pueblo de Kíllac (imagen visual)

"En la acera izquierda se alza la habitación común del cristiano, el templo, rodeado de cercos de piedra, y en el vetusto campanario de adobes, donde el bronce llora por los que mueren y ríe por los que nacen, anidan también las tortolillas cenicientas de ojos de rubí, conocidas con el gracioso nombre de cullcu. El cementerio de la iglesia es el lugar donde los domingos se conoce a todos los habitantes, solícitos concurrentes a la misa parroquial, y allí se miente y se murmura de la vida del prójimo como en el tenducho y en la era, donde se trilla la cosecha en medio de la algazara y el copeo".

Al comienzo de la novela, la narrador describe el pueblo de Kíllac con mucho detalle: las aceras, el templo, el cementerio, los habitantes y la cosecha.

La campana del pueblo (imagen auditiva)

"El viejo y único reloj del pueblo dio el duodécimo martillazo que marca la medianoche, y en el momento vibró en los espacios la sonora voz de la campana del templo. Su acento de bronce no convocaba a la oración y al retiro del alma; llamaba al vecindario a la batalla y al asalto de convenio entre Estéfano y Benites y el campanero que aguardaba en la torre".

Justo antes de una revuelta, suenan el reloj y la campana. El narrador lo aclara: no se trata del común llamado a oración, sino de una convocatoria para alzarse en contra de don Fernando, por tratarlo de forastero y ladrón.

(imagen olfativa y visual)

"En cinco días que hay de Kíllac hasta la estación del tren, el viajero va holando las flores de la campiña, cuyo aroma embalsama el aire que se respira; luego toca la empinada cordillera de los Andes, cubierta de algodón escarmenado, donde se refleja el sol derritiendo las nieves, que se precipitan en corrientes cristalinas; luego desciende nuevamente a la llanura, donde la paja repite el lenguaje murmullador de los vientos que la mecen".

En este caso, encontramos una precisa descripción de lo que pueden ver y oler los viajeros que se dirigen de Kíllac a la estación de tren. Aquí aparece en toda su magnificencia la naturaleza que la autora pretende resaltar en esta novela.

Despedida de Manuel y su madre (imagen táctil y auditiva)

"Manuel besó una y cien veces, ya la frente, ya las manos de doña Petronila, con tal emoción, que por muchos segundos no se oyó otro ruido que el producido por los labios de Manuel al contacto de su madre, por cuyas mejillas encendidas resbalaron gruesas lágrimas, como el agua lustral que bendeciría el próximo enlace de Manuel y Margarita".

Justo antes de partir, Manuel se despide tiernamente de su madre. Al no saber cuándo volverán a verse, ambos se encuentran tristes por la pronta separación.

Llegada de Fernando y su familia al Gran Hotel Imperial (imagen visual)

"Entraron en una sala espaciosa, cuyas paredes estaban empapeladas con un papel color sangre de toro con dorados y grandes pilastras de oro también formando esquinas; las puertas y ventanas, cubiertas con cortinajes blancos como el armiño, coronados por su sobrepuesto de brocatel grana y cenefa dorada, recogida por cordones de seda. El piso, cubierto con ricos alfombrados de Bruselas, formaba un contraste agradable con los muebles, estilo Luis XV, entapizados con borlón de seda azul opaco, multiplicados por dos enormes espejos que cubrían casi el total de la testera derecha".

Y casi hacia el final de la novela, cuando Fernando y su familia ingresan al Gran Hotel Imperial, el señor Petit le pregunta a Lucía si esta sala es efectivamente de su agrado. Podemos ver un espacio verdaderamente lujoso, descrito con lujo de detalles. Margarita estará esperando por Manuel en ese lugar, justo antes de enterarse ambos del destino que los une.

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