Ante la ley

Ante la ley Resumen y Análisis Tercera parte

Resumen

Al campesino ya no le queda mucho tiempo de vida. Empieza a pensar en el conjunto de experiencias que ha tenido durante este tiempo, hasta formular en su cabeza una pregunta que aún no le hizo al guardián, a quien le pide con señas que se agache para hablar con él.

El guardián se inclina profundamente, porque el hombre de campo se ha ido achicando con el paso del tiempo, y le pregunta qué es lo que quiere saber ahora. El campesino le pregunta por qué, en todos esos años, nadie más que él ha venido a solicitar el ingreso a la Ley. El guardián reconoce que el hombre está cerca del final. Se acerca a su oído, que está por apagarse, y le grita que esa entrada solo le estaba destinada a él. “Ahora me voy y la cierro” (p.233), dice el guardián, y así finaliza el cuento.

Análisis

El deterioro físico del campesino continúa mientras se acerca el momento de su muerte. A la pérdida de visión le sigue una degradación en tamaño que lo pone en condición de inferioridad respecto del guardián, que parece inmune al paso del tiempo. El hombre de campo no solo se achica: hacia el final, su cuerpo está “paralizado” (p.233), y también va perdiendo la audición. El guardián, en cambio, sigue igual que antes. De esta forma, se inviste de un aura casi sobrenatural al presentarse inmutable e imperturbable, como si fuera él la Ley personificada, que domina al disminuido hombre de campo. El gesto de “inclinarse profundamente” (p.233) sobre el campesino es representativo de esa relación de poder.

En un último atisbo de lucidez, el hombre de campo formula una pregunta que surge en su mente del “conjunto de experiencias de todo este tiempo” (ibid.), es decir, de aquella espera que le llevó toda la vida. Antes de preguntar, formula una premisa similar a la de “la Ley debería ser accesible para todos en todo momento” (p.232): “Todos se empeñan en llegar a la Ley” (p.233), le dice al guardián, antes de preguntarle por qué nadie más ha intentado ingresar durante esos años. Aquí tenemos una suerte de saber compartido que regula la vida social y que podríamos traducir como “todos quieren y deben tener un trato justo e igual ante la Ley”. La respuesta del guardián descoloca esta premisa: le dice que esa puerta solo le estaba destinada al hombre de campo. La posibilidad de que haya otras puertas, potencialmente infinitas, para cada persona que quiera acceder a la Ley, hace que el edificio sea más intrincado y laberíntico, como la Ley misma, que permanece inalcanzable.

Hay algo en el propósito del campesino de esperar toda la vida que podría interpretarse como un método de resistencia pasiva. Un personaje similar, en este sentido, es el que le da nombre al famoso relato de Herman Melville, “Bartleby, el escribiente”. La frase-fórmula de Bartleby –“preferiría no hacerlo”– que lo lleva a dejar de hacer cualquier cosa, hasta el punto de dejar de comer y morir por inanición, ha sido interpretada como una forma de lucha pasiva contra el sistema capitalista y como un intento de desarticular la relación de dominación entre empleado y empleador, entre explotado y explotador. Desde esta perspectiva, podríamos sostener que el hombre de campo ejerce una resistencia pasiva con su espera hasta la muerte, que funciona como una crítica a la autoridad y a las formas en que el individuo es sometido al poder de la Ley.

Cuando el guardián se agacha para escuchar al campesino, manifiesta cierto hartazgo al preguntarle “¿Qué es lo que quieres saber ahora?”, así como cuando lo acusa: “Eres insaciable” (p.233). En este gesto de molestia podemos ver otra muestra de la resistencia pasiva del campesino, que trata de socavar el poder de la Ley a fuerza de no saciarse nunca, de insistir hasta el final, incluso cuando todo está perdido. El guardián comprende que el campesino está por morir y le dice que él se irá y cerrará la puerta. En este sentido, se podría decir que el hombre de campo consiguió algo de toda su espera: que la puerta siempre abierta de la Ley se cierre.

¿Se cierra la puerta de la Ley? El final del relato es algo desconcertante. La narración no dice que, en efecto, el guardián cierra la puerta de la Ley; termina en la enunciación de la acción: “Ahora me voy y la cierro” (p.233). En rigor, tampoco vemos morir al campesino, aunque se anuncia que ha llegado el momento de su fin. De alguna forma, el cierre del relato queda inconcluso. Así como nunca sabemos por qué el campesino quiere ingresar a la Ley ni por qué el guardián no le permite el ingreso, tampoco podemos saber si la puerta se cierra y si el hombre de campo muere. Esta indeterminación es un motivo constante de “Ante la Ley”, que se ubica en un umbral, entre el adentro y el afuera de la Ley, que es también un umbral entre el sentido y el sinsentido. Es así como el texto pone en escena el absurdo de la existencia, que se hace incomprensible en la espera inútil, en la posibilidad de morir por nada. Kafka escamotea la posibilidad de aprehender la verdad del relato; en eso reside también la potencia de su literatura.