La novela intercala relatos contados por dos narradores distintos. Uno de ellos es un escritor peruano y está en Florencia, Italia, escribiendo sus recuerdos de Perú y de su amigo Saúl Zuratas. El otro narrador, al que le dicen “el hablador”, cuenta historias a los miembros de una tribu nativa de la Amazonía peruana, los machiguengas.
El primero de ellos ve una muestra fotográfica de tribus amazónicas peruanas en una galería de Florencia. Le llama la atención una foto, donde hombres y mujeres machiguengas están sentados en círculo, con las caras orientadas hacia un hombre que está en el centro de la ronda.
Recuerda a un amigo a quien conoció en el ingreso a la Universidad, en la década de 1950, Saúl Zuratas. Lo apodaban "Mascarita" por un lunar muy grande y morado que tenía en su cara. Vivía con su padre anciano, Don Salomón, era judío y estudiaba Derecho. Tenía de mascota un loro llamado Gregorio Samsa. Posteriormente comenzó la carrera de Etnología, la cual le resultaba más interesante.
Luego de un viaje a la selva amazónica, Saúl vuelve fascinado con las tribus del lugar, en especial la machiguenga. Viaja a la selva cada vez con más frecuencia. En este período sus conversaciones se centran casi exclusivamente en el estado de las culturas amazónicas y la destrucción de los bosques donde viven las tribus.
Saúl se recibe de etnólogo haciendo una tesis sobre los machiguengas. A pesar de esto, piensa que nadie debería entrar a la selva, porque esto contamina a las culturas nativas. El narrador piensa que nunca ejercerá esa profesión y que su vínculo con los machiguengas es más emocional.
El narrador visita la Amazonía con el Instituto Lingüístico de Verano (una institución que estudia las lenguas y dialectos de las tribus del lugar). Observa que es imposible preservar el estado natural de las tribus. En la condición primitiva en que viven, son víctimas de despojos y crueldades. Además, en el lugar ya se ve la presencia de muchos occidentales y mestizos.
Se entera de que los machiguengas tradicionalmente vivían en familias dispersas en la selva. Los esposos Schneil (una pareja de lingüistas que vive allí) le cuentan sobre una figura de la tribu a la que llaman “hablador”. No saben exactamente cuál es su función, pero dicen que, para los machiguengas, es muy importante. Los machiguengas son muy reservados al respecto. Los lingüistas creen que la función del hablador es visitar a los grupos dispersos de la tribu y hablar de nacimientos, muertes, creencias y hechos del pasado.
Al narrador lo emociona la figura del hablador. A la vuelta del viaje se reúne con Saúl. Este evade el tema mostrando desinterés. Acusa al Instituto de querer destruir el espíritu de los machiguengas traduciendo la Biblia a su lengua y, de esta manera, cambiar sus creencias. Este es el último encuentro entre el narrador y Saúl. A fines de 1963, el primero vive en Paris y se entera por un antiguo profesor de Etnología de Saúl que hace unos años él se fue a vivir a Israel para acompañar a su padre. El profesor le cuenta que dejó sin terminar su tesis doctoral.
En 1981 el narrador tiene un programa en la televisión peruana y, con su equipo de trabajo, se dirigen a la Amazonía para hacer entrevistas a personas del Instituto y a los machiguengas. La mayoría de los machiguengas está viviendo en aldeas. El narrador vuelve a ver a los esposos Schneil. Uno de ellos, Edwin, le cuenta que tuvo la posibilidad de escuchar a dos habladores. Uno se negaba a hablar en su presencia, aunque finalmente lo convencieron. Tenía un lunar enorme en la cara y pelos colorados.
El narrador cree que el hablador es Saúl y que, a pedido de él, los machiguengas no hablan del tema. Una semana después de estar en la selva, averigua que Saúl nunca fue a Israel.
En Florencia, el narrador vuelve en reiteradas ocasiones a la galería a ver la foto que retrata al hablador. Se convence de que es Saúl Zuratas. Distingue en la foto la mancha en la cara y un bulto en el hombro del hablador que podría ser su lorito.
Paralelamente, la novela cuenta otra historia. Un hablador visita distintas familias machiguengas dispersas en la selva y habla con ellas sobre los mitos y el pasado de la tribu. Además, les cuenta sucesos del presente, de la vida de otros miembros de la tribu. El narrador de estas historias es el hablador. En sus relatos destaca en reiteradas ocasiones que el destino y la obligación del pueblo machiguenga es “andar”. De esta manera, los machiguengas creen que ayudan al sol a levantarse cada día. Los relatos también advierten sobre los peligros de no cumplir con el destino personal y de no respetar las prohibiciones. También explican que el sentimiento de rabia altera el orden del mundo y de las vidas de cada uno. Los machiguengas creen que, si las personas pierden la serenidad, ocurren desgracias.
El hablador viaja acompañado por un lorito. Muestra preocupación por lo que puedan pensar las familias que visita sobre la gran mancha que tiene en la cara. Lo consulta con un seripigari (un sabio de la tribu), y este le dice que lo que importa es que las personas cumplan con sus obligaciones. En el caso de él, sus obligaciones son andar y hablar. El hablador cuenta a sus oyentes cómo rescató al loro que lleva en su hombro. Lo llama “Mascarita”.